La mayor fábrica de baloncesto de Europa
13 pistas (nueve climatizadas), gimnasio, servicios médicos, de fisioterapia y psicológicos, salas de estudio y hasta una cátedra universitaria para investigar desde fisiología o preparación física hasta aspectos sociológicos del básquet: todo eso es L’Alqueria, el centro dedicado al baloncesto formativo del Valencia Basket . Disfruta, además, de un tutorial de tiro con Víctor Claver
Es de veras una alquería: una casa de labor. Pero su fin, al contrario que el del resto de estas fincas típicas del Levante, no es agrícola: aquí se siembra baloncesto. L’Alqueria del Basket, inaugurada en septiembre de 2017, levantada alrededor del pabellón Fuente de San Luis, no lejos de la Ciudad de las Artes y las Ciencias de Valencia, es la mayor instalación europea dedicada a las categorías formativas de esta disciplina. Una fábrica de talento de la que todo un vicepresidente de la NBA como Chus Bueno dijo admirado: “No conozco nada tan potente como esto”. Reúne a más de 50 equipos masculinos y femeninos de cantera, unos 550 niños y niñas de todas las edades que, gracias a la existencia de semejante lugar, pueden compaginar el colegio o el instituto y los entrenamientos, teniendo a su disposición servicios médicos, psicológicos, gimnasio o salas de estudio… todo en un mismo sitio.
Se cultivan jugadores, se persigue el alto rendimiento pero, a tenor de las palabras de Paco Pardo, entrenador y psicólogo, responsable de Desarrollo Personal, lo que distingue L’Alqueria no es el el resultado, sino el camino. Todo empezó hace un lustro: Valencia Basket ya contaba con una cantera prolífica, chicos y chicas de toda la Comunidad Valenciana que entrenaban disgregados en cinco instalaciones distintas. La lógica dictaba aunarlas. “Cuando concibes un centro como este, si quieres que tenga sentido, como mínimo has de procurar a los jugadores un equilibrio entre deporte y estudios. Nosotros, además, incluimos otra pata: la vida del deportista, el tiempo que puede dedicar a su familia, sus amigos…”, explica Esteban Albert, coordinador de la cantera femenina, en conversación con Pardo, que corrobora que, desde el germen, L’Alqueria se imaginó “como una casa”: se implicarían en el cuidado de los jugadores, les brindarían apoyo y los acompañarían también fuera de la pista, en lo académico, por supuesto, pero también en lo personal. Porque enseñándoles a gestionar las horas, dicen, el día da suficiente de sí: no hay que elegir, solo ser ordenado. Porque un deportista tiene que aprender a lidiar con las frustraciones desde más pronto que otros niños (tiros fallados, derrotas, falta de confianza en uno mismo…). Porque estos valores, integrados a partir del baloncesto, conforman personas seguras y maduras.
—No hay sacrificio. Hay esfuerzo, afirma Pardo. No pueden percibir el jugar a baloncesto como una renuncia constante. Estaríamos perdidos.
—Todos los equipos del mundo queremos entrenar los viernes, para preparar el partido del fin de semana. No quiero jugadoras que tengan la sensación de haberse perdido todos los cumpleaños de su mejor amiga. Si la fiesta cae en viernes, les digo: “ve”. Y luego me devuelven el doble en la pista, ejemplifica Albert.
—Con el justo apoyo de nuestra parte en las vicisitudes propias de la exigencia de compaginar entrenamiento, estudios y vida aprenden que el esfuerzo trae recompensas diarias. Es una lección trascendente, útil no solo para los poquitos que consigan dedicarse profesionalmente al baloncesto, concluye Pardo.
Albert y Pardo hacen de cicerones por unas instalaciones de 15.000 metros cuadrados que, este curso, acogieron con éxito a 15 equipos infantiles de la LF Endesa para disputar la Mini Copa, en la que participan las mejores promesas del baloncesto femenino español. La arquitectura de L’Alqueria tuvo en cuenta las sugerencias de todo el personal del centro. Un polímero tamiza la luz de ventanales y claraboyas: puede jugarse sin encender una sola luz eléctrica a lo largo de casi todo el día, y sin molestos reflejos en la pupila; hay vestuarios en cada una de las 13 pistas (nueve interiores y climatizadas, cuatro exteriores), que se hallan a pocos pasos del parqué. El corazón de la instalación es un área interconectada con las canchas que guarda un gimnasio, consultas médicas con ecógrafo, zonas de rehabilitación, camillas de fisioterapia… “En caso de lesión, en cuestión de minutos puede hacerse una exploración adecuada”, presume Albert.
Lo cierto es que, antes de cruzar el umbral, ya se respira baloncesto. Las pantallas de la cafetería anuncian cursos: un campus de tiro, otro de habilidades… Las puertas de cristal dan acceso a un vestíbulo donde las vitrinas exhiben todas las camisetas que han vestido los equipos del Valencia Basket desde su fundación en 1986. Recto, se desemboca en la pista central. Una lista de canteranos que han logrado debutar con el primer equipo te recibe con un recordatorio: la recompensa deseada al esfuerzo que mencionaba Pardo, el que impulsa a todos ahí dentro. El —así llamado— muro de los sueños. El primer nombre inscrito, de los más de 40, es el de José Manuel Marí. Su hijo Lucas lo contempla desde el parqué, balón en mano; señala hacia arriba con el dedo. Tiene 16 años y mide ya 196 cm. Si la promesa taronja saltara a la pista con el primer equipo sería la primera vez que se dieran cita en esa pared dos generaciones, padre e hijo.
Pero, mientras probablemente fantasea con ese día —dice que cambiaría el dorsal de la camiseta por el ‘6′ de su padre para celebrarlo—, lo que le ocupa, y lo que agradece, es otra cosa. Marí es consciente de que su rutina, en otro lugar, sería impensable. “De ocho a diez de la mañana tengo clase; luego, el primer entrenamiento y de vuelta al aula. Comemos y, después, tenemos un ratito para descansar o estudiar, en alguna de las salas de aquí de L’Alqueria; y, de nuevo, por la tarde se intercalan el ejercicio y las asignaturas del insti. A las ocho de la tarde llego a casa ya con todo hecho”.
La directora de L’Alqueria, María de los Ángeles Vidal, creyó que aquello de encontrar centro escolar para sus pupilos sería un laberinto burocrático, una batalla agotadora. “Fui a la reunión con la Conselleria con la legislación bajo el brazo, armada para la guerra”, cuenta con hilaridad. Resultó que acogieron el proyecto maravillados y todo se resolvió con naturalidad. Un instituto público cercano ya había probado a amoldar horarios lectivos a los quehaceres de músicos y bailarines, y repitió la experiencia con los canteranos del Valencia Basket. Y la colaboración de la Conselleria de Educación, Cultura y Deporte con L’Alqueria no se quedó ahí: “Acogemos a equipos de rugby o de maratón, impartimos formaciones a entrenadores y otros profesionales de la Educación Física; nuestras infraestructuras están abiertas a todo aquel que quiera disfrutar de ellas”, explica Vidal. Durante el último año, las instalaciones de L’Alqueria permanecieron en uso durante alrededor de 14.000 horas.
Marí lanza tiros libres con Noa Diju Morro; se ríen, se desafían… La mallorquina Morro, de 17 años, ya sabe lo que se siente al debutar en la élite. El básquet también le corre por las venas: en Mallorca, antes de que su madre, la ala pívot Sara Morro se retirara, ya pudo disfrutar de una sensación única: separadas por más de dos décadas de edad, jugaron juntas. Para ella, al contrario que para Marí, es el primer curso en L’Alqueria: “fuera de aquí todo es más difícil”. Se refiere, en general, a los malabares para conjugar la canasta con lo demás, y, más concretamente, a la preocupación que ahora mismo pende en su futuro más cercano: la selectividad. “Quiero estudiar una carrera a la vez que juego a baloncesto. No sé todavía cuál, va a depender de lo que suceda en estos exámenes”, confiesa con un nerviosismo que se apaga, pelota en mano.
No solo baloncesto
El baloncesto dispone de una cátedra en la Universitat de València. Al principio, se trataba sobre todo de que doctores universitarios validaran y homologaran las formaciones que se impartían en L’Alqueria del Basket: la enseñanza continua que reciben sus entrenadores y técnicos, cuestiones sobre preparación física… Luego, terminaron organizándose equipos investigadores mixtos, con profesionales de la universidad y del centro deportivo que, en apenas un lustro, cuenta Vidal, “han logrado publicar tres artículos científicos en revistas de prestigio”. Indagan sobre cuestiones de nutrición, fisiología o metabolismo, pero también sobre otras de índole sociológica, tratando de medir el impacto del básquet como herramienta de transformación social. Y, en todos los casos, dice Vidal, el gran reto en marcha consiste en que aquel conocimiento que explora la universidad termine siendo útil y aplicándose en las pistas de L’Alqueria.
Un prototipo de jugador valenciano
Que, en cualquier cancha, se reconozca su pedigrí: “ese es un jugador forjado en L’Alqueria”. Andreu Casadevall, entrenador de dilatada trayectoria tanto en LEB Oro como en Liga Endesa, asumió tal reto, cuando aceptó encargarse de coordinar la sección masculina de las categorías formativas del Valencia Basket. Pasó prácticamente un año estudiando cómo funcionaban las canteras de toda España o modelos internacionales como la del Zalgiris (Kaunas, Lituania). A partir de lo recabado, Esteban Albert y él diseñaron su propio método, uno que contempla qué desarrollos físicos, tácticos y técnicos deben trabajar con los jugadores en cada etapa, desde prebenjamines a juniors, según su edad y condiciones. Sin distinción, por supuesto, entre baloncesto femenino y masculino. De manera somera, lo explica Casadevall así: “buscamos que los chicos y las chicas sepan defender a campo abierto, en toda la pista; que sean rápidos, versátiles y con muy buenos fundamentos.”
¿Cómo es, entonces, un jugador made in L’Alquería?
Esto dice Casadevall: “Uno que, desde bien pequeñito, sepa cómo correr y cómo tirar a canasta y meterla”.
La mecánica de tiro se trabaja a diario.
Antes de la existencia de L’Alqueria, dice Casadevall, la brecha era gigante. “Salían jugadores en edad junior preparados para disputar competiciones como la liga EBA, el cuarto nivel, tras la liga Endesa, la LEB Oro y la LEB Plata.” El salto al profesionalismo era, confiesa, casi imposible. “Tenías que ser un Ricky Rubio, una auténtica estrella, para llegar”. Ahora, la gran diferencia reside, según explica, en que los canteranos disponen de todos los peldaños competitivos, para crecer hasta el primer equipo. “Tenemos un equipo en LEB Plata integrado casi en exclusiva por nuestros juniors que, de hecho, estuvo a un solo un triple —que pudo entrar y se salió— de ascender a LEB Oro.” Un futuro en naranja.