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El arcaísmo en la filosofía actual / y 2

Los filósofos más creadores, posteriores a la generación de Edmund Husserl, se han esforzado, en varias direcciones, con mejor o peor fortuna, por una recuperación de la filosofía, comprometida en el siglo XIX, y una depuración de su contenido y, lo que es inseparable, de sus métodos. Su problema central era la superación del irracionalismo sin recaer en el viejo racionalismo. En cuanto al contenido, la aportación esencial fue el descubrimiento, bajo diversos nombres e interpretaciones, de aquella realidad irreductible a las cosas que es la vida humana.

Claro que estas denominaciones interpretativas llevaban consigo en ocasiones un enmascaramiento o desfiguración de esa realidad, que ha esterilizado no pocos esfuerzos inteligentes. Y, sobre todo, solo en un caso -en una dirección filosófica- se ha conseguido reivindicar plenamente la razón sin identificarla con el «racionalismo» (es decir, con la suposición gratuita y no justificada de que la realidad es ella de por sí racional).

Se había llegado, hace ya dos, tres decenios, a la situación más favorable para el hombre. de teoría: estar rodeado de problemas y saber cómo tratarlos; encontrarse ante nuevas realidades o nuevas dimensiones de lo real y poseer una óptica adecuada para percibirlas sin confundirlas; haber descubierto nuevos continentes y tener brújula y planos para orientarse. Sin embargo, de repente acomete un extraño desfallecimiento a buena parte de la filosofía, y esta retrocede allí donde había empezado: a fines del siglo XIX, a los umbrales de nuestro tiempo. Esto es lo que llamo arcaísmo. ¿Cómo se ha llegado a él?

Yo diría que se ha venido al arcaísmo filosófico desde fuera de la filosofía; es decir, desde disciplinas no filosóficas pero próximas a la filosofía, nutridas de ella y a la vez influyentes marginalmente sobre ella. Los no filósofos pero cultivadores de ciencias condicionadas por la filosofía suelen fundarlas en una filosofía penúltima. Hace medio siglo, Ortega publicó un artículo titulado «Pedagogía y anacronismo», donde mostraba cómo las doctrinas pedagógicas suelen estar fundadas en la filosofía de anteayer.

El crecimiento de la influencia social de disciplinas «vecinas» de la filosofía ha traído ideas filosóficas extemporáneas. Piénsese en la psiquiatría, en particular el psicoanálisis freudiano. La genialidad de Freud no parece discutible; la importancia de su interpretación de la vida spíquica y de su terapéutica es considerable; ahora bien, la obra de Freud está sustentada en una filosofía que era ya inadecuada en su tiempo, y era un tiempo de filosofías inadecuadas; su teoría psicológica está fundada en una concepción a la vez naturalista e irracionalista; plantea los problemas en términos de «conciencia» (y subconsciencia e inconsciencia), insiste sobre todo en el pasado, más que en el proyecto; todo ello es profundamente reaccionario, una especie de invitación a la prehistoria. Lo mismo podría decirse del marxismo, fundado a última hora en una versión simplificada de la filosofía de Hegel, con una buena dosis de darwinismo. El enorme volumen social del freudismo y el marxismo en los últimos decenios ha gravitado peligrosamente sobre los temas, el vocabulario, la bibliografía de la filosofía.

Análogas consideraciones habría que hacer sobre la sociología, la lingüística, la psicología. El que estas disciplinas «tengan que ver» con la filosofía ha llevado a que con demasiada facilidad se acepten sus preferencias, puntos de vista y limitaciones, y se proyecten sobre la filosofía misma.

Se preguntarán por qué no han reaccionado los filósofos, por qué no han afirmado las exigencias y el nivel histórico de la filosofía. Hay que hacer constar que algunos lo han hecho -y por eso existe aún filosofía digna de ese nombre-; pero el volumen de esas otras tendencias es tan abrumador, que los filósofos han quedado socialmente abrumados. (Se podría decir que eso no importa; lo malo es que a una gran mayoría de los filósofos les ha importado, y eso los ha puesto en condiciones de inferioridad.)

Además, gran parte del movimiento filosófico posterior a la guerra mundial podría englobarse bajo el nombre equívoco de «existencialismo», con el cual se han cometido suficientes irresponsabilidades intelectuales para proyectar descrédito sobre esos movimientos (y aparentemente sobre la filosofía). Ha habido alguna apariencia de razón al rechazar ciertas vaguedades difícilmente controlables y pedir algo más «sobrio» y «riguroso». (Esto mismo ocurrió a mediados del siglo XIX cuando se produjo la reacción positivista contra las desmesuras del Idealismo alemán.) Pero lo grave es que se ha deslizado en la filosofía el criterio «científico», sin advertir que el rigor filosófico es otro, y sobre todo algo más grave: que sólo la filosofía es filosofía; que esta tiene requisitos muy precisos, sin los cuales no existe. Gran parte de lo que ahora aparece bajo el nombre de filosofía no lo es, a veces es valioso e interesante; otras, no tanto; en todo caso, y es lo que aquí me importa, no es filosofia. Y el imponerlo como única filosofía posible significa, simplemente, la renuncia a la filosofía.

Yo diría que ningún enunciado aislado es filosófico. Por eso se pueden encontrar en otras formas de pensamiento contenido sumamente parecidos o literalmente iguales a ciertas tesis filósóficas, que sin embargo no son filosofía. Si se toman, por ejemplo, fragmentos de los filósofos presocráticos, no es difícil encontrar en textos religiosos, sapienciales, históricos o poéticos de otras culturas semejanzas que pueden ser extremadas; lo que hace que los escritos de los presocráticos sean filosofía es su pertenencia a una filosofía, a un intento de hallar una certidumbre radical sobre la realidad. Y esto envuelve -sea cualquiera su realización- una pretensión sistemática, en el sentido de que cada enunciado está siendo sostenido y justificado por todos los demás y emerge de una visión de la realidad en cuanto tal. Por esto suelo definir la filosofía como la visión responsable.

Si esto se olvida, los enunciados pueden ser, ciertamente, verdaderos y válidos -lo son, en principio, los que componen las ciencias y otros muchos más-, pero no son filosóficos. Es lo que sucede a una increíble porción de lo que hoy se presenta como filosofía, cuando es precisamente la renuncia a ella.

La radicalidad de la filosofía no significa una utópica pretensión de «perfección», ni tampoco que sea una ciencia total en el sentido de que agote la realidad. Todo conocimiento humano está esencialmente condicionado por una perspectiva, y la realidad excede siempre de él -por eso la filosofía encierra, junto a su verdad, su inevitable insuficiencia, su remisión a otras filosofías y, por tanto, a su continuación histórica, y excluye todo «absolutismo»-. Tampoco significa «ausencia de supuestos » (Voraussetzungslosigkeit), si se entiende por ello que «no parta de nada». La filosofía parte de multitud de saberes y, por supuesto, de la lengua, que es la primera interpretación de la realidad, anterior a todo contenido doctrinal. Dicho con otras palabras, no hay filosofía sin una «prefilosofía» que tiene ya a su espalda. Pero la filosofía consiste precisamente en dar razón de ella. Se parte de las certidumbres y del lenguaje, pero lo que hace la filosofía es volverse sobre todo ello y justificarlo, elevarlo a filosofía. Es ella la que decide de sus certidumbres previas y del lenguaje, no al revés.

Por otra parte, esa radicalidad consiste en la imposibilidad de renunciar a los problemas, si estos lo son estrictamente. Un problema no es simplemente algo que se ignora, es algo que se necesita saber. En filosofía es la necesidad, no la solubilidad, lo que define un problema. Aparte de que no tiene sentido en filosofia decidir la insolubilidad -puede estar condicionada por unos supuestos,y un método, y esto es justamente la «positividad» de las ciencias positivas, pero la filosofía puede revisar siempre sus propios supuestos y cualquier método dado-, siempre queda en pie la necesidad.

Los argumentos «antimetafísicos -de 1880 o de 1978, que quizá sigan repitiéndose en 1980- son perfectamente inoperantes, porque aunque probasen -lo que no es posible- la «imposibilidad» de la metafísica, dejarían en pie su necesidad, ya que la metafísica no es sino la forma filosófica adecuada de ese requisito de la vida humana que es la interpretación de sí misma, es decir, la teoría intrínseca sin la cual no es posible como realidad. Análogamente, aunque se pruebe -y en este caso no es difícil- la imposibilidad de la felicidad, esto no altera en modo alguno su necesidad. He definido al hombre como «el animal que necesita ser feliz y no puede serlo», y la felicidad como «el imposible necesario (Antropología metafísica, capítulo XXVIII). La metafísica es igualmente necesaria pero no igualmente imposible; y aunque lo fuera, esto no disminuiría su radical necesidad. El filósofo -como el hombre mismo- necesita ser y hacer muchas cosas determinadas, pero no necesita tener éxito.

Lo que ha sucedido en los últimos decenios ha sido un desequilibrio social dentro de la actividad filosófica. Por motivos nacionales y políticos, no filosóficos, han predominado cuantitativamerite en el escenario público los que podríamos llamar «filósofos marginales» o «adventicios» -llegados a la filosofía desde su periferia- o aquellos que representaban la perpetuación de posiciones que ya estaban superadas en las formas más creadoras de la filosofía del siglo XX. Diríamos que el «grueso del ejército» filosófico está tirando de los pies a la vanguardia que había llegado a una visión más honda de la realidad y a la vez del método filosófico. En eso consiste precisamente el arcaísmo.

En el último libro citado escribí estas palabras: «No sería inverosímil que la humanidad dejara escapar, Dios sabe por cuánto tiempo, el esencial descubrimiento de un nuevo sentido de la realidad, como el pescador indolente o agotado deja sumergirse de nuevo en el mar el enorme pez que un momento ha tenido apresado.»

El arcaísmo es, ciertamente, una posibilidad. Los que así lo deseen pueden instalarse para vivir en los últimos años del siglo pasado -en la moda, en el arte, en la política, en la filosofía-. Como pertenecen al pasado, van pasando antes de morir, antes de envejecer. Personalmente, me parece más interesante ser que haber sido, mirar hacia adelante más que refugiarse en un pretérito ya ensayado y vivido.

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