Correr el Tour para siempre
“Es la carrera la que te abandona”, aprendí del ciclista Iván Gutiérrez sobre la ‘Grande Boucle’. Esta, como la vida, sigue y no espera a nadie
El Tour de Francia continua escribiendo su guión perfecto. En la segunda semana de carrera la emoción no decae. La victoria de Pello Bilbao en Issoire, en la que ha sido la etapa con más desgaste en lo que llevamos de carrera, abrazó a todo el equipo Bahrain Victorious en su duelo por su compañero fallecido en el Tour de Suiza, Gino Mäder. Más allá de números y estadísticas, su victoria, como la de Ion Izagirre dos días más tarde, demostró una clase que no desaparece con los años, sino que se acentúa. Pello, ese hombre siempre discreto y dispuesto para el rol que se necesite en su equipo, sea líder o gregario, es quinto en la clasificación del Tour de Francia a sus 33 años y merece ya salir de la sombra y lucir un reconocimiento propio.
El Tour de Francia es esa carrera en la que la brutalidad y el desgaste es consustancial con su épica y prestigio. “El Tour no se abandona nunca”, aprendí pronto del ex ciclista Iván Gutiérrez en mi primera cobertura de la carrera en 2012 tras ver a ciclistas heridos arrastrarse por las carreteras francesas en un camino agónico hacia París. “Es el Tour el que te abandona”, concluía el cántabro. La carrera, como la vida, sigue y no espera a nadie. No hay tiempo para lamerse las heridas, me decía el director del EF Education-Easy Post, Juanma Gárate, con un Richard Carapaz desahuciado de la carrera tras una caída a pocos kilómetros de la primera meta en Bilbao. Minutos más tarde, otro corredor del equipo, el norteamericano Nelson Powless, se vestía con el maillot de lunares, otro objetivo importante para el conjunto. No se puede uno lamentar tranquilo sin tener que alegrarse un minuto después. Es la continua contradicción en la que se vive en el Tour de Francia.
Pienso en el esprínter Fabio Jakobsen, en modo supervivencia desde su caída en la cuarta etapa hasta su abandono tras la undécima. Pienso en Mark Cavendish, el mejor esprínter de la historia de la carrera, en un idilio que ha durado más de veinte años y que ha tenido un final amargo en su búsqueda del récord de 35 victorias en el último Tour de de Francia de su carrera. Su relación con el gran tour francés, a pesar de exitosa siempre ha sido difícil. Y cuanto más perfecto ha querido que sea su romance, como en las ediciones de 2007 y de 2014 que empezaron en Reino Unido o la presente, la de la despedida, más le ha castigado la carrera con caídas y abandonos.
El británico ha escrito su historia en el escaparate más mediático del ciclismo, enfrentándose a momentos en los que más destacaban sus derrotas sobre sus victorias; su temperamento, sobre lo que dictaban sus piernas. Hastiado por las críticas en pleno éxito, hace unos años me confesó que en 2014 se dio un margen de dos temporadas para abandonar el ciclismo. Fue entonces su compañero en el equipo Omega Pharma - Quickstep, Tony Martin, el que le animó en la primera concentración del año: “Harías bien en perderte un año el Tour de Francia para darte cuenta lo mucho que lo echas de menos”. Ese sería precisamente el que abandonaría unos meses después en Harrogate. “¿Y sabes qué?”, me preguntaría apurando su espresso. “Quiero correr el Tour para siempre”.
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