Clubs ganan; árbitros pierden
El señor Olavarría arbitró en La Romareda y contemporizó a base de bien. Tuvo suerte, además, porque el partido Zaragoza-Atlético de Madrid transcurrió sin complicaciones. El fútbol es así y aunque a veces se precipitan los acontecimientos hacia el escándalo, en otras se cortan casi de raíz. De cualquier forma el hecho real es que el arbitraje español cuenta con demasiados condicionamientos en la actualidad como para pensar que pueda funcionar medio bien.Los árbitros en la Liga española se designan por sorteo y resulta irrisorio comprobar cómo semana tras semana, entre recusaciones, componendas y demás, para conseguir saber el colegiado que dirija un encuentro se necesitan sacar bolas y más bolas de un bombo refugio de nombres censurados por los intereses de los clubs. Unas veces es por un mal arbitraje en cierta ocasión, por un simple recuerdo; otras, la partida de nacimiento del árbitro. Cuando impera la ley del ganar al precio que sea, el fútbol español cae ya en las simas de la inmundicia total. ¿A qué extremo se llega si se duda continuamente de la honorabilidad de los árbitros? Si sumamos colegiados recusa dos y «non gratos» entre todos los equipos no existiría prácticamente ninguno libre de culpa.
La conclusión es bien triste. Los clubs no quieren justicia, porque sólo levantan sus voces cuando se sienten perjudicados. Lo que desean es ganar con el arbitraje favorable... sin que se note demasiado.
Pero más lamentable aún que las presiones y los cambalaches de los clubs, que lo pueden todo -hasta perjudicar a la selección y dejarla una vez más fuera de un Mundial- es que tampoco de los árbitros surja la voz que les haga callar. Sólo ellos, por libre, o dimiten o se plantan. El señor Plaza, su presidente, por lo visto, no vale más que para impedir que vuelva a arbitrar Camacho.
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