Japón desgaja a España en el Mundial
La selección asiática se impone con una exhibición de contragolpes eléctricos al equipo de Vilda, inoperante con la pelota, que jugará con Suiza el sábado en octavos
España no perdió la identidad pero sí la compostura frente a una Japón de lo más trilera, pues sugirió que lucharía por el esférico y se limitó a negar espacios y líneas de pase con una defensa de lo más abrigada para salir al contragolpe. ¡Y vaya contras! Carreras hipersónicas con mala baba, garrotazos que desgajaron a España. Una bofetada de realidad para el equipo de Vilda, que no superó la prueba del algodón. Hasta el momento se había medido a rivales de plastilina como Costa Rica y Zambia. El partido definía el líder del grupo y del resultado se esperaba al fin un diagnóstico sobre las posibilidades reales de La Roja. Y lo que parecía oro se quedó en pirita, un topetazo de bruces contra el suelo relatado con cuatro goles. Queda tiempo, en cualquier caso, para recomponerse, para explicar que un mal día se puede tener siempre y que a España le sobra fútbol. El sábado le espera Suiza en octavos (7.00, La1).
El día ya advirtió de buena mañana que no estaba para alegrías: cielo plomizo de nubes densas, lluvia incordiosa y un viento con unos picos que alborotaban la ciudad de Wellington, también afligida por un terremoto cercano de magnitud 4.3 la noche anterior. Hizo temblar los edificios y contagió los temores. Ninguno como el que transmitió Japón con su puesta en escena. Con un 5-4-1 en defensa que se convertía en un 3-4-3 en ataque, el conjunto nipón se expresó con las contras al galope, corre, corre que te pillo. Le salió de maravilla, porque con solo el 23 % de la posesión desdibujó y descosió a España. Ningún equipo ha ganado un partido en un Mundial femenino con menos pelota, desde que Opta guarda registros, en 2011.
Resulta que este lunes en Wellington el balón solo rodaba entre las botas de La Roja, posesión sin mordiente porque el rival, atrincherado y de la mano, regido bajo la ley de los cinco metros —cinco con la compañera de delante, la de detrás y las de los lados—, era un bloque granítico en el que no se vislumbraban rendijas. Requería el duelo que España moviera el esférico con diligencia y precisión, que también otorgara profundidad a su fútbol. Pero le costaba horrores porque por más que amasara la pelota, su juego asociativo se cortocircuitaba en la zona de tres cuartos: no se generaban superioridades en las bandas —Mariona tiraba hacia dentro y ocupaba espacios de Alexia—; y no llegaban balones por los carriles centrales ni entre las líneas porque las interiores no tenían espacio para recibir ni catapultar. Un desbarajuste para España, que no encontró la hoja de ruta. Acaso Aitana al explicar que en el área no se está, sino que se llega, ruptura desde la segunda línea que casi le da para poner el lazo a un centro de Mariona.
Tanto le daba a Japón jugar en la cocina de su casa, abrigada en su área, dichosa porque España no se definía en las áreas. Ni en la rival ni en la propia. Entre otras cosas porque la zaga, siempre atrevida, asumió los riesgos que habitúa. Y esa fue su condena, lastrada por la baja de Ivana, penalizadas todas por un rival que sabía a qué jugaba. Le bastaban dos pases para desconchar el entramado defensivo contrario. Como ese desplazamiento cruzado desde la raíz, control y pase en profundidad de Naomoto para que la diagonal de Miyawaza le enseñara la matrícula a Rocío Gálvez, para que batiera a Misa con un pase a la red. Hachazo para España y palmadas reconfortantes para Japón, que de buenas a primeras tenía el partido donde quería, por delante en el marcador y sin exigencias ofensivas, despreocupada por ganar metros y atornillada cerca de su área para descascarillar el fútbol de España.
Sucedió que La Roja tropezó dos veces y tres en la misma piedra porque a Japón le alcanzó con otra contra para retratar a Rocío Gálvez, incapaz de cerrar la línea ni los espacios, colocada de mala manera, lenta en la corrección y superada por las carreras rivales. Cosa que aclaró Ueki con un desmarque, un control y un remate que Paredes tocó, pero no desvió lo suficiente: otro gol. Había más; tras una pérdida de Paredes, Miyawaza volvió a tirar la diagonal, a recibir y a definir ante Misa. Tres goles como tres soles nacientes al entreacto. Japón en el cielo y España rota.
Trató La Roja de recomponerse, abrir las alas y buscar las superioridades por fuera —como esa internada de Ona que se resolvió con una pared con Mariona y un disparo demasiado cruzado—, sacar centros en busca de una Jenni Hermoso que luchó sin rascar la bola. No había forma de meterle mano a una Japón que seguía con su plan a rajatabla, feliz también porque Alexia ya estaba en el banquillo sin haberse significado.
Jugó España para ganar y se perdió en su fútbol, estéril con la posesión, desnortada ante la intensidad rival y resquebrajada ante unas contras de arrea, como evidenció una vez más Tanaka al descifrar de nuevo la tibieza de Rocío Gálvez con un nuevo tanto. No es el punto final, sino un aviso de que el fútbol de salón no reverbera sin pases rápidos, sin controles perfilados y sin profundidad, sin remates que llevarse al gaznate y, sobre todo, sin gobernar las áreas.
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