Pedri y los lobos
El jugador de la selección y el Barça tuvo siempre un segundo para pensar, que en Pedri es media hora. A jugadores así no los define la calidad ni el físico ni la inteligencia: los define el tiempo y lo que hacen con él
En el minuto 10.37 de partido había ocho jugadores de Costa Rica entre España y el gol. En el minuto 10.45 quedaban cinco, y asustados. Lo que pasó en esos segundos fue un trueno. Marco Asensio pisó el balón de espaldas a la portería en una zona sensible, los barrios residenciales del campo, esas tierras que no están cerca ni lejos, lugares en los que aún se merienda a media tarde hasta que un día, del otro lado de la carretera, un ladrillo revienta una ventana. En fútbol ha triunfado la expresión tres cuartos; en realidad, esa zona es la zona en la que ocurre todo, donde un equipo sabe si está defendiendo bien y el otro sabe si está moviendo la pelota por moverla, como mueven los ricos el dinero sin saber por qué, o hay un objetivo criminal entre manos. ¿Cómo se sabe lo segundo? Cuando la pelota no se controla: cuando la pelota se mueve a un toque. Por eso, cuando Asensio la pisó de espaldas a Costa Rica, nada hacía prever el vértigo.
La soltó rápido para Pedri, que se la devolvió a un toque, y Asensio, de nuevo sin pararla, a Busquets, que la abrió para Alba. Tras soltarla, Asensio echó a correr hacia la izquierda y su desmarque limpió el borde del área para que pasasen dos cosas: que Dani Olmo saliese de su posición de rematador a la de mediapunta, encontrándose solo, y que Alba lo viese. Gavi solo tuvo que dar dos pasos para recibir el balón de Olmo y soltarla elevando la pelota, que tocó en un rival y la desvió un poco —un pase sucio, a veces, es como una bomba sucia: más destructor— desembarazándose de los pocos costarricenses que ya quedaban por el camino. Dani Olmo hizo uno de esos controles que definen una forma de estar en el campo y en la vida; la bajó hacia sí, obstaculizando al rival ya superado con el cuerpo, y se la picó a Keylor Navas. Pocas cosas hay más bellas en el fútbol que un control. Un futbolista empieza por saber parar la pelota: quien no la para no la mueve. Y quien además la para y convierte el control en un primer toque, o directamente un regate, mueve a su equipo y mueve al contrario. Olmo detuvo la pelota dejándola lista para disparar, y su remate hizo explotar el marcador.
El partido fue siempre de Pedri, sobre todo en la primera parte, el descorche feliz de años veinte, una era del jazz: juventud y champán por todas partes. Pedri tuvo un segundo para pensar, que en él es media hora, y a Costa Rica ese segundo le pesó en las piernas como un bloque de hormigón. A jugadores como Pedri no los define la calidad ni el fondo físico ni la inteligencia: los define el tiempo y lo que hacen con él. Para ellos, cada segundo sin marcaje con el balón es una eternidad; cuanto más cerca del área estén, más distorsionan el espacio y el tiempo, y por tanto más desordenan, sumiéndolas en el caos, a las defensas contrarias. Pedri, jugador de élite en el centro del campo, puede convertirse en un jugador de época rozando el área. Es una aleta de tiburón moviéndose como un radar mientras los contrarios se atrincheran, incapaces de saber si atacará él mismo o mandará a los suyos.
Empezaron a caer goles, hasta siete, ante una Costa Rica aturdida que vio sobre el campo lo que puede ser España, una selección construida sobre el fundamento de la campeona del mundo: balón rápido, a ser posible a un toque, hasta desencuadernar a los rivales y empezar a despejar el camino a la portería saltándose líneas mientras le abre las jaulas a los galgos por las bandas o a los cerrajeros iluminados como Pedri por dentro, el lugar en el que se acumulan las piernas y casi siempre es de noche, donde se aprietan los contrarios como las formaciones de tortuga de la Antigua Roma; los sitios sobre los que Pedri y España caen como bombas de racimo.
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