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Pogacar enciende los fuegos artificiales para Vingegaard, ganador del Tour de Francia

Victoria de etapa y de orgullo del esloveno en la etapa de los Vosgos, en la que Carlos Rodríguez, caído, cede la cuarta plaza a Simon Yates

Tadej Pogacar tras cruzar la meta de la 20ª etapa del Tour de Francia.
Tadej Pogacar tras cruzar la meta de la 20ª etapa del Tour de Francia.BENOIT TESSIER (REUTERS)
Carlos Arribas
Le Markstein -

Todas las historias y tragedias que hacen del ciclismo el deporte más terriblemente humano se cruzan en los Vosgos, donde el orgullo de Tadej Pogacar derrotado se hace victoria de etapa al sprint ante Jonas Vingegaard de amarillo intocable.

Carreteras empinadas, estrechas y sombreadas, frescas como en Asturias o el Oriente Antioqueño, montañas antiguas, placas plegadas, magma aflorado, granito desgastado, redondeadas como globos aerostáticos, y floridas, como el Balón de Alsacia, el primer puerto de montaña con el que se atrevió el Tour, en 1905, el monte del destino, y el primero que le alcanzó, y dos años seguidos, fue René Pottier, que ganó el Tour de 1906 y unos meses después, en invierno, se acercó una mañana a la sede de su equipo en las afueras de París, tomó su bici colgada del techo y en el mismo gancho ató una cuerda, le hizo un nudo y de allí se colgó hasta morir. No dejó carta de despedida ni a su mujer, embarazada de cuatro meses. “Tristeza de amor”, dijo su hermano André, para explicarlo, para engañarse, para no admitir que la obligación de ser un héroe había sido demasiado para la sensibilidad de su hermano campeón, la necesidad de ser lo que no quería ser, el león del emblema de su bici Peugeot, el león de Belfort, y a sus pies enormes de piedra nace la penúltima etapa del Tour del 23, la última aventura en las montañas del chico de la región, Thibaut Pinot, que se negó a sentirse obligado a ganar el Tour, amó más su vida de granjero y proclamó, “doy gracias al cielo por no haber ganado el Tour; ganarlo me habría cambiado la vida de una manera que no me habría gustado”, y siendo así, siendo él, es el ciclista más amado.

En los Vosgos, en la Piedra Gorda, la tercera de la etapa de las perseidas, una lluvia de subidas para desafiar a la lluvia de estrellas nocturnas, y a los fuegos artificiales que encienden, el último mano a mano, Tadej Pogacar, de blanco siempre, y Jonas Vingegaard, de amarillo permanente, Pinot se acerca a la fuga en la que Ciccone coleccione lunares rojos para su traje, se vacía con ella, con escapados ilustres, y aclamado por la afición que hace nacer nubes de humo azul y amarillo gloria, grita con alegría, au revoir, les enfants. Adiós muchachos, adiós al Tour, que sangren otros. En los Vosgos, en la segunda subida, la Cruz de Moirat, Mikel Landa, que elige no ganar para ser él mismo, ataca con las manos en la parte superior del manillar, melancólico, cansado. Dura poco. Es Landa. No era su Tour. Y hasta en un plano fugaz se puede ver a los colombianos, realismo mágico en un bosque atlántico, a Egan penando el Tour del regreso, trabajando el Tour del futuro; a Harold Tejada, el mejor clasificado del país andino, moviendo su maillot Astana.

El Balón de Alsacia, la primera montaña del día, corto y fogoso, el destino eligió en 1969 tragedia para Luis Ocaña, gloria inmarcesible para Eddy Merckx, el primer ciclista en la Luna. En el mismo lugar en el que el caníbal viste su primer maillot amarillo, el ciclista de Priego se da un golpe en el descenso, cae de cara, se rompe la boca, no puede comer, solo beber con una pajita, Perurena apoya su mano en su hombro, le da ánimos. Merckx acabó ganando cinco Tours; Ocaña volvió a caer y a sangrar cuando iba a ganar uno, y solo ganó el suyo cuando Merckx no lo corrió. Se pegó un tiro 20 años después.

En el mismo lugar, la misma curva del descenso del balón de Alsacia, se cae Carlos Rodríguez, que no se rompe la boca. Se hace una herida, quizás las gafas, en su perfecto arco ciliar, y la sangre le cae por las mejillas y por el brazo izquierdo. Herido, el chaval de Almuñécar lucha. No es Ocaña. No cree que el destino esté escrito. Quiere escribir el suyo a rueda de Adam Yates feroz con su hermano aliado y con su banda del UAE, la de Pogacar, de la que tira fuerte, gondoleando, cabeza arriba, cabeza abajo, Marc Soler. Persiguen la victoria del honor, persiguen a Pinot pasado el desfiladero de la Schlucht, en el Balón Pequeño. 1.163 metros, donde se ha ido solo el chico del pueblo, y enlaza sin descanso, subibaja simple, conexión directa con la subida final del Tour, el Platzerwasel.

Nos es una lluvia de estrellas de noche de julio, es una ducha. Au revoir Pinot, au revoir la souffrance. Son Pogacar, que ataca a seis kilómetros de la cima, y es Vingegaard, que responde. Son los hermanos Yates, que se lanzan juntos, un Tour simétrico, hace tres semanas en Bilbao, el primer día, la misma escena. Colaboran. El amor fraterno, como el odio, es más fuerte que la razón. Uno, Adam, busca confortar su tercer puesto. El otro, el hermano mayor, busca y encuentra el cuarto puesto, que sujetaba Carlos Rodríguez con alfileres, con los dientes, con la ceja ensangrentada, con los relevos cortos de Pidcock. Resiste al menos la acometida final de Pello Bilbao, sexto en la general final. Pogacar, orgullo de derrotado que no se rinde, regresa a la luna para decirle a Vingegaard aquí estoy, aquí estaré el año que viene. “He vuelto a ser yo mismo después de una semana tan dura”, dice el esloveno que, lanzado por Adam, gana al sprint la etapa que también quería ganar Vingegaard, que, a menos que en los Campos Elíseos no dispute el sprint a Philipsen, terminará el Tour sin una foto levantando los brazos al ganar una etapa por delante del esloveno.

Vingegaard subirá a lo más alto del podio de los Campos Elíseos por segundo año consecutivo con Pogacar, a su derecha, un escalón más bajo. Pero el Tour de Francia no acabará ahí. Lejos de París, en Clermont Ferrand, a pies del Puy de Dôme que no ascenderán, comienza el mismo domingo el Tour femenino. La despedida de la inigualable campeona Annemiek van Vleuten que se entrena en Davos, donde los millonarios manejan la economía mundial, la rabia de Mavi García, y un final en la cima del Tourmalet el primer domingo de agosto.

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Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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