Y tras el susto del estreno, Alcaraz se afina ante Dimitrov
El español se endereza frente al búlgaro (6-2 y 7-5, 1h 30m) y desembarca en los octavos de Madrid, en los que reeditará la final de hace un año con Zverev
Aplicado, Carlos Alcaraz le explica a Àlex Corretja a pie de pista que ha cumplido con la tarea. Después del trabado estreno del viernes, en el que durante un buen rato jugó con fuego, poco inspirado, el murciano recupera el látigo y castiga al búlgaro Grigor Dimitrov: 6-2 y 7-5, 1h 30m. Se adentra así en la segunda semana del Masters de Madrid y envía un mensaje, por si alguien confiaba en que pudiera prolongarse el bache. “Soy un jugador que aprende de lo que ha hecho mal, y había muchas cosas que mejorar. Ayer entrenamos ciertas cosas y teníamos claro que tenía que disfrutar otra vez. Esa ha sido la clave”, remarca satisfecho, consciente de que ahora tendrá que dar otro salto de nivel para superar a Alexander Zverev, al que rindió en la final de hace un año y que por la mañana se ha deshecho del francés Hugo Grenier en 57 minutos (6-1 y 6-0).
“Prima el ganar. Me encanta jugar al tenis, pero tengo ese gen ganador dentro, y quiero siempre ganar de cualquier manera. Si las cosas no salen bien, hay que buscar la manera de ganar”, dice. “Hoy ha sido un partido muy completo, he jugado muy bien, me he movido bien y le he pegado bien. No he perdido mi esencia, que es jugar agresivo y con grandes golpes. Este partido me da mucha confianza de cara a lo que viene”, prosigue tras firmar una victoria convincente, sin fisuras. Diversión y productiva puesta a punto. El de enfrente colabora.
Uno piensa en Dimitrov, le observa pegar ese revés a botepronto tan inmaculado, tan plano y tan perfecto, e inevitablemente fantasea e imagina lo que podía haber sido, pero que no es. Una lástima lo del búlgaro, delicioso para la vista y exquisito desde lo plástico, tan bonito de ver como proclive a deshacerse y a devolver a la tierra a todos aquellos que un día adivinaron en él –31 años ya– la marca blanca de Roger Federer, una suerte de reproducción del genio suizo. Desde el ángulo estético, puramente académico, no hay probablemente tenista más pulcro que él, pero como esto va de competir y no solo de belleza o de quién lo hace más bonito, el viejo flechazo va quedándose sencillamente en eso: una ensoñación pasajera.
Sus andares y su disposición nada más pisar la arena de la central de Madrid ya eran los de un tenista derrotado, como si hubiera bajado los brazos de antemano. Nada que ver con aquel trueno que cayó en 2013 en la misma pista, de madrugada y ante el mismísimo Novak Djokovic. Dimitrov tenía 21 años e iba a comerse el mundo, se decía. Una década después, ya como treintañero y en una indefinición permanente, el búlgaro sigue siendo igual de seductor, pero su tenis no le alcanza para ir más allá del fogonazo puntual. Amagó en 2017, cuando conquistó la Copa de Maestros y dio un bocado en el cemento de Cincinnati, pero después de ascender hasta el podio del circuito –número tres, tras el logro en el O2 de Londres– fue desinflándose irremediablemente hasta hoy.
Hibernación interminable
En sentido contrario, Alcaraz no insinuó, sino que derribó la puerta sin dar aviso previo. El murciano, jugador de otra talla, también primoroso pero con un instinto infinitamente más afilado, sigue con decisión a lo suyo, que en el fondo significa devorar la historia. Ya posee un grande, ya ha sido número uno, ya guarda varios récords y no hay quien se atreva a ponerle grilletes a su ambición. Tiene 19 años y un hambre infinita. No tiembla. Él es, de alguna forma, aquello que soñó con ser en su día Dimitrov, que este domingo no pudo más que conformarse con estirar un poco el duelo y comprobar de primera mano la magnitud del jugador al que todo el mundo señala y al que se intuye como próximo gran dominador.
Si no sufre despistes ni mal de altura, si el cuerpo le respeta, el murciano puede dejar una huella más que profunda, aquello que en su día imaginaban algunos para Dimitrov. Este abandonó la pista con el consuelo de haberle rebatido al menos en el segundo set, cuando ya había cedido terreno y extendido la alfombra. Pero poco más. Sigue inmerso en una interminable hibernación. Logró un break que el español anuló de inmediato, como el coletazo que espanta las moscas, y a partir de ahí, un monólogo: parcial de 5-1 y dulce paso hacia los octavos del martes, en los que se medirá con el ascendente Zverev; 3-1 favorable al alemán, precisamente batido la temporada pasada en Madrid.
“Va a ser totalmente diferente a la final del año pasado. Está jugando muy bien, hoy ha pasado por encima de Grenier; ya hemos entrenado aquí y me ganó el set. Todo el mundo sabe lo gran jugador que es y los grandes golpes que tiene. Vamos a intentar dominar, como siempre. Tengo ganas de medirme con él”, finalizó. Tenía que mejorar y corregir el de El Palmar. Y así lo hizo. Afinado, recuperó los biorritmos y volvió a la buena senda.
DAVIDOVICH: “¡NO VOY A JUGAR, ME HAN MANGADO!”
Alejandro Davidovich se sumó en los octavos a Alcaraz y Jaume Munar, que nunca había ganado tres partidos seguidos en un Masters 1000. El mallorquín venció por 3-6, 6-3 y 6-1 (tras 2h 04m), y se enfrentará el martes al alemán Daniel Altmaier, 92º del mundo.
No obstante, el punto álgido del día se produjo paradójicamente de madrugada, cuando Davidovich superó al danés Holger Rune. El andaluz prevaleció (7-6(1), 5-7 y 7-6(5) en un pulso muy áspero, presidido por la tensión a raíz de un episodio con el videoarbitraje.
Con 3-3, el español protestó al entender que el último saque del nórdico no había entrado. Sin embargo, la imagen facilitada por el sistema mostró que la pelota había botado sobre la línea. Indignado, Davidovich –citado con Borna Coric– estalló ante el juez de silla, Carlos Bernardes.
“¡No me jodas, que ha sido mala! Llama al supervisor [de pista], que yo no voy a jugar con el FoxTenn [nombre comercial del dispositivo]; me han mangado ahí y ahí. Me da igual la máquina, no voy a jugar. ¿No ves que es un error? Estás ahí para corregir y no lo estás haciendo…”, lamentó.
Entretanto, en la central se interpretó que durante la revisión, Rune pisó la marca para borrarla, lo que mosqueó a la grada y a su rival. Finalmente, el juego continuó, mientras los aficionados le dedicaban sonoras pitadas a Rune y celebraba cada uno de sus errores.
Puedes seguir a EL PAÍS Deportes en Facebook y Twitter, o apuntarte aquí para recibir nuestra newsletter semanal.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.