_
_
_
_
Blogs / Deportes
El Montañista
Coordinado por Óscar Gogorza
_

Un rescate de película: una escaladora salva la vida de un saltador colgado de su paracaídas a 25 metros del suelo

La estadounidense River Barry libera a la víctima, que se encontraba atrapada e inconsciente tras estamparse contra una pared y quedar suspendida de una roca, en Utah (Estados Unidos)

En vídeo, el momento en el que el saltador se queda colgado en su paracaídas.

En la localidad estadounidense de Moab, Utah, varios deportes extremos conviven en unos escenarios de película del oeste. En un lugar en el que no hace tanto el pueblo indio campó a sus anchas recorriendo enormes espacios desiertos salpicados de torres caprichosas de arenisca, se citan ahora escaladores, ciclistas de montaña o saltadores base. En semejante parque temático salvaje, los servicios de rescate trabajan a destajo, pero no siempre son los primeros en acudir ante un incidente. El 26 de noviembre, la escaladora local River Barry, de 30 años, descolgaba de su pick-up su bici de montaña cuando asistió a la participación de un australiano (su nombre no ha sido revelado) en el festival de salto base Turkey Boogie. El saltador apuró al máximo su caída antes de abrir su paracaídas, pero nada fue como debía. En lugar de salir volando en dirección contraria a la pared, esta pareció succionarlo: un par de segundos después, se estrelló contra ella y cayó a plomo. Entonces se dio el primer milagro: la tela del paracaídas quedó enganchada en un saliente de roca, impidiendo que se estrellara contra el firme.

River Barry se preguntó dos cosas: ¿cuánto tiempo aguantaría la tela sin romperse? Y ¿cuánto tardaría en producirse un rescate? Entonces, apareció en el parking Justin Beitler, amigo de la víctima, pidiendo material de escalada. River Barry no solo tenía cuerda, dos arneses y dos juegos de empotradores para escalar fisuras en la roca, sino que se ofreció a acompañarlo. Al llegar al pie de la pared, resultó que Beitler apenas tenía experiencia como escalador, con lo que Barry decidió asumir el liderazgo. Y ocurrió el segundo milagro. Una fisura rectilínea conducía directamente hasta el accidentado, colgado 25 metros por encima de sus cabezas. “Yo puedo escalar eso”, dijo Barry, convencida de que su experiencia le permitiría salir del paso. “Es como si no pensara y tan solo actuara”, admitiría después para la prensa local.

La víctima estaba inerte, inconsciente y Barry pudo ver salpicaduras de sangre en la roca. Puede que estuviese sin vida. No se veía rastro de equipo de rescate alguno, así que Barry se colgó las piezas de autoprotección de su arnés, se ató la cuerda y, asegurada por Beitler, empezó a escalar una fisura jamás escalada antes. En un momento dado, la fisura se mostró demasiado ancha: Barry no tenía piezas tan grandes para autoprotegerse, pero decidió seguir, animada por la posibilidad de volver a protegerse adecuadamente unos pocos metros por encima. Entonces, la víctima despertó, empezó a gemir y agitarse: ahora, la tela podía rasgarse y el herido caer encima de ella. Barry se concentró en tranquilizar al herido, liberó una de sus piernas de entre las cuerdas del paracaídas y se aplicó en montar un anclaje sólido que soportase el peso de ambos. Por si acaso, montó uno doble. No dejó de repetirse, como si fuese un mantra, que debía de velar por la seguridad, no precipitarse, asegurarse a la perfección de que cada paso dado era eficaz. Cortó las cuerdas del paracaídas una tras otra hasta que pudo notar en su arnés el peso transferido del accidentado. El asegurador descolgó a ambos hasta el suelo, la abrazó y le dijo: “Gracias por salvar a mi amigo”. Los servicios de rescate, que ese día atendieron tres accidentes de salto base, llegaron justo en ese momento para evacuar al herido al hospital, donde se recupera favorablemente.

River Barry, a la altura del accidentado, maniobra para rescatarlo.
River Barry, a la altura del accidentado, maniobra para rescatarlo.

De no haber mediado River Barry, los servicios de rescate no hubieran tenido más opción que descolgarse desde lo alto de la pared (de 450 metros), en una actuación que hubiera llevado horas. Seguramente, el accidentado hubiera fallecido. “Estoy agradecida de haber estado allí, y de haber podido hacer mi parte de trabajo”, explicó Barry a la prensa local. “Ese día entendí la fragilidad del ser humano y la capacidad de las personas de hacer algo sin pensar en las consecuencias. La mente, el cuerpo y el alma tienen una gran capacidad para acudir en ayuda de quien lo necesita”, concluye.

Suscríbete aquí a nuestra newsletter especial sobre el Mundial de Qatar

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_