El Madrid despierta un volcán en Anfield
Al Real con dos goles por debajo se le aparecieron los fantasmas del City, y se vino arriba. Al Liverpool, con el empate, se le aparecieron los fantasmas de Kiev y de París, y se vino abajo
“A veces me pregunto cómo debe ser eso de ser del Madrid. La épica, el escudo, las Champions con la chorra. Luego me pongo en posición fetal y lloro”, me escribe en la segunda parte un amigo culé. Le contesto rápido, pues el artículo espera: “Ser del Madrid es firmar 4-0 en el minuto 15 porque alguna vez esto se tiene que acabar, y vernos de repente con el 2-3: no se acaba nunca”. Le doy a enviar justo cuando Benzema marca el cuarto. “Me voy a dormir”, responde. Es justo: no son horas. Nunca sabremos cuánto le deben al Madrid millones de personas que, en todo el mundo, se van a la cama entre semana antes de tiempo. Las horas que descansan, lo despejados que están al día siguiente, el rendimiento impresionante en el trabajo con el móvil en modo avión para que no entren whatsapps indeseables. Me escribe otro amigo, Lolo Viejo: “No quiero volver a la Negreira League”. No hay más mensajes. Tampoco tengo más amigos. Quién los necesita si Modric, Benzema y Vinicius juegan en tu equipo.
El Madrid levantó una catedral en Anfield, templo abarrotado del fútbol mundial, ante un club que es pura aristocracia, con una historia que se le cae de los bolsillos tanto y tan bien como su elegancia homenajeando a Amancio, leyenda blanca, con una leyenda red, Kenny Dalglish. Y hecho el reconocimiento, con un minuto de silencio envidiable, el Liverpool se apresuró a merendar al Madrid. En dos bocados. Regó de lava el campo blanco, ocupó su área y machacó la portería madridista con dos goles antes del primer cuarto de hora. De nuevo el guión terrible de Mánchester y las nubes negras por todas partes, de nuevo el Madrid ahogado y superado, perdido, ante una avalancha mortal liderada por un Salah en trance. Y esta vez, con Modric y Benzema un año más viejos, con Courtois desafortunado (40 pifias como esa pueden permitirse después de la final de París) y Alaba acuchillado por Salah una y otra vez.
Ocurrió Vinicius. Ahora mismo el brasileño es un volcán. Un jugador que salta los escalones de tres en tres. Se sacó de la bota un disparo salvaje, anterior al fútbol, un misil con efecto salido de la nada, como disparan los 9 puros que no necesitan mover la bota para no regalar espacio. El balón se fue a un lugar imposible, uno de esos rincones inexplorados del planeta al que llega antes un delantero que un geólogo, y el Madrid empezó a bailar al ritmo de su niño de oro. La lava cambió de color. Y el campeón de Europa dejó caer todas las Champions sobre el campo del Liverpool, que acusó el destrozo psicológico del segundo gol de rebote. Fue la gran diferencia de este partido histórico. Que al Madrid cuando se vio con dos por debajo se le aparecieron los fantasmas del City, por tanto se vino arriba; que al Liverpool cuando vio remontados sus dos goles, se le aparecieron los fantasmas de Kiev y de París, las finales perdidas, y se vino abajo.
El partido se cerró con una estampida de dos jugadores de 35 y 37 años apoyados por uno de 22 que estuvo en cuatro goles. La carrera de Modric, tan parecida a la carrera contra el PSG; el cambio de ritmo, la conducción del balón de un jugador de época en el que ha prendido una luz inagotable, la luz que ilumina sus últimas noches europeas, dejando atrás a sus rivales con un golpe de zancada, resistiendo los embates de gente más joven y más fuerte, para soltársela a Vinicius y que este se la regale a Benzema. El francés sentó a Alisson, sentó a Anfield, paró dos segundos el tiempo delante de la portería mientras el guardameta gritaba desesperado desde el suelo (la imagen en la repetición es tremenda) y selló una goleada para siempre que hace justicia a Amancio Amaro, a Ferenc Puskas, a Alfredo Di Stéfano, a Paco Gento. A aquel Madrid del que cada vez quedan menos vivos y más recuerdos; aquel Madrid que se prolonga, inalterable, hasta hoy, fabricando recuerdos nuevos para los que lleguen dentro de 50 años.
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