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Doble duelo en la colina de Hinault para aclarar el Tour de Francia

La contrarreloj del martes alargará la igualdad entre Vingegaard y Pogacar por el maillot amarillo y medirá la progresión y las posibilidades de podio de Carlos Rodríguez ante Adam Yates

Jonas Vingegaard, vistiendo el 'maillot' amarillo, seguido de Tadej Pogacar, con el 'maillot' blanco.
Jonas Vingegaard, vistiendo el 'maillot' amarillo, seguido de Tadej Pogacar, con el 'maillot' blanco.Associated Press/LaPresse (APS)
Carlos Arribas

Unas barras de hierro curvadas forman un hombre sobre una bicicleta clavado en una rotonda al comienzo de la cuesta de Domancy, y la figura se repite unos kilómetros más adelante, un relieve en piedra erigido en otra de los millones de rotondas, tantas parece haber, que regulan el tráfico insoportable entre Sallanches y Megève, a la sombra del Mont Blanc. Ambas creaciones representan la figura de Bernard Hinault, celebrando quizás la mayor de sus muchas machadas, el exterminio del Mundial de 1980, 107 ciclistas lo iniciaron, 15 lo concluyeron, y por delante de todos, El Tejón de Bretaña que logró que desde entonces la colina de Domancy, apenas seis kilómetros al 7%, con un cogollo central de 2,5 al 9,4%, llamada ya colina Hinault simplemente, se haya convertido en lugar de peregrinación para locos de los KOM del Strava y será el martes, quizás, la subida decisiva del Tour de Francia más igualado que se recuerda. El lugar del exterminio. O quizás no.

En un rincón, Jonas Vingegaard, maillot amarillo, campeón aún del Tour; en el otro, Tadej Pogacar, maillot blanco, campeón del Tour en 2020 y 2021. El duelo inagotable del Tour del 23, y también del Tour del 22, se prolongará con una distancia de dos minutos entre ambos en la única contrarreloj del Tour, 22 kilómetros en los Alpes. La afición que la goza con la igualdad única de partido de fútbol de ataque a tope y cero-cero en el marcador, también la gozaría, seguramente, con goles y remontadas y suspense, pero si el pasado de la pareja famosa en las contrarreloj dice algo, no parece que entre Passy y Combloux, pequeños barrios de los Alpes ricos, pueda ocurrir algo así. En los Tours de 2021 y 2022, los dos que acabaron con el danés y el esloveno en las dos primeras posiciones, se disputaron cuatro contrarrelojes, dos en cada uno, con un total de 111 kilómetros de contrarreloj. Contados y descontados los tiempos, la diferencia que supusieron entre ambos tantos kilómetros fue de 2s a favor de Vingegaard en 2021. En 2022, acabaron empatados.

Los goles que han encajado uno y otro, el Grand Bornand de Pogacar, el Granon de Vingegaard, se deben más a errores de los derrotados, forzados por las estrategias de los vencedores –y es objeto de estudio y análisis en las escuelas de ciclismo y de la vida, cómo el Jumbo, entre el Galibier de Roglic y el Granon, logró que en 2022 Pogacar, sobreexaltado, sobrecalentado, se olvidara de comer y de refrigerarse, tan absorto estaba en responder atacando a todos los ataques, llegara sin energía al momento decisivo—que a diferencia de fuerzas o talento. En 2023, analizado todo, entendido todo, tanto saben uno del otro, y todo el año ha sido así, que los ataques están igualados, y las defensas, aseguradas. En 2023, antes de la contrarreloj, en las 15 etapas disputadas, y los ocho duelos en cuesta sostenidos, la diferencia de 10s a favor de Vingegaard se debe al error de Pogacar en el Marie Blanque, donde sobrevaloró el trabajo de su equipo, y su fuerza, menos las bonificaciones, que le han supuesto un botón de 18s al esloveno, tan sprinter explosivo en montaña.

El escenario épico de la colina Hinault será, sin embargo, el lugar de una nueva prueba de mayoría de edad para Carlos Rodríguez, que se prepara meticulosamente para la contrarreloj más importante de su vida. Una contrarreloj en la tercera semana del Tour pone a prueba, sobre todo, a los organismos más fuertes de la carrera. Y el del joven de Almuñécar es uno de ellos. Más que el tercer puesto del podio —que mantiene con 19s sobre Adam Yates—, el primero de los terráqueos, el granadino, un debutante de 22 años, busca probar su progresión hacia el ciclista completo que él sabe que será. “Vingegaard y Pogacar están varios escalones por encima de mí, pero yo voy a seguir trabajando para seguir mejorando y llegar hasta donde pueda”, dice Carlos Rodríguez, piernas larguísimas y finísimas, como sus labios, como su mirada, entre divertida y analítica, antes de subirse a la bicicleta para entrenarse en el recorrido de la contrarreloj, que pasa por la puerta de su hotel, y “refrescar la memoria”, pues lo recorrió solo una vez, a mediados de junio. “Quiero seguir centrado, sin subirme a las nubes. Nunca sabes quién puede ser un rival, porque hasta ahora parecía Hindley, y parecía inalcanzable, y ahora está quinto, y mañana puedo ser yo el que esté a lo mejor décimo en la general, nunca sabes, lo que sí voy es a seguir haciéndolo lo mejor posible, seguir dando la mejor versión de mí mismo y pelear con quien esté ahí al lado”.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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