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Alcaraz, inspirado otra vez, sigue ganando color

Tras la prometedora victoria ante Korda, el murciano se reafirma contra Aliassime (6-3, 6-3 y 6-1, en 2h 19m) en dirección a los cuartos, en los que le espera Tsitsipas

Alcaraz volea durante el partido contra Auger-Aliassime en la Philippe Chatrier de París.
Alcaraz volea durante el partido contra Auger-Aliassime en la Philippe Chatrier de París.Ian MacNicol (Getty Images)
Alejandro Ciriza

Ahí está Juan Carlos Ferrero apremiando a su jugador, instándole a que dé un poquito más pese a que vaya ya por delante, set arriba. Cree el técnico que el chico puede, e insiste desde el box, una y otra vez: “Un poco más de continuidad en la intensidad. ¡Todo el rato, tío!”, demanda el preparador en este domingo de viento y frío, más bien desagradable para la práctica del tenis y precedido del vértigo de Swiatek, doble rosco la polaca, y la noche antes del aullido de Novak Djokovic. Se desconoce por dónde saldrá el serbio, pero llegan las rampas de verdad, este Roland Garros tan abierto empieza a definirse y uno y otro se posicionan; sufridor el número uno, emergente el murciano, quien ante Felix Auger-Aliassime hace la del discípulo aplicado: oye, atiende y ejerce: de acuerdo, Juanki, allá que voy, recto de principio a fin. 6-3, 6-3 y 6-1, en 2h 19m. Otra dosis de optimismo. Ya sobrevuela los cuartos.

Redimido dos días antes, cuando volvió a destapar el tarro de las esencias y se reencontró consigo mismo con una magnífica actuación ante Sebastian Korda, el de El Palmar mantiene la inercia y disfruta otra vez, eléctrico de piernas e inspirado en la definición. Luce de nuevo muñeca en la dejada, cubre pista a fondo y presiona al canadiense del primer al último parcial, expansivo y hostigador, evitando que se tuerza lo más mínimo la cosa; se despistó en la segunda estación y se enderezó con virtuosismo en la tercera, que encuentra continuidad en esta cuarta frente a un rival con tanto potencial como desorientación, porque Auger-Aliassime, todo dudas, demasiado cohibido en los últimos tiempos, no solo no progresa sino que se estanca. Ideal, por tanto, para reforzar la buena dinámica y recargar el tanque de confianza, que no abundaba y hoy día está a precio de oro en este presente indescifrable.

“Si le metes el segundo zúmbale, ¿eh? ¡Zúmbale!”, le insiste Ferrero, tipo exigente y tenaz, y aquí, reza el prosaico lema de la tribuna de la Chatrier, la victoria pertenece a los que la pelean, a los que van y van sin parar, a los que la quieren. Ha cambiado el gesto mustio de la llegada a este Roland Garros por ese otro en el que rechinan los dientes, en el que se detecta hambre y en el que la mirada se afila, sinónimo de voluntad. De deseo. Y esto último mueve el mundo, no es ajeno el tenis. El talento requiere de libido y también de convicción. Tiene 21 años Alcaraz, y la incertidumbre y los temores son elementos ineludibles en la travesía, pero el miedo a que pueda resentirse el antebrazo derecho va desapareciendo y su tenis ronaldinhiano y hedonístico va recuperando el brío, la chispa y las notas de color, tan diferente y tan plástico para el ojo semejante repertorio.

Lo dicen los que saben, lo goza McEnroe, rockero y disfrutón, voz de Eurosport. En medio del terraplanismo actual, un viaje en la montaña rusa. El español es algo distinto, fresco, diferente. Y el público de París, siempre inquieto, le espera con ansia. “Carlos es un individuo único. Es emocionante, el más divertido de ver, el más atlético, tiene más juego que nadie que haya visto de su edad”, lo elogia el estadounidense; “puede hacer cualquier cosa; de hecho, como puede hacer de todo, a veces intenta lo extraordinario y lo espectacular, en vez de buscar el alto porcentaje, pero creo que a medida que avance su carrera empezará a retroceder un poco, porque quiere emocionar al público y devolverle lo que cuesta la entrada, y a veces podría ganar más fácilmente. Pero me encanta ver jugar a este chico. Es eléctrico, es increíble para este deporte”.

Y en medio de este bienvenido progresar, al bueno de Auger-Aliassime le duele la espalda, hace lo que puede —masajes en la zona lumbar— y termina inclinándose en silencio. Lo intenta, pero es una quimera. Dolor de cabeza al principio, cuando el de El Palmar metió la cabeza en la élite, la distancia entre él (23 años) y Alcaraz es hoy día muy grande. Encaja 34 ganadores el canadiense, que se lleva un severo portazo la única vez que intenta tirar la puerta; 16 opciones de break se procura el vencedor, que divisa en la escala del martes al griego Stefanos Tsitsipas, adversario superior. No se admite la más mínima relajación. “¡Que pasen cosas, que pasen!”, continúa Ferrero cuando el marcador ya refleja un 5-0 en el último parcial, y el joven tenista calca el cierre de la ronda previa, volea templada, otro paso adelante. Más felicidad, que ya tocaba.

“Creo que es tu momento”, le dice a pie de pista la francesa Marion Bartoli, campeona de Wimbledon en 2013, aquella derecha a dos manos. “He jugado muy concentrado, sin altibajos. Me siento cada vez mejor”, responde él, que simplifica para explicar el repunte en el juego: “Creo en mí mismo”.

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Sobre la firma

Alejandro Ciriza
Cubre la información de tenis desde 2015. Melbourne, París, Londres y Nueva York, su ruta anual. Escala en los Juegos Olímpicos de Tokio. Se incorporó a EL PAÍS en 2007 y previamente trabajó en Localia (deportes), Telecinco (informativos) y As (fútbol). Licenciado en Comunicación Audiovisual por la Universidad de Navarra. Autor de ‘¡Vamos, Rafa!’.
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