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DE ÁREA A ÁREA
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Éxito del Athletic con el negro de Iribar

Contra lo que se dice, el fútbol sí tiene memoria. Por eso siguen tan presentes la devoción por el portero vasco y por el viejo y querido club bilbaíno

Una parada de Iríbar en el Bernabéu, a disparo de Santillana. Al fondo, Escalza y Jensen.
Una parada de Iríbar en el Bernabéu, a disparo de Santillana. Al fondo, Escalza y Jensen.

El Athletic es otra cosa, no cabe duda. Su filosofía, su forma de estar en el fútbol, hace que se le mire con un respeto especial. Hasta los tirones separatistas de la Transición, con su odioso acompañamiento de crímenes de la ETA, todo aficionado español era hincha del Athletic en primera o segunda instancia. En segunda, si en su localidad había equipo importante; en primera si no lo había, casos por ejemplo de la meseta sur, el norte de Andalucía, Extremadura… Todos vascos, todos de la cantera, aporte numeroso a la selección nacional, estilo bravo y noble. Pasó pero aún queda un rescoldo. Lo ha demostrado el homenaje a Iribar por sus 80 años.

Hace ya más de 40 que se retiró, así que la petición del Athletic de que todos los porteros se vistieran de negro iba dirigida a muchachos que no habían nacido cuando se retiró, en muchos casos ni se conocerían sus padres, pero la respuesta fue colosal. Hasta los árbitros hicieron la vista gorda, porque se tiende a evitar que los dos porteros vistan igual por si uno va al área contraria a rematar un córner. Precaución excesiva, quizá, pero alguna vez he visto a un portero cambiarse por orden de un árbitro puntilloso.

Iribar lo merecía, desde luego. Los que le vimos jugar podemos atestiguarlo, porque aparte de su excelencia para el juego, que nacía de un físico privilegiado y se prolongaba por su sabio conocimiento del puesto, se unían su carácter serio y su profundo sentido de la deportividad y el compañerismo.

Tengo entre mis recuerdos de aficionado adolescente un 0-0 en el Bernabéu con el Madrid ye-yé en plenitud bombardeando a Iribar por arriba y por abajo sin éxito. Yo me había resistido a aceptarle por fidelidad a Carmelo, el grande que le precedió y que tuvo que irse a completar su carrera en el Espanyol, pero aquel día me entregué.

Y viví como un privilegio mi primera conversación larga con él, en una comida de presentación de un libro de Guerrero para la editorial de PRISA. Le había hecho en ocasiones previas alguna que otra entrevista apresurada, de esas en las que periodista y jugador cumplen un papel ritual, pero esta vez tuve el privilegio de mantener con él una charla prolongada que me deslumbró por la sabia sencillez de sus razonamientos. Empecé por arriesgar la idea de que para los porteros posteriores a su época el oficio podía resultar más fácil, puesto que podían observar vídeos y sacar enseñanzas. Me dijo que no estaba seguro. Que él, con un amigo más atrevido porque solo no hubiera sido capaz, se colaba en la peluquería de Zarautz para ojear las revistas que había sobre la mesa en busca de fotos de los porteros entonces en boga, Ramallets, Alonso, Carmelo, Pazos, Busto, Eizaguirre...

Retenía las estampas en su cerebro y luego, en la playa, calculaba todos los movimientos intermedios que determinaban el perfecto gesto técnico final, tal y como lo plasmaba la revista. Estaba seguro de que eso, practicado una y otra vez, le había ayudado. Y también un sistema que desarrolló para tener amor al balón. Lo imaginaba como un niño travieso en cercanía de un pozo. “De un niño hay que estar atento siempre, y lo mismo es el balón, tienes que estar atento a él porque un solo momento de despiste puede ser fatal. Y cuando hacía una parada difícil, cuando había salvado un riesgo claro de gol, lo apretaba en mis manos con cariño y alivio, pensando que le había salvado.”

Era largo y flexible como un junco, tenía un físico casi diría que diseñado especialmente por la naturaleza para esa posición, pero también una cabeza perfectamente organizada. Ha pasado el tiempo sin hacer estragos en él, mantiene la estampa y ha recibido un homenaje pleno y merecido. El mejor posible: el reconocimiento de las generaciones posteriores a su trayectoria grande y ejemplar. Contra lo que se dice, el fútbol sí tiene memoria. Por eso siguen tan presentes la devoción por Iribar y por el viejo y querido Athletic Club, “caso único en el fútbol mundial”, como escribió L’Équipe. Por eso tuvo tal respuesta, incluso fuera de España, esa llamada a recuperar el color negro que definió su carrera, a su vez expresión del respeto que él sintió por Yashin, la Araña Negra.

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