Rory McIlroy gana el Masters de Augusta y escribe al fin su leyenda
El norirlandés conquista la chaqueta verde en un final antológico, un desempate con Justin Rose, celebra el único grande que le faltaba y entra en el exclusivo club de los golfistas con los cuatro ‘majors’


En el Masters de Augusta nace otra leyenda. En el campo más bello del planeta alzó Jack Nicklaus el último de su histórica colección de 18 grandes, en estas praderas dio a luz Severiano Ballesteros a una generación de éxitos del golf español, y en este museo firmó Tiger Woods una resurrección nunca antes vista. La última página la escribe Rory McIlroy, el norirlandés que este domingo ganó el Masters en un desenlace antológico, otra vez digno de la mejor obra de Hitchcock. McIlroy se vistió con la chaqueta verde al vencer en un desempate al inglés Justin Rose tras acabar ambos en -11 en una última jornada maravillosa, llena de cambios en el marcador, una obra maestra. Patrick Reed fue tercero con -9, Scottie Scheffler remó hasta el cuarto puesto con -8, y Sungjae Im y Bryson DeChambeau terminaron con -7. Jon Rahm trepó hasta el 14º lugar (-3).
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Rory tenía el triunfo en las manos cuando en el hoyo 10 celebraba cuatro golpes de ventaja sobre Rose y cinco sobre DeChambeau, pero los dioses del golf le habían preparado la prueba más difícil si quería cruzar la puerta del olimpo. Aquella ventaja se esfumó en un abrir y cerrar de ojos por culpa de sus fallos, especialmente sangrante un putt de metro y medio al limbo en el 18 para cerrar la victoria, y solo en un desempate en medio de un ataque general de nervios logró tocar el cielo.
El Masters de McIlroy es su quinto grande después del US Open de 2011, el PGA de 2012 y 2014, y el Open Británico de 2014. A los 35 años, vuelve a coronarse en un gran escenario tras cerrar una sequía de 11 temporadas. Y pasa a ser eterno al unirse a Gene Sarazen, Ben Hogan, Gary Player, Jack Nicklaus y Tiger Woods como los únicos golfistas en toda la historia que han conquistado los cuatro grandes. Por el camino enterró los fantasmas del Masters de 2011, cuando perdió una renta de cuatro golpes en la última jornada después de ser líder tras la primera, la segunda y la tercera ronda. Y dejó atrás también el recuerdo del US Open de 2024, cuando firmó tres bogeys en los cuatro últimos hoyos y encumbró precisamente a DeChambeau. Pero nada tan emocionante y único como lo vivido este domingo en el Masters de Augusta.
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La chaqueta verde de McIlroy soporta el peso de la historia. Desde su anterior bingo en el Grand Slam, en 2014, el hombre coleccionaba 21 clasificaciones entre los 10 mejores en un grande sin llegar a dar el paso final. Este éxito no solo le redime, sino que llega cargado de simbolismo. Es el triunfo de Europa frente a Estados Unidos, que había festejado los siete últimos grandes (todos desde el Masters de Rahm en 2023). Es la victoria de un jugador del circuito americano frente a los representantes de la Liga saudí (Reed, DeChambeau). Y sobre todo, es el mejor póster para el golf en un momento de gran división y de estrellas que juegan en circuitos diferentes. Ahora que Tiger vuelve a estar derrumbado por las lesiones, que Scheffler y Rahm se alistan cada uno en un bando, McIlroy es una bendición.
Augusta vivió un día inolvidable de principio a fin. Fue ya un inicio en la montaña rusa y a todo trapo. McIlroy aterrizó en el búnker del hoyo 1 la primera bola, una trampa que agravó con un tripateo y el empate en la tabla nada más empezar la película. Todos los fantasmas del pasado aparecieron muy pronto frente al norirlandés, como si quisieran dejarle muy claro que para ganar la chaqueta verde debería mirar a los ojos a sus miedos. Y vencerlos. Un par de McIlroy en la siguiente estación y el birdie de DeChambeau en ese par cinco mandaban al desagüe todas las previsiones. En un pestañeo, vuelta a la tortilla. Pero venían más curvas y giros de guión. En los hoyos 3 y 4, dos birdies del europeo y dos bogeys del norteamericano, fallón con el putt, y la clasificación otra vez patas arriba. Qué locura en el Masters y qué espectáculo el de dos golfistas imprevisibles en el mejor escenario.

La atmósfera era eléctrica en Augusta. McIlroy enlazaba bombas fuera de la calle con acciones de genio, como un segundo golpe desde la pinaza en el hoyo 7 para volar por encima de las ramas y acariciar la bandera. El hombre comenzó a reírse junto a su caddie, casi incrédulo por el malabarismo, soltando así toneladas de tensión. Por fin parecía relajado, libre para descargar el grandísimo golf que lleva dentro. Dos birdies más en el 9 y el 10 le concedían un colchón de cinco golpes sobre DeChambeau, cuatro sobre Justin Rose, en remontada al inicio de la segunda vuelta del día. Como en 2011, la gloria asomaba en el horizonte al plantar los pies en Amen Corner. Y la suerte le guiñó un ojo cuando su bola estuvo cerca de caer al agua en el 11. Se salvó del lago, aunque luego fallara el putt, y buceó DeChambeau para despedirse de la opción de su tercer grande.
Y de repente, la tragedia. Rory McIlroy se ahogó en el agua del 13 al errar un golpe sencillo, falló un putt corto y escribió un terrorífico doble bogey en el momento de ver a los campeones. En otra esquina de Augusta, Rose apretaba los dientes con birdies en el 15 y el 16, y lo que era un final escrito por la renta de cuatro golpes del norirlandés desembocó en un infarto: empate a -11. La cara de Rory era el espejo del alma. Sus manos temblaban cuando erró por un centímetro otro putt cercano en el 14. La presión se repartía y también Rose falló en el 17. ¿Qué demonios podía pasar en Augusta?

Era otra vez un hombre ante su destino. En el corazón de Rory McIlroy estaba el Masters. Como el sábado, teledirigió un misil en el 15 para recobrar por un golpe el mando. Pero Rose no había dicho su última palabra y cazó un birdie en el 18 que volvía a poner las tablas. El inglés perseguía a los 44 años su segundo grande tras el US Open de 2013 y convertirse en el ganador de más edad del Masters desde Nicklaus en 1986 (46 años) y por delante del Tiger resucitado de 2019 (43). McIlroy descontó un golpe en el 17 pero erró un putt de metro y medio en el 18. En el desempate fue suyo el birdie decisivo y lo celebró arrodillado entre lágrimas mientras a pocos metros se emocionaba su hija Poppy, de cuatro años.
“He soñado con este momento desde que era un niño y vi a Tiger ganar su primera chaqueta verde en 1997. Quería emularle y al final lo he conseguido. He cumplido mi sueño y es el día más feliz de mi carrera”, explicó McIlroy, y confesó todos los nervios que arrastraba. “He llevado esta carga durante 11 años por no haber podido ganar antes otro grande y no completar el Grand Slam. En el primer tee mis piernas eran gelatina. Mi batalla a lo largo de todo el día ha sido dar el siguiente golpe bien. Durante algunos momentos de los últimos años pensé: ¿Lo vas a volver a estropear? Fue una batalla contra mí mismo y estoy orgulloso de no haberme rendido”. Así escribió su leyenda.
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