Vingegaard ya es líder de la Itzulia, la vuelta al País Vasco
El ciclista danés se impone en la durísima rampa de Amasa, con Mikel Landa y Enric Mas a dos segundos
En lo alto, allá en Hika, hay una espectacular bodega de chacolí, el vino ligeramente ácido de las tierras vascas. Cualquier observador puede apreciar, al subir hacia la meta, que el trabajo de los vendimiadores que arrancan los racimos de uva tiene que ser penoso, porque se alinean las cepas en una ladera empinada de 195 metros al 26% de desnivel, con una estrecha carretera en medio, que por ser recta, impresiona más a los ciclistas, aunque no a todos, porque hay algunos que sufren y disfrutan al mismo tiempo mientras machacan los pedales.
De esa estirpe de corredores que se regodean cuanto mayor es el porcentaje y más padecen los rivales, es el último ganador del Tour, Jonas Vingegaard, un deportista de cuerpo escueto, rostro de niño, cincelado por el esfuerzo y los kilómetros, que parece un tipo frágil cuando se baja de la bicicleta pero es, al contrario, una roca de músculos flexibles, capaces de resistir lo que a un ser humano común le parece irresistible, y de aguantar lo inaguantable mientras pedalea sobre una de esas máquinas casi perfectas que cuestan 15.000 euros, son un prodigio de la tecnología y únicamente tienen un defecto: funcionan a base de dar pedaladas.
Como Vingegaard, Mikel Landa, también es un espécimen de los de dar de comer aparte en el mundo del deporte, de los que disfrutan sufriendo sin ser masoquistas, solo ciclistas, y que se sienten atraídos por cada cuesta que ven. No en vano es de Murgia, en la cima de Altube, cerca de la sierra del Gorbea. También Gaudu, bretón como el monstruo Hinault, de escama dura, pertenece a la liga de los hombres extraordinarios, de los que conjugan con gusto el verbo subir, que es intransitivo. Nadie puede subir por ellos; lo hacen con sus propias fuerzas.
Como en Hika, la bodega, con las viñas todavía sin las hojas de parra, desnudas. Cazado Chaves, que también es de esa misma raza de ciclistas, y que lo había intentado desde más lejos, a 15 kilómetros de la meta, y mientras la carretera subía por Zizurkil, y al que se unieron Knox y Juanpe López. La diferencia se paró en el medio minuto y desde allí descendió hasta esfumarse cuando la carrera llegaba a Villabona y se olisqueaban las cuestas imposibles por las que se llegaba a la meta, y en la que se queman los embragues si se detiene el coche de delante.
Y las bicis, claro, que también se gripan, y es un drama, cuando un enganchón provoca que varios ciclistas tengan que echar pie a tierra y luego no hay nadie que les dé un empujón para volver a arrancar. Vingegaard, bien colocado por su equipo, a refugio de cualquier accidente, no tiene problemas en buscarse el hueco y lanzarse, es un decir, hacia la cabeza de la carrera, y a coger unos metros que nadie puede tapar, por mucho que lo intentan. Solo Mikel Landa se acerca, y con el Mas, tercero en la etapa, y Gaudu, y tiran, y tiran para cerrar el hueco, pero el pequeño gran danés no lo permite, y se permite el lujo de levantar los brazos con el último aliento, y se pone líder, con Landa detrás y Gaudu tercero. El trío del que depende ahora la carrera. “Ha sido algo increíble”, dice del muro que ha subido más rápido que nadie. Y se queda tan ancho.
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