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¿Todos somos Messi?

El escritor argentino Martín Caparrós y el mexicano Juan Villoro mantienen una correspondencia durante todo el torneo y constatan que el balón sabe también mucho de amistad

Juan Villoro
Mundial Qatar 2022: Los argentinos Ángel Di María y Lionel Messi
Los argentinos Ángel Di María y Lionel Messi, tras el partido entre Arabia Saudí y Argentina, en Doha (Qatar).ANTONIN THUILLIER (AFP)

Martín querido:

Va un despeje de angustia: pensaba consolarte por la crisis de Argentina, pero después de leerte tendrás que consolarme a mí. Tu carta me ha sumido en una convincente depresión. Comparado contigo, Pessoa es eufórico.

Lo peor es que tienes razón. El asesinato de Khashoggi orquestado por Arabia Saudita no pudo ser más atroz. Y agregas un dato de esos que hacen inolvidables las historias: el periodista arriesgó su vida al buscar papeles en el consulado saudita en Estambul para casarse por cuarta vez. Según el doctor Johnson, quien reincide en el matrimonio revela el triunfo de la esperanza sobre la experiencia. Amenazado de muerte, Khashoggi era un profesional de la esperanza. Su cuerpo repartido en dos maletas fue una intolerable afrenta a la libertad de expresión y al optimismo amoroso.

Los jugadores de Arabia Saudí no son responsables de las ejecuciones de su país (tampoco la Argentina de Menotti era responsable en 1978 de las torturas que se cometían en la ESMA, no muy lejos del estadio), pero indigna que los jeques del petróleo y de la sangre capitalicen ese triunfo y ahora contraten a quien nació para ser visto como el mejor niño de Rosario.

No es la primera vez que Leo derrapa fuera del campo. Fue el evasor fiscal más famoso de Barcelona y solo evitó la cárcel porque con la condena de 21 meses alcanzaba fianza (con dos más, habría hecho sus jugadas de área chica en una celda).

La Pulga tiene la excusa de que no se entera de nada: otras personas manejan su destino. Sin embargo, esta versión del genio como títere contrasta con lo que de él dicen sus amigos y con lo que puede ser visto en documentales. Antes de la final de Argentina contra Brasil, en la pasada Copa América, Scaloni tomó una decisión muy suya: se alejó del vestidor y dejó que el 10 lanzara la arenga. Messi no alcanzó la retórica que le atribuimos a tu tocayo San Martín, pero habló con intensidad de los 45 días lejos de las familias, las esperanzas truncas (la suya era la peor: cuatro finales perdidas antes de ésa), la ilusión de revertir el destino. Di María es de lágrima fácil, pero hasta el Papu Gómez se conmovió con el discurso. Alguien que habla de ese modo no puede ignorar que existen los impuestos; tampoco, que en Arabia Saudí se degüella sin otro recurso judicial que las corazonadas de un príncipe.

Hasta ayer, los mexicanos, siempre contradictorios, queríamos ganarle a Argentina y que Messi siguiera en el Mundial. En el fondo, estábamos dispuestos a brindar nuestra mejor estrategia en las batallas: el sacrificio heroico para no eliminar a Messi. La inmolación podía valer la pena; los cadáveres de la selección no solo serían el alimento de los buitres, sino de la unidad latinoamericana. ¡Viva Simón Bolívar, hijos de la chingada!

Pero todo ha cambiado: jugaremos contra la figura que promueve el Mundial de 2030 para Arabia Saudí.

Y ya dijiste lo peor: Cristiano rechazó la misma oferta. El Adonis de Madeira, que juega para verse en el espejo, está dando sorpresas. Sabíamos de su infancia quebrada, la demolición psicológica de su padre en la guerra de Angola y su alcoholismo posterior, pero eso no acababa de singularizarlo; a fin de cuentas, la tragedia es la dieta del héroe. Chutar al ángulo exige sufrimiento.

Lo extraño sucedió hace poco. Si Gandhi sacudió los cimientos del imperio británico con un puñado de sal, Cristiano lo hizo propio con una botella Coca-Cola. El 7 de Portugal retiró el refresco en una rueda de prensa y recomendó beber agua. Con ese gesto, la empresa perdió 4.000 millones de dólares en la bolsa. Luego, CR7 asumió una conducta única en el planeta fútbol: confesó estar deprimido. Correspondía al país de Pessoa (que imaginó “un domingo al revés”, “un festivo pasado en el abismo”), inaugurar la melancolía en la cancha.

Cristiano se depila con tal perfección que cuesta trabajo atribuirle vida interior; sin embargo, a los 37 años rompió el récord más original de su carrera: aceptó ser vulnerable. La muerte de un hijo que estaba a punto de nacer lo devastó y removió turbulencias anteriores. El Manchester United lo quería de inmediato en el campo, pero él ejerció los derechos de un hombre triste. Llegó a Qatar sin haber jugado lo suficiente, pero ante Ghana se convirtió en el primer futbolista en anotar en cinco mundiales. Ese logro deportivo también fue un triunfo moral.

Nuestras pasiones han sufrido una voltereta. Mientras el bienamado Messi firma contratos como si pensara con la zurda, Cristiano brinda ejemplo.

El boicot a Arabia Saudí 2030 comienza el sábado y la fuerza de la razón se llama México. ¿Exagero? ¡Por supuesto que sí! Que nadie me culpe de objetividad al ver ese partido.

Ida y Vuelta

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