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FÚTBOL
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Barro en la sala de prensa

Las críticas de Xavi a periodistas forman parte de una tendencia que encontró su punto álgido durante la etapa de José Mourinho en el banquillo del Real Madrid

Xavi Hernández entrenador del FC Barcelona
El entrenador del FC Barcelona, Xavi Hernández, durante la rueda de prensa previa al partido con Atlético de Madrid en el Wanda Metropolitano.Alberto Estévez (EFE)
Daniel Verdú

No está claro cuándo empezó exactamente, pero las ruedas de prensa, zonas mixtas y cualquier espacio de promiscuidad profesional entre periodistas deportivos y entrenadores comienzan a oler demasiado a barro. Lo de Xavi estos días, lo de señalar públicamente a Ramon Besa por un artículo que escribió en el que ni siquiera se refería a él, da la sensación de que es solo la evolución de un fenómeno que encontró su apogeo cuando José Mourinho se sentaba en el banquillo del Real Madrid. Él ahondó en eso de apuntar a redactores, en buscarse su camarilla, en encararse con periodistas. El portugués llegó a encerrar a un compañero en una habitación y a amenazarle. “Yo y mi gente somos todo y tú eres un periodista de mierda”, le espetó a Antón Meana. Aunque algunos entonces no dijeran nada.

La situación no es exclusivamente española. Massimo Allegri, entrenador de la Juventus, tuvo una refriega parecida este fin de semana con el periodista Gianfranco Teotino, durante un programa de deportes de la cadena Sky. “Haga una pregunta más inteligente”, le respondió el técnico cuando no le gustó lo que escuchaba. “El entrenador soy yo. No juzgue. Usted solo pregunte”, insistió en tono desafiante. Fabio Capello, cuentan, se lio una vez a patadas con Alberto Cerruti porque no le había gustado algo que había publicado. Y el otro día, el presidente del Nápoles, sacó de la oreja a Politano en medio de una entrevista al finalizar el partido contra el Barça porque el periodista que la hacía no era el que él había pedido: “He pedido a Gianluca di Marzio. Este no, que es de la Lazio”, gritó Aurelio de Laurentiis mientras la cámara seguía grabando y él le soltaba un empujón al operador.

A Allegri, como a todos, le gustan las conexiones en directo con ex compañeros, amigos, ex jugadores. Las bromas y algunas risas después del partido. No le estimula, en cambio, que le recuerden que su equipo está a 17 puntos del líder y le soliciten cuáles son las causas. Y es curioso, porque cada vez los deportistas hablan más, pero se someten menos a las preguntas incómodas o a juicios críticos. Lo vemos en las conexiones pospartido, en las zonas mixtas, en las innecesarias declaraciones en mitad de los encuentros, cuando los futbolistas van a 170 pulsaciones y solo pueden meterse en un lío o no decir nada relevante. Se habla por contrato. Todo son derechos de imagen. Y los clubes prefieren a los medios institucionales, a los que pagan ellos, esos que también sirven para presionar a los árbitros. Están más cómodos con cabeceras y radios con nombres de jugadores legendarios. O en el compadreo con algunos streamers.

Los casos de Italia y España son parecidos. Aumenta la precariedad en el oficio. Pero el número de radios, programas deportivos en la televisión y medios dedicados a este deporte es cada vez mayor. En Roma, por ejemplo, hay diez emisoras que hablan 24 horas exclusivamente del equipo que entrena Daniele de Rossi. El ruido, solo comparable al de la política, es enorme. Y puede que llegue a desquiciar.

Pep Guardiola siempre dice que vive más tranquilo en Inglaterra, que la presión es mil veces menor. Es menos agresiva esa refriega. Y eso que se trata de una liga más competida, con más dinero en juego y una afición emocionalmente más inflamada. En el Reino Unido no existe prácticamente la prensa deportiva y ese papel lo ocupan los tabloides. Y a los periódicos sensacionalistas, ya se sabe, se les hace el caso justo. Al final, podemos buscar mil argumentos más sobre lo que pasó la semana pasada. Y sobre lo que seguirá ocurriendo. Pero cuando la crítica sorprende es porque no estás acostumbrado a ella. Y eso no dice mucho de nadie.

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Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona pero aprendió el oficio en la sección de Madrid de EL PAÍS. Pasó por Cultura y Reportajes, cubrió atentados islamistas en Francia y la catástrofe de Fukushima. Fue corresponsal siete años en Italia y el Vaticano, donde vio caer cinco gobiernos y convivir a dos papas. Corresponsal en París. Los martes firma una columna en Deportes
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