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Como estaba escrito, sprint en el Giro de Italia, y victoria de Jonathan Milan

Remco Evenepoel sigue líder tras una segunda etapa marcada por una caída a cuatro kilómetros de la meta, donde triunfa un debutante italiano de 22 años

Carlos Arribas
Remco Evenepoel
Milan celebra la victoria.JENNIFER LORENZINI (REUTERS)

En el Giro, como en la Biblia, todo sucede para que se cumpla lo que estaba escrito. No hay carrera más ritual, ceremonial. Décadas y décadas de repetición han fijado el canon. Etapas llanas por el sur, donde no huele a albahaca, sino a pobreza y a lucha operaria, humo del carbón en el que grillan pinchos de oveja vieja, arrosticini, y a incienso y a polvo de iglesia, más de 200 kilómetros hacia playas de dunas. Fuga sin lucha. Salen cinco rápido y los equipos de sprinters cierran la puerta. Cuatro horas de calma, unos minutos de aceleración para acabar con la fuga, media hora de caos, caídas, estrechamientos inexplicables de la calzada, frenazos y, ya estaba escrito, nadie lo dudaba, un sprint, y la victoria de Jonathan Milan, un corredor de 22 años, tan joven y debutante, del año 2000, como Remco Evenepoel, que suena a viejo conocido.

Mide 1,94m. Es un gigante. Pesa más de 80 kilos. Necesita que se le abran las aguas para progresar y aprovechar la inercia, y su conocimiento de los vatios –llega a 1.900 vatios algunos segundos, dice—y de los ritmos, depurado en muchos años de trabajo en la pista. Friulano de Tolmezzo, lejos, lejos, en el norte, a orillas del Tagliamento, el río del lecho de piedras de un kilómetro de ancho que desciende desde los Alpes, Milan es mitad Filippo Ganna –y con Ganna en el cuarteto de persecución ganó el oro en los Juegos Olímpicos de Tokio—y, por el tamaño, mitad Mario Cipollini, que en 1989 ganó el primer sprint de su carrera en el Giro, y tenía también 22 años. Por el estilo, no, ni por mala leche. No es bella su forma de esprintar, sino primaria. Se abre un hueco delante de él y acelera, y en dos pedaladas saca dos metros a todos, y mueve la cabeza y mueve el cuerpo y desperdicia energía, y aún así, es una bomba.

Todo bajo el sol del mezzogiorno italiano, sombras duras, ninguna sorpresa a la vuelta de la esquina, nada que no se supiera que iba a ocurrir. Ni una mísera niebla, una subida, un ataque oculto, un misterio, una lucha maravillosa, una duda. El Giro se ha construido ya, nunca imitará a las carreras femeninas, a la Vuelta en Lagos, por ejemplo, como las imitan los nuevos campeones, incluso Remco Evenepoel.

La caída, a poco más de tres kilómetros, roza a Remco Evenepoel, de rosa, y cuando habla, habla un niño fascinado por los colores con los que le disfrazan. “Me he divertido de rosa”, dice, vestido del arcoíris de campeón del mundo, una maglia que difícilmente vestirá en carrera este Giro. “Es un nuevo color en torno a mí. Qué bien”. La contrarreloj inicial la ganó con la bandera belga de campeón nacional de la especialidad; la segunda etapa la salvó de rosa, y cuando deje el rosa –quizás, voluntariamente, el martes: se prevé fuga con éxito en el Lago de Laceno, a 1.000 metros– descubrirá el blanco de mejor joven. ¿Los colores azules de su equipo, el Soudal? Imposible. Por la caída, algunos con nombre importante –Tao, Vine, Haig, Pinot—pierden 19s.

El viento de cara, fuerte, rompe a Fernando Gaviria, que quiere anticipar el sprint de los favoritos. Lo hace a casi 300 metros. Pelea con el viento y pierde, y ayuda a Milan, a su aceleración libre. “Me he desfogado”, dice el italiano, que este invierno ya ganó un sprint en Arabia Saudí a Dylan Gronewegen. “Uno que debuta siempre duda”.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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