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Reportaje:

Cientos de familias ingresan a sus ancianos en los hospitales para irse de vacaciones

Hospitalizar a los ancianos con achaques para poderse ir más tranquilamente de vacaciones. He aquí un fenómeno que todos los fines de semana se detecta en Madrid y que en estos días ha superado, quizá, todas las previsiones. Familias enteras en trance de salir hacia la playa han guardado cola en los servicios de urgencia de los hospitales para internar por unos días al abuelo. Juana Díez Mora, supervisora del servicio de admisión de La Paz, resume la situación en una frase: «En los fines de semana los ingresos de ancianos se incrementan en un 50%.»

Un alto porcentaje de los ingresos habituales es de personas en edad muy avanzada («la edad más frecuente en La Paz es de ochenta años»), que padecen enfermedades crónicas o propias de la senilidad, pero que no admiten tratamiento. Otras fuentes precisaron que todo paciente que llega a un gran hospital «es sometido a una exploración previa a cargo del internista de guardia, y a la consiguiente práctica de análisis de sangre y de radiografías, con el inevitable dispendio económico. De ahí en adelante, los enfermos son remitidos a los especialistas, o, en caso contrario, los propios internistas les prescriben tratamiento y deciden si han de ser tratados por el médico de cabecera». Es casi imposible evitar el ingreso de ancianos cuya llegada a un hospital de urgencias sólo está motivada por el deseo de sus familiares de disfrutar de las vacaciones, y se estima como «muy alto» el gasto que la Seguridad Social soporta por estos conceptos.Los ingresos de ancianos con problemas no tratables en un centro de urgencias aumentan especialmente desde las seis de la tarde hasta las doce de la noche. «Como la única razón de estos ingresos suele ser un inminente viaje de la familia, muchos esperan a volver del trabajo para traernos al abuelo. Cuando se les dice que el hospital es un centro concebido para urgencias y que su enfermedad crónica no puede tratarse, nos responden que esto es la Seguridad Social y que la Seguridad Social la costean ellos.» Según Juana Díaz Mora, «tal actitud provoca frecuentemente altercados en la sala de recepción, y la ocupación indebida de camas nos fuerza a reconocer a enfermos que precisan tratamiento urgente fuera de los lugares adecuados. Hasta La Paz llegan familias de todas las clases sociales con los abuelos: señoras con joyas que quieren pagar los días de residencia, y gentes pobres que invocan sus cotizaciones a la Seguridad Social. A veces pensamos que lo único que hacen con sus mayores es someterles al riesgo de que contraigan una infección».

Situaciones vergonzosas

En muchas ocasiones, los familiares se niegan a hacerse cargo de los enfermos al regreso de los viajes. «Hemos observado que, a mayor amplitud de la familia, mayores discusiones se entablan entre los miembros que no quieren volver a hacerse cargo del abuelo. Las situaciones que se crean en los mismos hospitales por estos motivos son vergonzosas luego superadas por la desorientación de los ingresados, que quieren irse a su casa y nadie viene a recogerles, o por la propia tortura a que se les somete al obligarles a sentirse abandonados. Hace Varios meses», dice la supervisora del servicio de admisión de enfermos de la ciudad sanitaria La Paz, «un anciano se lanzó desde la séptima planta a la calle, y yo no puedo dejar de pensar que lo había hecho por la conciencia de abandono que sus familiares habían creado en él».La gravedad de la situación creada en Madrid por el ingreso indebido de enfermos crónicos forzado por los familiares, es progresiva, y algunas de las persona consultadas por EL PAIS la calificaron de «alarmante». «El problema se acentúa de año en año; las jerarquías se empeñaron en construir monumentos hospitalarios y se olvidaron de los centros geriátricos. Bastaría con haber acondicionado el Hospital Provincial de Atocha, o el de la calle de Maudes, o el Gran Hospital de Diego de León, para resolver, si quiera parcialmente, el problema Pero se limitaron a patrocinar ciudades sanitarias de superlujo que acaban desempeñando funciones para las que no fueron creadas: acoger ancianos para que sus familiares se vayan de vacaciones.»

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