Consideraciones sobre las próximas elecciones
La democracia es, obviamente, un sistema en el cual las grandes decisiones políticas se toman mediante elecciones, es decir, mediante consultas al pueblo sobre cuáles programas y cuáles dirigentes prefiere.Por otra parte, es indudable que para la validez de un resultado electoral hacen falta unas condiciones mínimas. Estas, a mi juicio, se refieren a los siguientes puntos: claridad de las opciones», presentación correcta e imparcial de las mismas; neutralidad de los árbitros. El primero se relaciona con el sistema de partidos políticos; el segundo, con el sistema de los medios informativos, y singularmente de los medios públicos (sobre todo, la televisión): el tercero, con el sistema electoral y con el Gobierno que preside las elecciones. Vamos a examinarlos punto por punto.
Secretario general de Alianza Popular
Dirección: Juan Ignacio Galván. Guión: Juan Ignacio Galván y Cecilia Bartolomé. Fotografía: José García Galisteo. Música: Luis Cobos y Manolo Galván. Intérpretes: Juan Pardo, Carmen Sevilla, Bárbara Rey, Julián Ugarte, Trini Alonso y HenryGregor. Española, 1978. Locales de Estreno: Fuencarral, California, Progreso, Juan de A ustria y A luche.
Para que unas elecciones decidan verdaderamente algo es necesario que al pueblo se le presenten alternativas que pueda entender, que sean realmente diferentes y matizadas que aludan respectivamente a valores y planteamientos importantes y, por supuesto, que no sean tan complicadas que queden fuera del alcance de la mayoría de los ciudadanos medios. Esta circunstancia se da en los países en los que funciona real y verdaderamente la democracia. Así, en Inglaterra, un inglés puede escoger entre un candidato conservador o laborista; en ambos casos sabe con toda precisión por qué programa y por qué equipo de Gobierno vota. Lo mismo ocurre en Estados Unidos, donde se opta por una Administración (como allí se dice) republicana o demócrata: en Alemania, donde se opta por una mayoría cristianodemócrata o socialdemócrata, o en Francia, donde se vota por un bloque marxista o por un bloque antimarxista.
Esta opción clara le es negada, en cambio, a otros países, como Italia y Portugal, desgraciadamente, así ocurrió también en nuestra España el pasado 15 de junio de 1977.
Frente a los que defendemos esta tesis se esgrime el argumento de que, en 1933 y en 1936, ello dió lugar a un enfrentamiento entre derechas e izquierdas, lo que llevó a los enfrentamientos armados de 1934 y 1936. Pero se olvida que la España de los años treinta, miserable, analfabeta e inexperta, no se parece nada a la de hoy, una España desarrollada, de clases medias, y que sabe leer, y que es perfectamente capaz de asumir la vida democrática si se le presenta la oportunidad en condiciones. Recordemos que, hace bien pocos meses, se afirmó, después de no confirmarse la victoria segura del programa común socialista-comunista, que si la mayoría presidencial ganaba por un pequeño margen, las masas se echarían a la calle. Por supuesto. no ocurrió nada semejante. Después se dijo que Giscard no tendría más remedio que llamar como primer ministro al derrotado señor Mitterrand. y tampoco.
El otro sistema, el de constante «apertura a siniesta», el de querer gobernar desde el centro pactando con la izquierda, es el sistema preconizado por el pobre Aldo Moro en Italia, y sus resultados están a la vista y no necesitan comentarios.
Pasemos a la segunda cuestión. La democracia no puede consistir en una serie de rnayorías automáticas inmovilistas, sino que sólo se justifica en la medida en que la decisión última corresponde a la opinión pública bien informada. Los partidos políticos han de presentar propuestas de programas y de candidatos; pero la mayoría de los ciudadanos han de serjueces independientes de lo que dicen y lo que hacen. No pueden serlo si las opciones no son simples y claras, como antes indicábamos, ni tarripoco si no les son presentadas de modo conipleto, objetivo y honesto por los medios informativos.
En una ciudad antigua o medieval, el ágora, foro o mercado era el lugar donde se producían los contactos normales y los intercambios que formaban la opinión pública. Desde finales del siglo XVIII hasta la década de los años treinta, en este siglo, la cadena de transmisión fueron los periódicos; uno era libre de confiarse al diario de su confianza o de leer varios para un contraste más amplio de opinión.
Hoy, la cuestión es más compleja. Se sigue haciendo opinión en cenáculos distinguidos, en los lugares de trabajo o dialogando con los taxistas (verdaderos y admirables Fígaros de nuestro tiempo), diarios y semanarios ocupan un lugar importantísimo en la conformación de la opinión; para la mayoría, sin embargo, el foro principal es el mundo audiovisual, creado por la televisión y la radio.
No nos enganemos: no habrá verdadera democracia, sino la más peligrosa de sus falsificaciones, si no se logra que ese mundo audiovisual sea políticamente neutral e informador objetivo de la ciudadanía. Así funciona ya en la mayoría de los países europeos, entre nosotros, desgraciadamente, todavía no, tampoco tenemos aún periódicos que lo publiquen todo en información, y con variedad de puntos de vista en el comentario, para dar al lector una verdadera oportunidad de reflexión. como los Times de Londres y de Nueva York.
Pasemos a la tercera y decisiva cuestión. Unas elecciones sólo son verdaderas con una ley electoral justa y un sistema imparcial de Gobierno. La ley actual no lo es; hay quien ha necesitado sólo 30.000 votos para lograr un acta de diputado y otros han necesitado más de 100.000, en una extraña lotería que debe terminar.
Más grave aún es que organismos como el Ministerio del Interior y la Radio Televisión Española estén en manos partidistas. Hay muchas fórmulas para evitarlo, más de una sería aceptable, pero lo que sería inaceptable es volver a los planteamientos de la campaña pasada. Lo que entonces estuvo mal, ahora sería pura y simplemente intolerable.
Y no vale decir que, en todas partes. el Gobierno saliente preside las elecciones. Todo el mundo sabe que, en países como Inglaterra, Estados Unidos o Alemania, la influencia de la Administración es nula en las elecciones. Entre nosotros no es así, y las próximas elecciones no pueden hacerse más que por un Gobierno neutral, o neutralizado en los departamentos y servicios clave.
Estas elecciones no pueden ser un nuevo falso consenso partitocrático, sino una opción clara y libre del pueblo español. Negársela sería una responsabilidad histórica de tal calibre que ninguna persona o institución podría resistirla.
Seamos todos conscientes de ello. Vamos a vivir unos meses decisivos. Si no deciden los españoles, si se decide por ellos, en vano se hablará de democracia.
Y las cosas sociales funcionan de tal manera que, por su propia gravedad, acaban siempre por casar el nombre con la realidad, y ésta con él nombre. La historia constitucional española lo demuestra de modo patente. Ojo, pues, los fabricantes de imágenes; la verdad va a estar a la puerta de la esquina.
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