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Reportaje:

La regata Transat-80, nuevo reto marinero para los navegantes solitarios

Dos mujeres y 87 hombres iniciaron ayer, en el puerto inglés de Plymouth, una nueva y casi increíble aventura marinera. La VI Regata Transat -transatlántica-, para navegantes solitarios, será otro reto que «la mar océano» presenta a la vela deportiva en su modalidad de largas distancias. Hasta el puerto norteamericano de Newport, los distintos tipos de barcos deberán recorrer, como mínimo, más de 5.000 kilómetros -cerca de 3.000 millas náuticas-. Los tripulantes estarán en el Atlántico Norte a solas con los mandos, los cálculos de la mejor ruta a escoger, los elementos y las limitaciones físicas, como el sueño, la más importante. Antes de fin de mes, y con el riesgo siempre de accidentes desgraciados, e incluso de desapariciones jamás explicadas, como la del francés Alain Colas en la pasada Ruta del Ron -regata similar francesa, entre Saint Malo y Point-de-Pitre, en Martinica-, los primeros clasificados habrán concluido una nueva hazaña deportiva.

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«No será autorizado otro medio de propulsión que la fuerza del viento, la del propio tripulante o las dos», señala uno de los artículos del reglamento de la Transat británica, regata para navegantes solitarios, que se disputa cada cuatro años, desde 1960 -primera edición, en la que participaron sólo cinco-, en el Atlántico Norte. El coronel ingles Hasler fue su creador, con el lema «Un hombre, un barco y el océano Atlántico». La organiza el Royal Western Yacht Club. La idea de Hasler fue que la regata se disputara en tiempo real -no compensado, según las características del barco, como sucede en otras pruebas de largas distancias-, para que así, en lo posible, fuese una prueba de los navegantes contra el Atlántico, y no contra los restantes barcos. Por ello, a diferencia de la Ruta del Ron francesa, en la que no existe limitación en la eslora de los barcos -el Club Mediterranée de Alalin Colas llegó a medir 72,18 metros-, en la actual edición el reglamento prohibe participar con aquellos que tengan más de 17,06 metros.El intenso tráfico marítimo en la zona de salida del canal de la Mancha, los numerosos abandonos de la última edición y el no establecer tantas diferencias entre los barcos, para no alejarse del «espíritu Hasler», han sido las razones fundamentales para erradicar a los grandes. En el lado francés, naturalmente, no se ha acogido bien esta medida, que coarta «la libertad de expresión a constructores y tripulantes, quitando esa chispa emocional del más difícil todavía».

En cualquier caso, y al margen del vencedor absoluto, en la Transat hay establecidos tres trofeos: para los barcos mayores, entre 13,40 y 17,06 metros de eslora, el Pen Duick, tipo de barco que hizo famoso Eric Tabarly. Gypsy Moth, en recuerdo del barco de sir Francis Chichester, primer ganador en 1960 y hombre que dio la vuelta al mundo en solitario, premiará al primer clasificado entre los barcos que midan entre 9,75 y 13,40 metros. Finalmente, el Jester será el trofeo para los más pequeños, entre 7,62 y 9,75 metros, cuyo mérito está, lógicamente, en relación inversamente proporcional a sus posibilidades de triunfo.

Los participantes pueden ser hombres o mujeres, pero deben tener más de veintún años. La financiación, tanto del barco como de la regata en sí, la pueden conseguir como quieran, pero el «promotor» sólo podrá hacer, como máxima publicidad, la del nombre del barco. Cada uno de éstos lleva un motor, pero sólo interno y sin potencia suficiente para propulsarlo. Puede servir para producir electricidad, para la luz o la radio, pero tampoco para hacer funcionar el piloto automático -que acciona el tripulante para poder descansar- o las maniobras de las velas. La electricidad producida por el viento, el agua o el sol sí puede ser utilizada, en cambio, para el piloto automático. Se permite que el sistema lleve las baterías que quiera, pero la carga debe estar limitada a hacerlo funcionar 48 horas solamente, como máximo. El generador, si es que lo tiene este sistema, tampoco puede recargarse por el motor interno, sino por otro. Al tratarse de regatas de solitarios, todas las reglas van encaminadas a que los propios tripulantes puedan resolver hasta el límite sus propios problemas. El único enlace con el exterior se realiza por radio. Está prohibido el radar, por ejemplo. Incluso en esta edición, por un sofisticado sistema denominado Argos, cada participante tendrá la posibilidad de saber en qué posición exacta se encuentra situado cada uno de sus rivales.

El misterio Colas

La desaparición del francés Alain Colas -ganador de la Transat-72- en la última Ruta del Ron, disputada en 1978, sin que hasta ahora, transcurrido ya ano y medio, haya habido un solo rastro para desvelar el misterio, fue la gota que colmó el vaso para prevenir al máximo los posibles peligros. Colas, navegante famoso mundialmente, como su compatriota Tabarly, llamó por última vez el 16 de noviembre a la Saint-Lys-Radio, central telefónica de los marinos, a fin de enviar su colaboración diaria sobre la regata a Radio Montecarlo. Estaba a 36º30' de latitud norte y 35º40' de longitud oeste, un poco al suroeste de las Azores, en pleno Atlántico. Después, ya no se volvió a. saber nada de él ni de su barco, el Manureva, un gran trimaran muy estable. Los días 17 y 18 se desencadenó una gran tormenta en la zona, pero él fue el único «accidentado». Las cerca de 450 horas de vuele, realizadas por aviones de la fuerza aérea francesa, que cubrieron hasta cinco millones de kilómetros cuadrados por el océano, una superficie equivalente a diez veces la española, no sirvieron de nada. Las especulaciones desde entonces han rayado incluso en la fantasía. Se habló de huida o de suicidio cuando estaba en la plenitud de su carrera deportiva y en estable situación familiar. Incluso apareció en la isla gala de Ré una botella con una frase: «Venid deprisa. Colas». Se indicaban también las coordenadas de un punto cerca de Guyana. ¿Cómo había podido llegar desde tan lejos? Por las corrientes, parecía prácticamente imposible. Sin embargo, la escritura y el papel, según sus familiares, podrían ser del desaparecido; la botella, analizada, resultó pertenecer a la marca utilizada por Colas al embarcarse. Sin embargo, las nuevas pesquisas no dieron resultado.Colas tenía un grave problema en un pie, que estaba a punto de serle amputado. Pudo caer al mar, algo gravísimo para un solitario. Pero, ¿y el barco? Tal vez fuese destrozado por un mercante o un petrolero, que ni siquiera se dio cuenta de la presencia de una pequeña cáscara de nuez, en la comparación. Por todo ello, que los favoritos en esta nueva regata transatlántica sean el canadiense Birch -precisamente vencedor de la Ruta del Ron-, el norteamericano Grossman -según los apostadores británicos- o el francés Riguidel -ganador de la Transat doble, con dos tripulantes, el año pasado- es lo de menos. La aventura para todos ahí está.

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