La Champions y el fútbol cabrón
Un contragolpe como una puñalada le dio al Liverpool un triunfo insoportable de los que te dejan haciendo preguntas sobre la justicia, el mérito, y hasta el bien y el mal


El fútbol no tendría la reputación que tiene si hiciera siempre lo que esperamos que haga. Por esa razón, hay ocasiones en que tenemos una esperanza contraria a la razón antes de partidos en que partimos como víctimas. De la misma forma, nunca nos sentimos favoritos precisamente porque conocemos los caprichosos giros de los asuntos futbolísticos. Esta semana de Champions estuvimos ante algunos de estos ejemplos en los que la justicia no premió el mérito. Siempre que ocurre, me parece que el fútbol se está traicionando a sí mismo. Como si después de tanto tiempo yo no supiera lo cabrón que es.
El PSG hizo un ejercicio de ambición y generosidad que desarmó al poderoso Liverpool de esta temporada. Atacó por tierra, mar y aire sin descanso ni puntería y, cuando acertaba con la portería, se encontró con que Alisson hizo el partido de su vida con paradas imposibles. Cuando el partido agonizaba, un contragolpe como una puñalada le dio al Liverpool un triunfo insoportable de los que te dejan haciendo preguntas sobre la justicia, el mérito, y hasta el bien y el mal. Como si hubiera dos juegos, uno razonable y otro, potestad del fútbol, que es más o menos como tirar los dados.
Por eso es muy difícil contestar las preguntas que nos dejó el Madrid-Atlético. El partido, como tantos de estos días, fue ajedrecístico de la peor manera, porque la táctica se puso al servicio de la prudencia. Como también los aficionados participaban del miedo, dieron por buena la sosería y el resultado. ¡Las dos aficiones! Tres veces sonó el despertador con goles que nos recordaron la categoría de futbolistas que, escapando del libreto, marcaron el partido con jugadas que poseían todos los atributos de una obra de arte: creatividad, atrevimiento y, por supuesto, la eficacia que el fútbol le pide a la inspiración de los artistas. Los goles pueden potenciar o arruinar la confianza de un equipo, pero en esta ocasión, después de cada conmoción, los dos equipos volvieron disciplinadamente a encontrar refugio en el juicioso plan general.
El Atlético de Madrid fue al Bernabéu pensando en el siguiente partido. Si esto dura 180 minutos reglamentarios, mejor tomarlo con tranquilidad. Minimizó daños confiando en el amparo que su gente le dará el próximo miércoles. Puede que sea un buen negocio, pero en mitad del partido recordé una frase de Alessandro Baricco: “A veces me pregunto qué estamos esperando dejando pasar el tiempo. Quizás a que sea demasiado tarde”. Cita que no es textual ni referida al fútbol, pero que mi mala memoria rescata para la ocasión. La leyenda europea del Madrid merece ese respeto, pero el fútbol es un juego de momentos y creo que el Atlético no aprovechó el suyo. Aún no sabemos si tendrá una segunda oportunidad, pero si rememoramos lo que pasó en el PSG-Liverpool, a lo mejor fue la decisión correcta. El fútbol contestará las dudas.
También el Real Madrid jugó con la guardia alta. Comenzó ganando, pero no aprovechó el desconcierto para tirarle el Bernabéu encima a su rival, como hizo tantas veces en competiciones europeas. Mucho más preocupado por el orden, decidió tomárselo con calma y minimizar riesgos esperando, también, el segundo acto de la eliminatoria. La máquina de producir gloria que es el Real Madrid confía en la vuelta. Su fuerza reside en una evidencia: lo ha hecho antes. Y no pocas veces.
El segundo partido ya está aquí y no esperará a nadie. Vida o muerte. El Atlético con su Metropolitano encendido, el Madrid con el peso incomparable de su historia y el fútbol con sus dados para tenernos a todos con el corazón en un puño.
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