El coloniaje informativo
Delegado de la agencia "Efe" en Estados Unidos
España se ha desprendido ya legalmente de la censura, pero no del coloniaje informativo. Durante muchos lustros los españoles hemos sentido que una parte de la educación que como ciudadanos debíamos recibir se veía mermada por la voluntad decidida de las autoridades de controlar el flujo interior y exterior de información.
Esto no sólo reducía el desarrollo intelectual político, económico y social, sobre todo si se tiene en cuenta que la censura lo era en su amplio aspecto cultural-informativo, sino que también reducía en el ciudadano la capacidad de reacción o protesta encauzada, ante lo que hubiera necesitado de un apoyo desde abajo para cambiar justamente.
La censura era, sin duda, y lo sigue siendo hoy, en otras partes un instrumento de dominio clave en la dictadura y en los regímenes autoritarios. Afortunadamente ha sido abolida por la nueva Constitución, aunque todavía sus secuelas y, más realísticamente, «sus heridas» tardarán tiempo en cicatrizar, tanto en el público, como en los profesionales de la información y de la cultura. Como ejemplo de esto último no hay más que ver la «calidad» que se sigue ofreciendo y paralelamente la poca afición de los españoles por la información y la cultura en sus diferentes formas.
Pero el coloniaje informativo y cultural no ha acabado. Primero, porque no se puede terminar con él legalmente. Segundo, porque es necesario una mayor sensibilidad en los sectores responsables para darse cuenta del peligro real que se corre con dicho coloniaje. Me voy a referir exclusivamente al coloniaje informativo, que es el que como profesional del periodismo más conozco.
Como se ha podido comprobar recientemente en el debate sobre el tema en la UNESCO, los canales de información están en muy pocas manos, concretamente en aquellas que controlan las grandes agencias internacionales de noticias, las productoras de televisión y los satélites transmisores. En este aspecto, Estados Unidos figura a la cabeza, y la posibilidad de que los llamados países del Tercer Mundo puedan conseguir una equiparación, aunque sea remota, en los medios de difusión, para lograr traspasar su mensaje de un lado a otro del planeta, es inalcanzable por razones económicas y de unidad.
El segundo aspecto del coloniaje informativo, del que me ocuparé luego, cuenta ya con más expertos además de Estados Unidos y son precisamente aquellos sistemas o naciones que conocen la importancia del vasallaje informativo para estar presente e influenciar en beneficio de sus intereses. Este coloniaje es una forma de manipulación y, en definitiva, de censura.
En mi opinión, tanto el primero como el segundo aspecto de ese coloniaje se pueden combatir, al menos con ciertas garantías de que con ello se puede proteger en una gran proporción la educación de un pueblo y la conservación de unas ideas y valores propios. Al menos España puede combatirlo con mayor probabilidad de éxito que Zaire, por ejemplo. Desgraciadamente para Zaire y otros setenta o más países pobres de la comunidad internacional.
Para eso hace falta estar mentalizado, tener un cierto orgullo nacional y encaminar los recursos que se dedican o se podrían dedicar a la defensa de la propia opinión. Por mi experiencia de muchos años como corresponsal de prensa en el exterior me permito constatar que, hoy por hoy, la dependencia española de esos coloniajes informativos se está acrecentando, en lugar de disminuyendo, como sería lo lógico al haber alcanzado la mayoría de edad democrática y haber recuperado parte de la confianza como país culturalmente desarrollado, aunque capitidisminuido desde hace muchos siglos.
El sector empresarial de prensa, escrita o audiovisual, oficial o privada, es el responsable primero de ese coloniaje informativo al que están sometidos los españoles. Por supuesto que este sector atraviesa por una crisis económica y de estructura que representa un factor negativo a la, hora de aportar los medios que harían falta para combatirlo.
Por eso, ni es todo, ni es la única razón que nos tiene sometidos al vasallaje.
La época no muy lejana en que los corresponsales de la prensa privada española eran un medio para que sus empresas y la «familia» profesional-político-social relacionada con ella se enterara sin el tamiz de la censura oficial de lo que se decía de España en el exterior ya ha pasado.
Con ella, también la de la lectura voraz y posible reproducción de lo que los corresponsales extranjeros acreditados en España se dignaban escribir del caos político en el que vivíamos. La agencia nacional e internacional Efe ya no es el instrumento del Gobierno en la forma en que lo era con la dictadura. Hoy, incluso, cualquier medio de prensa internacional puede vender libremente su servicio en nuestro país.
Pero éste no es el coloniaje al que me refiero, sino al que todavía, por la fuerza de los medios informativos extranjeros, sigue calando día a día a través de los periódicos, revistas, agencias, radio y televisión españolas y que nos mantiene sumidos en un subdesarrollo por lo que respecta al fomento de nuestra propia elección y opinión de los temas.
Por supuesto que la fuerza de la noticia manda, como se dice, y que si, pongamos por ejemplo, Oriente Próximo es el centro de la atención, o la revolución en Irán, la información internacional ha de ir encabezada por dicho tema. Pero ¿cuántas veces son los propios corresponsables españoles sobre el terreno los que dan la versión española de los eventos? Muy pocas, porque la mayoría de las veces están dedicados a enviar sólo con su traducción lo que otros medios internacionales o locales están contando del acontecimiento. Basta abrir, por ejemplo, las páginas internacionales de los periódicos de Madrid para observar cómo los corresponsales en Nueva York están siguiendo la invasión china de Vietnam, los de Washington lo que sobre Oriente Próximo está pasando en El Cairo, Jerusalén, Riad, Amman, o sobre lo que está ocurriendo en Irán.
Basta leer el servicio internacional de la agencia Efe para darse cuenta que desde Viena se cubren todos los países de Europa oriental, desde Londres el Africa meridional, aunque impunemente se feche en cada capital del mundo. No hablemos de la dependencia audiovisual de Radiotelevisión Española.
¿De dónde cree el lector que provienen esas informaciones? ¿De fuentes españolas producto de observación in situ o del análisis resultante de estar en contacto con todas las partes? No, señor. Toda esa información que les llega en el periódico, la radio y la televisión está «dirigida». por aquellos que en el exterior dominan el poder de acudir a los sitios, dar su versión y distribuirla después con los matices pertinentes, llámese Upi, AP, BBC, AFP, Reuter, CBS, NBC, etcétera.
Contra lo dicho se puede argumentar que «eso nos pasa. a la mayoría de los países». Por supuesto, aunque cada vez internos en aquellos desarrollados entre los que el nuestro se encuentra. Además, nosotros estamos desperdiciando, a través de nuestra agencia nacional y de nuestra radio y televisión, la posibilidad de cambiar ese coloniaje, llamémoslo anglosajón, de la información en las naciones de nuestro propio idioma y cultura, no sólo en España y respecto a los ciudadanos nacionales.
También se puede aducir que los corresponsales españoles en el exterior están para enterarse y seguir los temas y actividades españoles en los diferentes países. Aquí es donde aparece el otro tipo de coloniaje al que me refería al principio: el de aquellos Estados que además de poseer los medios cuentan con la técnica para manipular toda aquella información que les concierne. Ni el servicio exterior de información del Estado español, ni el de las empresas comerciales privadas cuenta con la técnica o competencia para contrarrestar ese vasallaje de los demás.
¡Cuántas veces los corresponsales españoles tienen que surtirse de versiones digamos americanas, alemanas, francesas o inglesas sobre temas bilaterales, económicos, militares o simplemente culturales, porque la maquinaria informativa oficial y diplomática española en esas capitales no funciona! Este es a mi juicio el peor de los coloniajes informativos a que estamos sometidos y es el que mantendrá, como no se arregle pronto, en un subdesarrollo a la naciente democracia española.
Es importantísimo y de una responsabilidad ciudadana y nacional enorme el cuidar nuestras propias fuentes. En los dos sentidos. Es una cuestión de mentalidad y de técnica. Y lo dicho anteriormente no debe aplicarse sólo a la proyección exterior de España o a la que del extranjero se ofrece al país, sino al propio funcionamiento interno de nuestra democracia. Es vital montar unos canales de información capaces y «habilidosos» desde La Zarzuela a las empresas industriales pasando por la Moncloa, las Cortes, el Ejército, los partidos políticos y las organizaciones sindicales. Sin información no puede desarrollarse la democracia.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.