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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Condenar el racismo, pero de boquilla

Hay un mundo entre condenar el racismo y querer realmente erradicar los comportamientos racistas de los estadios. Para combatir esta lacra hay que aceptar la culpa y tragar con la pena

Vinicius habla con Cenk Özkacar, durante el partido entre el Valencia y el Madrid en Mestalla.Foto: JOSE JORDAN (AFP) | Vídeo: EPV
Nadia Tronchoni

Yo no soy racista. Los valencianos no son racistas. Mestalla no es racista.

Nadie es racista. Ni conoce a nadie que sea racista.

Pero, ojo cuando algo te toca de cerca. El discurso se modula.

Lo primero que hizo el Valencia después de ver cómo un acalorado Vinicius, harto de que le insulten en cada campo lejos del Bernabéu, señalaba a uno de los suyos en la grada de uno de los fondos del estadio, la grada Mario Kempes, ni más ni menos, fue condenar esa agresión. Al susodicho, identificado al momento, se lo llevaron de Mestalla. Y al día siguiente ya estaba vetado de por vida por su club. Además, nada más terminar el partido, habló Baraja, el entrenador. “Hay alguien que puede equivocarse, pero no compartimos cualquier comentario racista”, dijo, entre muchos matices. Habló el Valencia. “El club, en su compromiso con los valores del respeto y del deporte, reafirma públicamente su posición contra la violencia física y verbal en los estadios y lamenta los hechos”, afirmaban en una nota. Aunque era, decían, “un episodio aislado”. Porque nada tiene ni de racista ni de insulto colectivo llamar tonto (y antes mono) reiteradamente y a coro a un jugador rival. Que esto es fútbol. Y aquí hemos venido a jugar.

Por eso, ahora que el Comité de Competición, tras años de laxitud, se ha dado cuenta de que el problema es grave y de que la bola es todavía más grande —suerte de los aspavientos de Vinicius, que con su vehemencia nos ha quitado a todos la venda de los ojos: hay racismo, tan asumido y tan latente que ni siquiera lo percibíamos—, ahora que la sanción que le ha caído al Valencia es ejemplar y severa, que no desmesurada, el club señalado —y ha sido este como podría haber sido cualquier otro, recuérdense los episodios en el Metropolitano o en Mallorca o Valladolid, o los cánticos a Guardiola en el mismo Bernabéu—, ya no asume su responsabilidad, sino que con su último comunicado se hace el ofendido.

Hay un mundo entre condenar el racismo y querer realmente erradicar los comportamientos racistas de las gradas y de los estadios. Para combatir el racismo del fútbol —porque es el fútbol el que acoge a energúmenos y no otros deportes— hay que aceptar la culpa y tragar con la pena. Si Competición ha llegado a la conclusión a la que otros habían llegado antes: que esto no se solucionará hasta que sean los clubes quienes pongan de verdad freno a sus aficiones, a uno que se dice antirracista no le queda otra que callar y engullir. Al Valencia, que se proclama en esa última nota oficial a favor de actuar “de manera tajante para erradicar esta lacra”, no le queda otra que envainársela. En cambio, lo que ha hecho es protestar y afirmar que recurrirá “hasta la última instancia el cierre de la Grada de Animación”. Eso no es condenar el racismo. Eso es condenar de boquilla. Y lo que consigue es perpetuar el statu quo.

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Sobre la firma

Nadia Tronchoni
Redactora jefa de la sección de Deportes y experta en motociclismo. Ha estado en cinco Rally Dakar y le apasionan el fútbol y la política. Se inició en la radio y empezó a escribir en el diario La Razón. Es Licenciada en Periodismo por la Universidad de Valencia, Máster en Fútbol en la UV y Executive Master en Marketing Digital por el IEBS.

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