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Alienación Indebida
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Nos estamos cargando el fútbol

¿Es ese el fútbol que nos estamos cargando, el de las injusticias flagrantes que pasamos por alto cuando nos cae bien el afortunado?

Fútbol
Alvaro e Isi lamentan una decisión de Melero López en el partido ante el Barcelona. Albert Gea (REUTERS)
Rafa Cabeleira

La única verdad absoluta sobre el arbitraje actual la escribió Enrique Ballester hace unos años en forma de tuit: “Con el reglamento en la mano no es penalti, porque el balón da en el reglamento y no en la mano”. Lo demás, por suerte o por desgracia (qué sé yo, hay gente para todo), se ha convertido en materia de discusión constante y machacona, pues nadie sabe ya, a ciencia cierta, qué tipo de manos, agarrones, pisotones o insultos son sancionables y cuáles no. Ni siquiera los propios árbitros parecen saberlo. En el último partido de la jornada, por no irse mucho más allá en el tiempo, el mismo tipo de penalti se pitó en una de las áreas, pero no en la otra, con la consecuente bronca mediática y la repetición hasta el exceso de la última frase de moda: nos estamos cargando el fútbol.

Nada similar, o nada que yo recuerde, al menos, se dijo en el partido de ida. Protestó el Barça y se indignaron sus aficionados (algunos en columnas de opinión, como esta) con un penalti de libro sobre Dani Olmo que se fue al limbo, privando al conjunto catalán de una golosa oportunidad para llevarse los tres puntos de Vallecas. Pero nadie dijo aquel día, ni en los inmediatamente siguientes, que nos estábamos cargando el fútbol. Por lo que sea. Sus razones tendrán quienes lo afirman tan alegremente, metiéndonos a los demás en el ajo, que para eso sirve desde tiempos inmemoriales la primera persona del plural. Personalmente, yo no tengo la sensación de estar contribuyendo a semejante destrozo, pero nunca se sabe. Lo que sí tengo son preguntas, a menudo sin respuesta, pues responderse a uno mismo entra en el terreno siempre pantanoso del yoísmo: ¿qué fútbol nos estamos cargando, exactamente? O, mejor dicho, ¿el fútbol de quién?

Habrá quien defienda que el VAR le resta magia e inmediatez al espectáculo. Algunos goles se celebran hasta dos veces, la segunda con un tiempo de espera que, en ocasiones, nos remite a las citas médicas en algunos centros de salud. Y alguno, como el de Maradona a los ingleses, aquel tan icónico de La mano de Dios, jamás hubiese subido al marcador porque hasta un chimpancé apartaría las connotaciones religiosas del asunto y vería que fue un hombre, quizás el más humano de cuantos hayamos conocido, el encargado de alzar el puño tramposo para engañar al árbitro y echar por tierra las esperanzas de todo un país. ¿Es ese el fútbol que nos estamos cargando, el de las injusticias flagrantes que pasamos por alto cuando nos cae bien el afortunado? ¿Era más fuera de juego, o estaba más legitimado, el que pitaba un juez de línea levantando su banderín que el señalado por la tecnología?

Hace muchos años, en algunos pueblos de Galicia como el mío, los mariscadores furtivos huían por los montes cercanos a la playa perseguidos por un par o tres de guardias civiles, farolillo en ristre, y algunos paisanos creían estar viendo pasar a la Santa Compaña. Aquel misticismo se terminó con la llegada del alumbrado público, pero nadie dijo entonces que nos estábamos cargando la procesión de los muertos, ni se abogó por mantener la oscuridad en las calles, algo que ahora se pretende hacer con el fútbol porque a los poderosos de turno parece interesarles más la tradición que cualquier aproximación a la justicia. Porque, y esta podría ser la cuestión, entre expulsar a un futbolista sordomudo por protestar, o a otro que se expresa como un Peaky Blinder, cargarse el fútbol parece ser lo segundo.

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