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El renacimiento otoñal del liberado Dimitrov

El búlgaro vence a Tsitsipas (6-3, 6-7(1) y 7-6(3) y regresa seis años después a la final de un Masters 1000, en la que se medirá (15.00) con Djokovic, superior a Rublev

Dimitrov, durante el partido contra Tsitsipas en Bercy.
Dimitrov, durante el partido contra Tsitsipas en Bercy.YOAN VALAT (EFE)
Alejandro Ciriza

Si uno enciende el televisor y ve jugar estos días a Grigor Dimitrov, pensará que los últimos seis años del búlgaro han sido tan solo un mal sueño, que todavía hay tiempo, que esa cantinela de Baby Federer no era justa –nada ni nadie se acerca al genio– pero escondía algo de verdad, porque si hay un tenista terrenal –de carne y hueso, no como el suizo– que sea un superclase ese es él, deseo prohibido, el artista descarriado que tantos y tantos sueños del aficionado frustró. Escribir de Dimitrov es escribir de desventura, de tormento, de mucho sufrimiento a escondidas y de aquellas comparaciones odiosas que no hacen ningún favor. A él se le observaba como el heredero, pero quedó en poco más que un suspiro, primero, y en un efímero amago, después. Sin embargo, ahí sigue, en pie, revolviéndose en busca de una última oportunidad y regalando caramelos en la pista de París-Bercy.

“He aprendido a no pensar en las oportunidades perdidas”, dice tras batir al griego Stefanos Tsitsipas (6-3, 6-7(1) y 7-6(3) y ganarse un hueco en el cartel definitivo de este domingo, sonriente y feliz, de alguna forma liberado. “Ya no tengo que demostrarle nada a nadie, lo hago todo exclusivamente para mí. No puedo expresar lo que significa esto. No he vuelto, simplemente nunca me fui. Acepto todo lo que me ha sucedido y por todo aquello que he tenido que pasar, sin pensar en si he desperdiciado oportunidades”, agrega el búlgaro, que a sus 32 años ya compite por el mero hecho de disfrutar, y no por la obligación de responder a las enormes expectativas que generó en su acceso a la élite, o de aquellas más moderadas (realistas) que suscitó en 2017, cuando elevó su primer y único Masters 1000, en Cincinnati, y también la Copa de Maestros.

Desde entonces, una profunda caída en un agujero anímico y una lesión tras otra, de crisis en crisis sin hallar remedio hasta que se reencontró con Daniel Vallverdú, el técnico que le reanimó aquella temporada. “Grigor cree de nuevo en él y en su juego. Su confianza el año pasado era baja [26 victorias, por las 24 del anterior, las 18 de 2020 y las 22 previas] y el progreso ha sido fantástico. Solo hay una cosa que pueda ayudarle a recuperarla: los triunfos. Ha conseguido más de 40 este año [41], y eso es un gran impulso”, destaca el preparador, que de la mano del inglés Jamie Delgado han reanimado a un tenista traducido en una cuestión de fe, porque Dimitrov es eso: creer y creer, sabiendo que probablemente nunca vaya a suceder lo imaginado.

“Mi sensación es que he dado un cambio mental en la gira asiática”, aduce, instalado en el 14º puesto mundial y habiendo rendido a lo largo del último mes a jugadores de la talla de Carlos Alcaraz y Daniil Medvedev, sin renunciar a nada en el choque de este domingo (15.00, Movistar Deportes) contra Novak Djokovic, superior al ruso Andrey Rublev (5-7, 7-6(3) y 7-5). “Llevo todo el año jugando bien, pero allí [semifinales en Chengdú, cuartos en Pekín y semifinales en Shanghái] disfruté mucho. He vuelto a ser un tenista que busca las cosas mediante sus propias armas, no esperando los errores de los demás. Mi objetivo es ganar o perder por mí mismo. Últimamente estoy controlando mis emociones y he tenido la actitud correcta. Sé qué ha pasado en mi carrera, pero no siento ninguna lástima”, cierra.

Los precedentes dicen que será más bien difícil que pueda con Nole, superior en 11 de las 12 veces que se han enfrentado. Su única alegría procede de la Caja Mágica de Madrid, cuando alzó los brazos en una velada infernal para el serbio, silbado por la grada en 2013. Sobre el papel, las posibilidades de Dimitrov son escasas, pero si en lugar de ceñirse a la teoría se recurre a la práctica, el juego del búlgaro a lo largo de esta semana ha sido considerablemente superior. A golpe de supervivencia, el de Belgrado ha logrado aterrizar en la final, pero Tallon Griekspoor, Holger Rune y el propio Rublev dispusieron de oportunidades y le exigieron los tres sets. Afectado por un virus estomacal, el número uno se aferra a su instinto: “De algún modo encuentro la fortaleza, la energía y la adrenalina, luchando y sin darme por vencido, creyendo siempre que puedo remontar”.

A Djokovic le hará falta un extra: en pleno otoño, un esteta de nombre Grigor Dimitrov vuelve por sus fueros. Sin lastre.

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Sobre la firma

Alejandro Ciriza
Cubre la información de tenis desde 2015. Melbourne, París, Londres y Nueva York, su ruta anual. Escala en los Juegos Olímpicos de Tokio. Se incorporó a EL PAÍS en 2007 y previamente trabajó en Localia (deportes), Telecinco (informativos) y As (fútbol). Licenciado en Comunicación Audiovisual por la Universidad de Navarra. Autor de ‘¡Vamos, Rafa!’.
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