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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El futuro de la República gaullista

LA DECISION del partido gaullista (RPR) de presentarse en solitario en la primera vuelta de las elecciones legislativas francesas que se van a celebrar dentro de dos meses, viene a completar el perfil político de estos comicios, cruciales para el futuro del país vecino. Todo el conglomerado político decantado primero por diez años de gaullismo efectivo, y por casi otros diez de gaullismo sin De Gaulle, se está desmoronando a ojos vista. La llamada «mayoría gubernamental o presidencial» -concepto acuñado por el difunto presidente Georges Pompidou, ya que De Gaulle no lo necesitó- se ha dividido, mientras enfrente la oposición de izquierda, trabajosamente lograda a las puertas de las elecciones de 1973, y que llegó a su máxima cota en las presidenciales de 1974, también parece partida irremediablemente.De esta manera, la mecánica política francesa, basada durante la Quinta República en la unión de una mayoría conservadora en tomo primero a la figura de Charles de Gaulle y posteriormente aglutinada por sus propios intereses, que se apoyaban en un inteligente sistema institucional que dejó como legado el general, puede romperse para volver a la fragmentación que el país padeció durante la Cuarta República. André Malraux, ministro personal de De Gaulle de 1958 a 1969, expresó certeramente la dialéctica mecánica producida bajo la Quinta República, aun simplificándola, cuando dijo que «entre nosotros y los comunistas no hay nadie». En realidad, la figura de Dé Gaulle unía a su carisma histórico aspectos originales dentro de la derecha francesa. A una política interior conservadora y populista, al mismo tiempo -el «bonapartismo» es una constante periódica en la política francesa-, unía otra exterior progresista y, nacionalista, al mismo tiempo. Junto a ello, el general puso en marcha, de 1958 a 1962, un sistema institucional (que comenzó con una nueva Constitución y culminó con el establecimiento de la elección presidencial por sufragio, universal) entre híbrido y pragmático, entre el parlamentarismo y el presidencialismo, que ha conferido a Francía una evidente estabilidad durante cuatro lustros.

En un principio se trataba de un sistema impuesto -aunque aceptado por el electorado, merced al cansancio de los excesos anteriores y a la figura de De Gaulle-, que rompió con el fragmentarismo habitual en la política francesa. Hasta entonces, el electorado francés mostraba tenazmente sus preferencias por una atomización de partidos y un rechazo de los extremos. Punto clave del sistema fue la elección presidencial por sufragio universal y el sistema electoral legislativo, mayoritario por distritos y a dos vueltas. De esta manera se consiguió la estabilidad a base de simplificar en exceso la representatividad democrática.

Este sistema, contra lo que parezca, no hizo crisis en 1968, con la gran crisis económica y los sucesos estudiantiles y laborales del mes de mayo. Allí lo que hizo crisis fue la mística del sistema: De Gaulle se retiraría un año más tarde, por no reconocerse entre sus mismos partidarios que tradicionalmente lo habían apoyado. La izquierda, por su parte, tuvo que trasegar el sarampión «gauchista», y aceptó en profundidad este mismo sistema que había combatido durante veinte años, para buscar su unidad.Pero, esta unión de la izquierda se ha mostrado más beneficiosa para el Partido Socialista que para el Comunista, y en el fondo ha sido el partido de Georges Marchais quien ha roto esta unión, al no poder imponer sus tesis en la renegociación de¡ «programa común». En realidad, el electorado comunista no parece haber aumentado en estos años de unión, y las ganancial socialistas se han conseguido en su margen derecha. De ahí que los socialistas no pudieran aceptar las exigencias comunistas: las estadísticas más fiables concedían una relación de fuerzas entre ambos de tres a dos, y acreditaban a la izquierda unida como ligeramente mayoritaria en el país. Pero esta ruptura pone en tela de juicio todas las cifras avanzadas.

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Por su parte, en la mayoría gubernamental -cuyos perfiles coinciden, pese a todo, con la «presidencial», sobre todo a raíz de la desaparición del general De Gaulle de la escena política-, la evolución ha sido diferente y similar, al mismo tiempo. Georges Pompidou, pudo continuar sin demasiados problemas el sistema, pues era un antiguo gaullista, que ádemás había sido durante largos años el hombre de confianza del general. Sus finales desavenencias no adquirieron excesiva relevancia. Pero el fracaso del candidato gaullista en las elecciones presidenciales de 1974, Chaban Delmas, superado por Giscard d'Estaing en la primera vuelta, desencadenó una lucha profunda en las filas de esta mayoría. Mayoría por los pelos, además, dado el escaso margen con el que Giscard derrotó a Mitterrand. Esta lucha sorda al principio, ha sido expresa y declarada desde que Jacques Chirac se erigió en líder del gaullismo al fundar el RPR y conseguir por las bravas la alcaldía de París contra la izquierda, los giscardianos y los centristas, al mismo tiempo.

Centristas, giscardianos y los radicales de Ser,van Schreiber han suscrito el programa de Blois del primer ministro, Raymond Barre. Y los gaullistas han reaccionado contra este esbozo de «programa común» de la derecha anunciando que entablarán la batalla en solitario. Cuatro grandes fuerzas se presentan, por tanto, desunidas en la primera vuelta de las elecciones de marzo: gaullistas y el conglomerado giscardíano-centrista-radical, por una parte, y socialistas y comunistas por la otra. Del veredicto del electorado, que decidirá las preeminencias en cada caso, dependerá la supervivencia del sistema político de la Quinta República Francesa. Y dirá si este mismo sistema ha calado en profuirididad en el pueblo francés, por encima de su inicial artificiosidad.

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