Crónica de dos ciudades moldeadas por la misma pasión
A 900 kilómetros una de otra, Lugo (98.000 habitantes) y Manresa (78.000) llevan una existencia paralela. Ambas comparten un entusiasmo por el baloncesto que se ve en la calle, se oye en los bares y se vive en los patios de los colegios. Ni lucenses ni manresanos entenderían su propia identidad sin lo que representan para sus municipios el Breogán y el Baxi
La patria chica se hace de vínculos emocionales difícilmente explicables mediante la razón; esta es la historia de dos ciudades de menos de 100.000 habitantes que comparten algo que las hermana, dos patrias chicas que hoy serían incapaces de entenderse a sí mismas sin el baloncesto: Lugo y Manresa.
Anochece y, por el adarve de la muralla romana mejor conservada de la península Ibérica, dos muchachos con camiseta celeste pasean botando rítmicamente un balón. Es la víspera del último partido de la temporada del Breogán. Acaba de anunciarse que su estrella, Džanan Musa, alero bosnio de 23 años, va a poder disputar unos minutos después de pasar por quirófano y perderse varios encuentros por una lesión en la laringe. Los muchachos murmuran: ¿podrán presenciar un último triple de Musa? El domingo se celebra, en la plaza de Santa María de Lugo, una fiesta; los vecinos quieren arropar a sus jugadores, alborozarse juntos tras un año que puede llevarles a competir en Europa el curso próximo: “Imos xuntos, ¿no?”.
En los bares, la tertulia casi parece una prolongación de la de esos jóvenes. El club ha comunicado la renovación de dos héroes locales, dos lucenses que han logrado el sueño de todo niño allí: defender los colores del equipo de la ciudad en la máxima categoría. Son los hermanos Erik y Sergi Quintela. “E logo, quen marcha e quen queda?”, se preguntan los parroquianos desde sus taburetes, y elucubran y hacen cada uno sus cábalas, conscientes todos de que tras cada buena campaña suele tocar desbandada y vuelta a empezar de cero, con la plantilla del año siguiente.
Tras la barra de otro bar, a más de 900 kilómetros de allí, en el extremo este del país, la conversación es muy parecida. Con un matiz. En Cal Manel, en Manresa, todavía se sueña con lograr este año lo que ya consiguieron en 1998, fecha que para algunos constituye un hito vívido y para otros es una especie de sueño irreal, por lejano: ganar el campeonato. Se juegan los cuartos de final por el título contra el Real Madrid. ¿Por qué no va a suceder de nuevo? “Esta plantilla posee el espíritu de aquel equipo nuestro, el de los noventa, campeón de Liga y Copa”, dice Jordi Singla, manresano, leyenda autóctona cuyo dorsal, el 15, decidió retirar el club; un baloncestista cuya carrera transcurrió al completo en casa. Su oficina, ahora que se dedica a la empresa, sigue a pocos pasos de Cal Manel, ese bar que, desde que abrió en 1987, se convirtió en punto de encuentro entre jugadores y afición.
“Lugo es una ciudad de baloncesto”, afirman los lucenses.
“Manresa es una ciudad de baloncesto”, responden los de la capital de la comarca del Bages.
Y, al parecer, unos y otros tienen razón.
Una lección de historia
Paco Basanta jugaba de base (“lo único que producimos en Lugo son bajitos, muy pocos pívots”, comenta en el parqué del Pazo dos Deportes con Tito Díaz, otro histórico director de juego del equipo lucense que, tras haber sido también entrenador, hoy ejerce de director general del C. B. Breogán; “los altos no nos caben por las puertas de la muralla”, le responde jocosamente Díaz). Cuando colgó las botas, Basanta se convirtió, y van ya más de tres décadas, en el cronista por excelencia del Breogán.
Xavier Prunés es la memoria viva del Baxi Manresa.
Las palabras de los dos cronistas sirven para, a continuación, viajar atrás y dilucidar cómo estas dos ciudades quedaron impregnadas de un deporte que, en la forma en que lo conocemos, se inventó en Massachusetts a finales del XIX, que viajó a España traído por militares; un deporte que el médico (y campeón de jabalina) Luis Agostí incluyó en su programa de promoción de la actividad física para el régimen franquista como uno de los únicos cinco aptos para la práctica de mujeres allá por 1939 (según las investigaciones de la catedrática Beatriz Martínez del Fresno). ¿A cuándo se remonta la pasión por el básquet en cada ciudad?
“En 1931 se funda la entidad Manresa Baloncesto Club, germen del actual Baxi Manresa”, explica Prunés.
“Hay documentación que da muestras de cómo alrededor de 1940, en Lugo, se jugaban partidos de baloncesto en plazas sin asfaltar, pachangas que congregaban a cientos de personas, incluso refugiadas debajo del paraguas”, cuenta Basanta.
Desde ese comienzo al que se retrotraen los cronistas la vida de ambas ciudades ya avanza en el tiempo paralela. Porque tanto Lugo como Manresa: tienen o tuvieron equipos femeninos en primera división; fueron clubes pioneros al construir pabellones cubiertos (en 1964, Lugo; en 1968, Manresa) e incluso, en ambas ciudades, han llegado a coexistir dos escuadras distintas compitiendo en la élite (y, en las dos, La Casera patrocinaba a uno de los equipos). La lista de coincidencias podría continuar casi eternamente…
“El equipo lleva décadas siendo el principal motivo de orgullo de toda la comarca del Bages”, discurre Prunés, tras una retahíla de datos que recita con precisión. Primero los Creus: Jordi, que jugó de 1982 a 1991, y Joan, conocido popularmente como ‘Chichi’ Creus, que tomó el relevo de su hermano (los dos vistieron el 7). Luego, el accidente de tráfico que segó la vida del capitán Pep Pujolrás en 1992, una tragedia que, cuenta, sirvió para que aquella plantilla hoy legendaria se convirtiera en una piña… “¿Por qué se conoce a Manresa si no es por el baloncesto? Es lo mejor que hemos exportado. Un equipo que, en general, además ha sabido caer bien fuera de aquí”, añade la leyenda Jordi Singla.
“La relación de amor de Lugo no es con el baloncesto en sí, que también, sino con el Breogán”, paradoja que explica Basanta con una anécdota: “En los 70, el equipo patrocinado por La Casera tenía en sus filas cinco lucenses; el Breogán, solo uno. Sin embargo, la afición consideró a ese otro equipo integrado por conciudadanos casi como un enemigo público…” Hay algo en el propio nombre, en su galleguismo implícito, que ha calado irremediablemente en los lucenses, a juicio de Basanta, que desliza otro dato: “el CD Lugo [club de fútbol] lleva una década en segunda división y, cada jornada, el Pazo dos Deportes acoge al doble de público que el estadio Ángel Carro, esté el Breogán en Liga Endesa o en LEB Oro”.
La afluencia al pabellón del CB Breogán supera los 4.000 espectadores de media. Este año han vendido 4.000 camisetas del equipo, además de ropa de entrenamiento, cromos o mercadotecnia de su mascota Maximus, que ha vuelto a ser elegida la mejor de la competición (como en 2018).
Algo que tiene su réplica en Manresa:
Más de 4.000 manresanos acompañaron a su equipo a la Final Four de la Basketball Champions League celebrada en mayo en Bilbao. El equipo perdió en la final por 87-98 contra el Lenovo Tenerife. Pero su afición, una auténtica armada 'basketlover', fue la más numerosa.
Equipos que son familias
El entrenamiento acaba de terminar. Un hombre baja de la grada al parqué. Lleva dos cajitas pequeñas en las manos. Pide permiso y, con ellas, se acerca a Džanan Musa y a Sergi Quintela. Son un regalo: “Las hace mi cuñado. Le pedí que esculpiera estas para vosotros”. Ha tallado las efigies de ambos jugadores en miniatura y las ha cubierto con una cupulilla de vidrio. Están acostumbrados a las continuas muestras de afecto de la afición y, aun así, la sorpresa de Musa y Quintela es mayúscula. Esta temporada, la mayor parte de los jugadores del Breogán viven en el centro de la ciudad, cerca los unos de los otros, y tratan a diario con los vecinos de Lugo en la panadería, el supermercado, el bar…
Los hermanos Quintela cumplen un papel fuera de la cancha: son la correa de transmisión que hace comprensible lo que para Lugo significa su Breogán.
—Nuestro lugar natural es la grada. De ahí salimos hace diez años y ahí volveremos dentro de otros diez. Mientras, tenemos el privilegio de poder hacer lo que cualquiera de los miles que animan querrían hacer: defender a su ciudad vistiendo esta camiseta en la cancha.
Erik y Sergi conversan. Recuerdan cómo su padre, que no sabe demasiado de básquet (“si cogiera una pelota, la chutaría”, dicen), los llevó de críos al Pazo, como antes hiciera su padre con él: continuando el rito. Rememoran cómo, de niños, jugaban en la pista roja, aneja al pabellón, y la emoción desbordante que sentían los días en que su equipo podía entrenar en el mismo parqué donde jugaba el Breogán; evocan la impresión indeleble que dejó en ellos ver en aquella pista a Charlie Bell en 2005, estrella que, de Lugo, ficharía directo por la NBA (“cada día era una fiesta, metía triples desde todas partes, veníamos pensando: ¿con qué locura nos va a deleitar hoy?”). En Lugo, el baloncesto lleva décadas forjando familias: la mitad del cuerpo técnico del equipo es lucense: Pablo Duarte, fisioterapeuta; Quique Fraga, asistente del entrenador…
A Musa, el MVP de la competición —un tercio de Lugo debió votar su nombramiento, atendiendo a los testimonios— el sentimiento le cabe en una frase, concisa y enorme: “Aquí he encontrado un hogar”. Musa, un genio precoz de este deporte, venía de años plagados de reveses, en Brooklyn Nets (NBA) y en el recién proclamado —por segundo año consecutivo— campeón de la Euroliga Anadolu Efes (Turquía). Y, a consecuencia del cariño de compañeros y vecinos, confiesa, su carrera resucitó: “he intercambiado mensajes con Charlie Bell, porque lo que le sucedió a él me ha vuelto a ocurrir a mí. Este lugar es increíble. Y, para mí, es un honor haber liderado a esta gente”.
Džanan Musa, que promedió 20,1 puntos por partido, fue elegido mejor jugador de la Liga Endesa de esta temporada.
Otro de los grandes favoritos para el galardón fue, precisamente, el ala-pívot del Baxi Manresa Chima Moneke, escogido en el mejor quinteto.
Mònica Castilla jugó en el Pryca Manresa, equipo femenino que compitió en primera división. “En Manresa, en los colegios jugábamos a baloncesto y la aspiración de cualquiera era el primer equipo. Está en el ADN”. Su marido, Joan Peñarroya, hoy uno de los entrenadores más prometedores de nuestro baloncesto, fue una de las estrellas de aquel TDK Manresa campeón de los noventa. Su hijo Marc, canterano del hoy bautizado Baxi Manresa, debutó en la ACB 31 años después de que lo hiciera su progenitor. Padre, madre e hijo simbolizan la simbiosis con el básquet que se respira en la comarca. Es una ceremonia social. “Los hijos empiezan a independizarse cuando comienzan a ir al pabellón con sus amigos. Lo hice yo y lo hicieron luego mis hijos”, explica Castilla, que cuenta que, desde días antes, acostumbran a despedirse unos de otros con el lema: “el domingo nos vemos en el partido”.
A Josep Sorinas nadie lo llama por su nombre. Es Manel. Para todos. Su bar ha sido, desde hace 35 años, sede de peñas —las primeras que organizaron viajes para escoltar al equipo cuando jugaba de visitante— y hasta comedor de los jugadores de categorías de formación que recibían becas de manutención del Manresa. “Desde detrás de esta barra me pasaba los días escuchándolos: sus problemas, sus dificultades… comían y cenaban aquí y, a la vez, eran un foco para un séquito de apasionados del básquet, que venían a Cal Manel porque estaban ellos… La lástima es que en aquella época no tenía móvil, y casi no tengo fotos”, se lamenta Sorinas, que enumera algunos de los numerosos jugadores con los que ha seguido teniendo luego relación, como Sergio Llull o Serge Ibaka. “Hay una familia de Manresa que son casi casi como los padres adoptivos de Ibaka. Su 18º cumpleaños lo celebró aquí, en el bar, con ellos y con algún amigo como Álex Llorca [también jugador]. Después de ganar el anillo NBA con Toronto Raptors, vino por aquí a saludarme”.
Cuenta que otro grande, Roger Esteller, El tigre de Sants, que recaló en Manresa tras haber pasado por el Barcelona, le confesaba: “Allí, salía de la estación con los auriculares puestos, me cambiaba en el vestuario con los cascos, y acababa el entrenamiento y caminaba de nuevo escuchando música y sin cruzar apenas palabra con nadie. Aquí, en Manresa, es distinto, convivimos de verdad”.
Lugo y Manresa, dos ciudades que verdaderamente serían distintas (y probablemente peores) sin sus equipos de baloncesto; dos clubes que, para el que juega y para el que no, son un lugar de pertenencia. Una familia.
En el municipio de Lugo hay 938 licencias de niños y niñas de entre cinco y 17 años que practican baloncesto federados (según datos de la Federación Galega de Baloncesto).
En el municipio de Manresa hay 696 (según datos de la Federació Catalana de Basquetbol).
En ambas ciudades, se estima que uno de cada diez niños y niñas menores de 18 años juega con ficha en ligas federadas a baloncesto.
El siempre difícil futuro
Ni el CB Breogán ni el Baxi Manresa llegan a los tres millones de euros de presupuesto anual. Menos de lo que, por ejemplo, cobra por temporada la estrella del Barcelona, Nikola Mirotic (alrededor de cinco millones netos, según Eurohoops). Pero donde no alcanza el bolsillo puede llegarse mediante intangibles, valores que no pueden comprarse:
—La gente quiere venir a Lugo porque sabe que es una ciudad de baloncesto y porque, si piden referencias, la gente habla bien de nosotros y nuestro ambiente, dice Tito Díaz.
—La gente quiere venir a Manresa porque sabe que es una ciudad de baloncesto, un club familiar, con la ventaja que da tener la cosmopolita Barcelona a 40 minutos en coche, dice Jordi Singla.
Los partidos en que no pudo saltar a la pista, la estrella manresana Chima Moneke quiso sentarse con los fans de la grada de animación, un público muy joven que, conjetura Mònica Castilla, seguramente termine también, gracias a su influjo, apuntándose a equipos de baloncesto y deseando aún con más fuerza jugar.
Los lucenses quisieron que fuera el hermano de Džanan Musa quien le hiciera entrega del galardón que lo acreditaba como mejor jugador de la temporada. Lo trajeron de Bosnia en avión y lo mantuvieron, durante el último partido de la temporada, encerrado en el hotel, sin pisar el Pazo. En la celebración en la plaza de Santa María, los miles de congregados le dejaron claro que lo recordarían durante años —como Sergi o Erik Quintela recuerdan a Charlie Bell—. ¿Resultado? Responde Tito Díaz: ojalá más niños se sigan sumando al baloncesto y ojalá —apunta casi cruzando los dedos, con una prudencia proverbial— sigamos teniendo jugadores implicados con la ciudad, como Musa.