Los indios iroqueses "'desentierran el hacha de guerra"
Los indios norteamericanos no sólo tienen problemas con la Administración federal, a la que acusan de discriminación racial, cuando no hablan abiertamente de exterminio. Un símbolo de este enfrentamiento es una fotografía reciente en la que un indio muestra de manera patente su desacuerdo con Jimmy Carter, al que se negó de forma ostentosa a saludar durante una convención recientemente celebrada en Miami.
Pero los problemas de los indios también ocurren entre ellos. Una reserva de indios iroqueses, por ejemplo, está al borde de la guerra civil en el Estado de Nueva York. Los esfuerzos de la Guardia Nacional para hacer que los jefes rivales fumen la pipa de la paz han sido estériles.El hacha de guerra permanece desenterrada. La razón es económica y, como informa la agencia France Presse, el conflicto dura ya un siglo.El hacha de guerra ha sido desenterrada por la tribu Mohawk de los indios iroqueses de la reserva de Saint Regis (Estado de Nueva York), en la frontera norteamericana con Canadá. El motivo de esta amenaza de guerra civil es un contencioso secular en la tribu.
El conflicto enfrenta a los indios tribales, partidarios del modo de vida americano, y los tradicionalistas, que se consideran guardianes de la cultura de sus ancestros. Como siempre, el dinero está entre las razones del enfrentamiento: los primeros, los tribales, son los que tienen en sus manos el control de la ayuda federal.
Los tribales han organizado su defensa y han bloqueado las entradas a la reserva. Sus distintivos ya no son ricos plumajes, sino brazaletes que denotan su adscripción a un sector de las dos facciones en lucha. Sus armas no son flechas. sino fusiles automáticos. La guardia nacional trata de persuadirlos para que dejen expeditos los accesos a la reserva.
Los tradicionalistas se han refugiado en un campo fortificado que los tribales han tratado de invadir por asalto. Los guardias nacionales los han tenido que separar para que el enfrentamiento no degenerara, en efecto, en una guerra civil.
A pesar de estos escarceos, uno de los jefes tradicionalistas, Loran Thompson, afirma que «nosotros somos un pueblo pacífico. No atacaremos a nadie a menos que recibamos un ataque o nos veamos amenazados».
La declaración del jefe rival, Bill Sears, de los tribales, es similar: «Si nos provocan, lucharemos».
El conflicto comenzó hace un siglo, en realidad. Y siempre ha ten»do la misma raíz económica. El Gobierno federal americano otorga a esta tribu, compuesta por 10.000 indios mohawk, y cuyos dominios se extienden por el Estado de Nueva York, en Estados Unidos, y por Quebec y Ontario, en Canadá, una ayuda de cinco millones de dólares (unos trescientos millones de pesetas) cada año.
Esa contribución es recogida por los tribales, que controlan su distribución. Los tradicionalistas, por su parte, estiman que son los beneficiarios legítimos de esta ayuda. Para defender sus reivindicaciones, los tribales, organizados de acuerdo con las normas electorales existentes en Estados Unidos, han contado con un mejor sistema, reconocido, además, por el Gobierno federal.
Los tradicionalistas tienen una organización más arcaica: su vida gira en torno a unos clanes que se basan en la persistencia del matriarcado. El jefe de este sector de la tribu es elegido, por las nueve mujeres que ostentan las respectivas jefaturas de los clanes.
La cuestión del reparto de la contribución federal no es la única que divide a los rivales mohawk: los tribales controlan también la facultad de otorgar permisos de caza, pesca, etcétera.
La policía ha tratado de llevar a ambos bandos a la mesa de la negociación. Pero el intento ha sido vano: la pipa de la, paz permanece intacta. Cuando han sido reunidos ambas facciones, los protagonistas de la discusión se las han arreglado para traspasar de noche la tenue vigilancia de la guardia nacional y regresar al seno de su facción respectiva.
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