El sector árabe de Jerusalén, acorralado por los asentamientos judíos
En cualquier otro país hubiese sido, acaso, la víctima de la avidez especuladora de un promotor inmobiliario. Pero en Israel, Ayut Jamis Tutungi, último morador árabe del antiguo gueto judío de Jerusalén, tuvo que abandonar su casa recientemente en virtud de una ley de 1968 que prevé que sólo ciudadanos israelíes podrán vivir en el barrio. Paralelamente a esta penetración judía en el Jerusalén «intramuros», la requisa de varios centenares de hectáreas en la periferia norte de la ciudad santa significa la puesta en marcha de la última fase del plan de acorralamiento del sector oriental árabe de la urbe por los barrios judíos.
Desde sus ventanas traseras la vista abarcaba el monte de los Olivos, las mezquitas de Omán y El Aqsa y el Muro de las Lamentaciones, tres símbolos de las tres grandes religiones monoteistas. No es de extrañar que Ayub Jamis Tutungi se resistiese desde hace doce años a abandonar este panorama.En 1967, las viviendas de 2.000 familias árabes situadas en la proximidad del muro occidental del templo de Herodes, más conocido como Muro de las Lamentaciones, fueron arrasadas para construir en su lugar una explanada que facilitase el acceso al lugar mas santo del judaísmo.
Un año después, la ley de abril de 1968 dio luz verde a la reconstrucción del viejo barrio judío de Jerusalén, donde, hasta 1948, uno 1.500 hebreos alquilaban viviendas a propietarios árabes tras la primera guerra árabe-israelí. Cinco mil quinientos árabes fueron desalojados. Sólo una decena de familias fueron indemnizadas. La familia de Ayub Jamis Tutungi -si mujer, sus seis hijos y cinco familiares- fue la última en abandonar el barrio el 5 de marzo pasado,
Antes les habían hecho de todo para incitarles a marcharse, desde echar a Tutungi del puesto de ujierque ocupaba en la universidad hasta derramar las basuras del barrio ante su puerta.
«No me moveré de esta casa donde nací y que perteneció a mis padres, mis abuelos y mis bisabuelos», declaraba Tutungi a todos sus visitantes. «Le proponemos un buen alojamiento», replicaba Avraham Hofman, presidente de la sociedad de renovación del barrio. La nueva casa, sin embargo, presentaba el inconveniente de estar situada a más de veinte kilómetros de Jerusalén.
¿Pero no hubiese podido Tutungi, para permanecer en el barrio, aceptar el derribo de su casa de arquitectura árabe tradicional, con techos abovedados y gruesas paredes, para sustituirla por una acorde con el nuevo estilo israelí?
«La ley de 1968», observa Avraham Hofman, «estipula que sólo podrán vivir en el barrio ciudadanos israelíes que hayan cumplido sus obligaciones militares». Esto significa que ni siquiera los 600.000 árabes con nacionalidad israelí, que no han efectuado el servicio militar, podrán vivir en él.
Nuevas requisas
Dos semanas después de expulsar a la última familia árabe del barrio hebreo del casco antiguo de Jerusalén, el Gobierno israelí requisó 450 hectáreas de tierras árabes, estableciendo así una continuidad territorial entre los asentamientos judíos que rodean el sector árabe de la ciudad. Jerusalén oriental quedaba definitivamente cercada por implantaciones judías.Con esta medida, las autoridades israelíes ultimaban su plan de anexión del sector oriental -puesto en 1967, tras «la guerra de los seis días», bajo la jurisdicción municipal de Jerusalén occidental- y de construcción de nuevos barrios judíos en la periferia del sector árabe.
Intensificado a partir de 1976, cuando el laborista Ytzhak Rabin asumía la jefatura del Gobierno, el, programa de edificaciones ha creado una continuidad territorial judía entre el barrio más alejado, el de Neve Yacu, cerca del aeropuerto, hasta el centro de la ciudad. En el cinturón judío que rodea el Jerusalén árabe vive ahora la octava parte de la población total de la urbe, es decir, unas 54.000 personas, aproximadamente la mitad de la población árabe, que asciende a 120.000 habitantes. Dentro de dos o tres años ambas comunidades, la árabe y la judía, situadas al este de Jerusalén, tendrán una población similar.
La requisa de 450 hectáreas de tierras árabes decidida por el Gobierno israelí, poco después del voto del Consejo de Seguridad de la ONU condenando los asentamientos judíos en los territorios ocupados, incluido Jerusalén oriental y sus suburbios, constituye un desafío deliberado del Gabinete Beguin a EE UU, a Egipto -partidario de incluir la zona árabe de la ciudad en las negociaciones sobre la autonomía palestina y a los Gobiernos occidentales.
Pero, más allá de su aspecto provocador con la creación artificial de una continuidad territorial judía Israel trata de impedir cualquier nuevo intento de partición de la ciudad entre árabes, al Este, y judíos, al Oeste.
Las autoridades de Tel Aviv, que poseen nada menos que 35 planes distintos para proponer en el momento en que se inicie «la lucha por Jerusalén», pretenden, en definitiva, mantener Jerusalén unida, pero con municipios separa dos para las comunidades árabe y judía.
Jordania, que no ha renunciado a la devolución de Jerusalén este, pidió el mes pasado a todos los habitantes de la orilla occidental que renovasen sus pasaportes y solicitasen lo que se denomina «libro familiar».
La primera acción de Israel tras capturar el Jerusalén oriental en 1967 fue proclamar su anexión y completa incorporación al Estado israelí. Por eso, la acción de Jordania puede tener el efecto de subvertir el decreto israelí de anexión.
Algunos, sin embargo, como Ma'Mun Al Sayad, director del diario árabe de Jerusalén oriental Al Fajar, opinan que la medida relativa a los pasaportes está dirigida a invalidar la declaración emitida por los dirigentes árabes, en 1974, en Rabat, que dio a la OLP toda autoridad con relación a los palestinos, incluido los que viven en el sector este.
La OLP, como lo recordó recientemente el alcalde de Belén, Elías Freij, quiere que Jerusalén oriental sea la futura capital del Estado palestino independiente.
Los cristianos, por su parte, tienen que proponer una tercera solución. Víctimas, a principios de año, de una serie de actos de vandalismo, la Comunidad Cristiana de Jerusalén, que reagrupa al Comité de Unidad Cristiana -(protestante) y al Centro Cristiano de Información (católico), publicó en febrero un comunicado -ratificado por los patriarcas latino, griego ortodoxo y armenio- en el que, tras denunciar «el incremento de la violencia anticristiana», achacaban la «relativa impunidad» de los autores de los ataques a la «concepción exclusiva» de Jerusalén, es decir, al predominio de la religión judía entre las autoridades municipales.
El comunicado concluía recordando que «las Iglesias de la comunidad internacional deseaban un estatuto especial, internacionalmente garantizado, de defensa de los derechos y libertades de las tres grandes religiones monoteístas representadas en Jerusalén».
Pero mientras se hacen propuestas y se esbozan soluciones, las autoridades hebreas erradican los últimos símbolos de la soberanía árabe de la ciudad. La compañía de electricidad de Jerusalén este, administrada por Anuar Nusseiba, ha sido obligada a vender sus acciones a la compañía del sector oriental. Como subrayó el Jerusalem Post, rotativo israelí en inglés: «La compañía de Jerusalén este es el último símbolo de la soberanía árabe en la ciudad».
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