Una pesadilla para el último de Messi
En un Mundial poblado de rarezas, Arabia Saudí le ganó el primer partido a una Argentina que no logró ser ese “todos para uno y Messi para todos”
El último Mundial de Lionel Messi arrancó con una pesadilla para el ídolo globalizado, su país y los fanáticos que suma en los distintos rincones del planeta: Argentina arrancó la Copa con una sorpresiva derrota contra Arabia Saudí que hizo desinflar egos, desestabilizar esperanzas y euforias, y tambalear estructuras. La más concreta es la del invicto que hilvanaba el equipo de Lionel Scaloni, el campeón de la Copa América, que acumulaba 36 partidos sin derrotas, pero que ahora, frente a los ojos del mundo, protagonizó la primera sorpresa del torneo.
En Argentina y por las calles el cachetazo fue un dolor colectivo: hubo quienes se atragantaron con medialunas este martes post-feriado en el que las panaderías modificaron su horario y abrieron especialmente a las seis de la mañana para quienes se juntaran a ver el partido. La efervescencia tenía lógica, además de la característica confianza —¿soberbia?— argentina que indica que la Selección siempre es candidata, más allá de que no siempre haya sido así.
Después de una relación histórica inestable con los hinchas, Messi llegó a esta Copa despojado de cuestionamientos. La obtención de la Copa América fue la cura para su mala racha personal en cuanto a títulos con la celeste y blanca y también el antídoto a las críticas: un remedio que lo depositó en Qatar como el ídolo absoluto. Había tranquilidad: la polémica sobre el nivel de argentinidad del astro del PSG —que reside en Europa desde los 12 años— ya había sido saldada. Si el “aguante Argentina, la concha de su madre” que había dicho de joven después de dar una vuelta olímpica con el Barcelona no había alcanzado, todos estos años —de fútbol, pero también de renuncias y vueltas al seleccionado, más los festejos por la Copa América— habían marcado que el rosarino es más argentino que el dulce de leche. Ni un acento catalán puede encontrarse en su lenguaje, todavía con las “eses” aspiradas como si nunca se hubiera ido de Rosario.
Antes de pisar el mundo árabe había declarado que esta sería su última Copa: el último baile para obtener el único trofeo que le falta.
En el campo arrancó el partido como delantero y ya en los primeros minutos la estrategia de Arabia Saudita quedó clara: achicar el espacio, juntar líneas y empujar al rival a quedar en posición adelantada en cada ataque. La estadística con el partido terminado (10 offside en total) indica uno de los síntomas que Argentina no pudo resolver. Cómo jugar cuando los pases entre líneas no llegan a buen puerto.
Antes de la sensación de catástrofe había sido Messi quien abrió el marcador, con un penal sancionado gracias al VAR. En ese primer tiempo la selección de Scaloni —depositaria de tanta confianza y tanto cariño que fue apodada como la Scaloneta— tuvo minutos del fútbol que construyó en esta gestión, una mixtura que parecía perfecta entre jugadores jóvenes, la nueva camada, y quienes arrastraban cicatrices por finales perdidas, como Di María, Otamendi y el propio Messi.
Argentina no logró cambiar el chip y ser ese todos para uno y Messi para todos. De Paul, uno de los socios perfectos que descubrió en esta etapa, no logró conectar con el 10, que se mostró incómodo, sin poder influir como habitualmente lo hace.
Y después apareció la tecnología como arrancacorazones. A instancias del VAR fueron anulados tres goles: uno a Messi y dos a Lautaro Martínez. Los giros de la historia pueden ser insólitos. La tecnología llevó a que el país de la Mano de Dios padeciera, en este primer Mundial sin Diego Maradona, la modernidad del juego más popular, modificado por las ideas del hombre. Son varias las rarezas: en Argentina este es el primer Mundial de la historia que se disputa en verano.
Arabia Saudita dio vuelta el partido en cinco minutos, después de dos errores de la defensa argentina. Fue un premio a la inteligencia táctica y a la ambición: un partido que quedará en la historia y en el que Arabia Saudita fue el aguafiestas de Messi y compañía. Se trató además de un castigo para los pocos recursos que mostró la albiceleste. Noventa minutos después de un juego, de la caída, y casi sin escalas, los medios de comunicación pasaron de la euforia al cataclismo: se habla de tormenta, de catástrofe y de ánimo roto. Se revisan Mundiales: aparece el fantasma de la eliminación en primera ronda en 2002, pero también el tropiezo en el debut en Italia 90, cuando Argentina perdió contra Camerún, pero terminó jugando los siete partidos.
Messi, mientras tanto, pidió confianza. Nadie más que él quiere que el hechizo que tanto (le) costó consolidar se rompa por una derrota.
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