El último servicio de Ludovic Fàbregas en el Barça de balonmano
El pivote azulgrana, nieto de republicanos exiliados y superdotado del deporte, jugará la ‘Final Four’ para después irse al Veszprem húngaro
Por motivos políticos e ideológicos, Victoria y su marido tenían miedo a las represalias del bando vencedor tras la cruenta Guerra Civil española. Por lo que, entre decididos y temerosos, convencidos republicanos, cogieron el petate para cruzar la frontera, para asentarse en Banyuls-Sur-Mer, a escasos diez kilómetros de Cataluña, su tierra. Aunque les fue difícil al principio, pues no sabían francés y debieron trabajar duro para encontrar su sitio, el tiempo les dio la paz y una familia que todavía sigue instalada allí, aunque pasan buena parte del año en Roses, preciosidad de la Costa Brava. Su nieto, Ludovic Fàbregas (Banyuls, Francia; 26 años) volverá ahora a cruzar esa frontera y alguna más, excepcional pivote en el Barça de balonmano que ya ha firmado para el curso que viene con el Veszprem húngaro. Antes, sin embargo, espera levantar por tercera vez consecutiva la Champions, semifinalista el Barça de la Final Four ante el Magdeburgo. “Somos los mejores equipos de la temporada junto con el PSG y el Kielce porque acabamos los primeros de cada grupo. El Magdeburgo nos ha ganado en los últimos partidos, pero ganas no nos faltan”, resuelve Fàbregas.
Sabe de lo que habla. En el curso pasado, después de empatar en la final y en la prórroga ante el Kielce, se llegó a la ronda de penaltis. Los tres especialistas del Barça atinaron como también lo hicieron los rivales. Y en el cuarto tampoco se erró. “Pero Gonzalo [Pérez de Vargas] detuvo el quinto y eso me dio seguridad. También me la transmitió Aitor [Ariño] porque pidió que lanzaran los que practicaban cada día. Y yo era uno de ellos. Lo metí y nunca lo olvidaré”, recuerda con una sonrisa. Volvía a ser campeón de Europa. Mieles que ya descubrió desde muy joven.
Contagiado por la pasión de su padre por el deporte, Ludo se subió a la bici de trial. Lo hacía de maravilla, viajó por el mundo, hasta Japón y Singapur, y defendió a Francia para coronarse campeón de Europa y del Mundo. Pero cuando cumplió los 14 años, menguó la pasión por las dos ruedas. “Primero porque yo crecía demasiado, me hacía muy grande. Y después porque mi hermano se fue a estudiar a Montpellier y me aburría eso de entrenarme solo”. Probó entonces con el rugby y hasta con el fútbol. Pero fue su hermano quien le descubrió el deporte de sus amores: el balonmano.
En una visita a Montpellier, su hermano le dijo que le acompañara al entrenamiento, que intentara disfrutar de unas pruebas de acceso. “No sabía nada del deporte, pero les debí encajar y supongo que no lo hice mal. Desde ese día, quería más”, recuerda. Ya le había picado la curiosidad, pues cumplimentó un sinfín de documentos que pedían y solicitó el ingreso en su academia como también en Nimes. Si fallaban, probaría en Toulouse. “Lo hice en abril y tres meses después ya estaba en Montpellier, en una escuela que es como La Masia azulgrana porque allí había chicos de todos los deportes posibles”. Y añade: “Esos años fueron los mejores de mi vida, me lo pasé bomba, bomba”. No solo eso, sino que empezó a brillar y a destacar, pues en apenas tres años pasó al filial, después al primer equipo y hasta a la selección francesa nada más cumplir la mayoría de edad. La llamada del Barça era cuestión de tiempo. Concretamente, en 2018. “Fue un cambio brutal”, concede.
Más que nada porque en Francia el balonmano es más de contacto y duro, menos táctico. “Cuando llegué, el técnico Xavi Pascual me hablaba e iba perdido. Por la noche hasta soñaba con sus palabras. Era otro modelo de juego, otro estilo. Me hablaba de las líneas de pase, de jugar con las distancias con el rival... No entendía nada”, explica, divertido; “pero con el tiempo, porque me ayudó mucho, me aclaré y aprendí. Si estoy aquí es gracias a él. Aunque también ahora gracias a Carlos Ortega porque con él quizá no he aprendido tanto a nivel táctico, pero sí a mantener durante toda la temporada un nivel alto de rendimiento”. Todo ello le llevó a forjar su carácter, lo que considera vital para ser pivote. “Es un puesto muy físico que no tiene mucho reconocimiento. Pero hay que buscarse la vida porque las pelotas no llegan y si no haces trabajo, no recibes. Al final, en un partido, puedes tocar la pelota 30 segundos”, describe.
Ocurre, sin embargo, que en el curso anterior no se hicieron las cosas como él quería, en los plazos que consideraba oportunos, por más que el club ya le había dicho que lo quería renovar, y tomó la determinación de marcharse del Barcelona. “Estaban dando vueltas durante varios meses y en el Veszprem me sentí muy valorado, además de que había una oferta económica mejor y cada uno en su trabajo mira por eso. Pero ese no fue el motivo, también quería vivir otras experiencias. No fue una decisión fácil porque me siento catalán y porque mi hijo nació aquí”, acepta; “pero desde el club, como avisé con tiempo, respetaron mi decisión”. Otra cosa es que el entrenador le quitara la capitanía. “Duele un poco porque todos tenemos ego. Pero lo entendí porque era lo normal, yo dejo el club y el liderazgo tienen que llevarlo los que van a seguir”.
Pero antes de irse, Ludo quiere la Champions, colofón para su historia como azulgrana. En Colonia, escenario de la Final Four, no faltará su padre, siempre ataviado con una barretina catalana y con la pancarta que le acompaña. “Pone Ludo 72 con los colores del Barça. Ya lo hizo, pero con el 27, en el Montpellier y seguro que lo hará en el Veszprem”, señala Fàbregas. También irá su madre, su mujer y seguramente su hermano. No así su abuela, que sí que acudió al día de su presentación como azulgrana y a su último partido en el Palau. “Ojalá ganemos. Me gustaría que me recordaran como un jugador que lo ha dado todo hasta el final”, conviene. Ya llegará el momento de despedirse y, como él dice, espera que el festejo de la Champions sea su cena de despedida.
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