Una tarde en París
Valoraba posibilidades, reflexionaba sobre perfiles y soluciones. Y cada vez me encontraba con el mismo nombre: Ernesto Valverde
Debía ser marzo de 2003. Estaba sentado en la recepción del Centro de Entrenamiento de la Federación Francesa de Fútbol, en Clairefontaine. Esperaba a que llegara mi taxi para ir al aeropuerto de regreso a Bilbao, donde estaba trabajando en la dirección deportiva del Athletic. Había pasado un par de días en Clairefontaine hablando con Aimé Jacquet, director técnico de la Federación y responsable del exitoso fútbol francés que había logrado el Mundial en 1998 y el Europeo en 2000. Habíamos destripado cuestiones como la metodología de entrenamiento, la gestión de las planificaciones y la gestión del talento joven aprovechando la buena relación que Jacquet tenía con el fútbol español y, en concreto, con el fútbol vasco. En aquellos gloriosos 80 Jacquet era el entrenador del exitoso Girondins de Burdeos y aprovechaba cada fin de semana para bajar a San Sebastián o Bilbao, y disfrutar del fútbol, también de la gastronomía, y aprender todo lo que podía.
Habíamos hablado de tantas cosas futboleras en esas 48 horas que se nos habían acabado los temas cuando se me ocurrió preguntarle por entrenadores franceses que considerase interesantes para el fútbol español. Raynald Denoueix entrenaba con éxito a la Real Sociedad en aquellos días, y yo le pedí que considerase, desde su atalaya de Clairefontaine y su conocimiento y admiración de la filosofía del Athletic, qué perfiles podrían encajar en este proyecto tan singular. Jupp Heynckes nos había comunicado que volvía a entrenar a Alemania y habíamos abierto la carpeta de perfiles que podrían cubrir ese determinante puesto en la temporada 2003-2004.
A mi pregunta, Jacquet me respondió con un maravilloso análisis de los tres o cuatro entrenadores que consideraba que se adaptarían a nuestro club, certificando sus capacidades, fortalezas y también sus debilidades, un DAFO impecable que no dejaba nada a la imaginación. Sus propuestas eran de enorme valor para mí, que llevaba solo dos años de director deportivo, y me permitían ver el puesto de entrenador desde todos los ángulos, desde todos los puntos de vista. Tanto que aún ahora es el esquema que suelo activar cuando tengo que tomar decisiones de este tipo. Entonces, todo me devuelve a aquella recepción, a aquel confortable sillón.
Cuando el taxi frenaba en la puerta y yo me levantaba para despedirme, Jacquet me lanzo la pregunta: “Andoni, ¿estás seguro de que en tu organización no tienes a nadie que pueda ser el entrenador del Athletic?”. Y, sin tiempo para responder, me estrechó la mano. Y yo bajé las escaleras para subir al taxi.
En los 50 minutos hasta el aeropuerto de Orly (ya entonces había atascos en París) mi mente repasaba opciones, valoraba posibilidades, reflexionaba sobre perfiles y soluciones. Y cada vez me encontraba con el mismo nombre al final de cada proceso.
Unos días más tarde me reuní con el malogrado Javier Uría, nuestro presidente, que nos dejó demasiado pronto; me pidió conclusiones y opciones. Yo le expliqué. Le hablé también de la última pregunta de Jacquet. Javi me preguntó cuál era el nombre de quien podía ocupar ese banquillo maravilloso y exigente que es el de San Mamés y mi respuesta fue: Ernesto Valverde. Ernesto era entonces nuestro entrenador en el Bilbao Athletic, había estado una temporada conmigo como adjunto de la dirección deportiva y cumplía todas las casillas que Jacquet me había planteado.
Javier Uría falleció unas semanas después y cuando Natxo Ugartetxe se hizo cargo del club y me pidió que le pusiera al corriente, se sumó a la decisión de Uría sobre Valverde y unos días después Ernesto firmaba su primer contrato como entrenador del Athletic.
Ayer, 20 años después, Ernesto Valverde cumplió 500 partidos en Primera División y es ahora uno de los más longevos y de mayor y mejor trayectoria de nuestra Liga, un mito para los seguidores de Olympiacos. Y esta semana dedicaba el logro al fallecido Jonan Ordorika, a quien tanto echa de menos y con quien, estoy seguro, sigue charlando en soledad para compartir dudas y alegrías.
¡Zorionak Ernesto!
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