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PAISAJES
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El silencio en los fichajes

Antes lo que importaba era ser profesional, eficaz, discreto, tomar decisiones con los mejores elementos y ser capaz de, sobre todo, gestionar sin ruidos

Aficionados del Athletic, en San Mamés, durante un partido de la Copa del Rey de la última temporada.
Aficionados del Athletic, en San Mamés, durante un partido de la Copa del Rey de la última temporada.Alvaro Barrientos (AP)
Andoni Zubizarreta

Hubo un tiempo, no se crean que hace tanto, yo diría que no más de 10 años, que uno que yo conozco dijo en una rueda de prensa, tal vez en una entrevista en un palco, una de esas frases, una de esas sentencias, que suelen gustar mucho a quien la dice y más a los que gestionan la comunicación de un club: “Las negociaciones no se retransmiten”.

Seguramente este concepto, esta idea, concuerde con lo que la mayoría de ustedes piense que debe ser una norma básica de cualquier negociación. Tal vez usted, como el autor de la pretenciosa sentencia, piense que esas cosas de las negociaciones se llevan en secreto, en silencio, en los susurros de una sala de reuniones, un café discreto, una sala de un aeropuerto, en la que los interlocutores, como actores de una película de espías, se encuentran, hablan, discuten y dejan escritos en un simple papel unas cifras que mañana, el mañana de ayer, serán parte de la historia del fútbol. O una absurda y mísera servilleta, si todo aquello acaba más que mal, acaba en desastre.

Hubo un tiempo en el que la cuestión era salvar las dificultades de quienes querían saber, informar, explicar, siempre en primicia, de aquello que se discutía en la privacidad de los despachos, en la intimidad de las conversaciones, lejos de los focos y las declaraciones públicas porque se entendía que eso que salía, se filtraba, se conocía, era un arma que el rival en la negociación (desengáñese porque siempre hay un rival que se va a beneficiar de nuestro mal, sea jugador, entrenador o precio de la gasolina) iba a sacar provecho de esa información para apretarnos, pedirnos más.

Tampoco le voy a negar que aquellos tiempos también utilizábamos esas informaciones que nos favorecían para plantarnos en nuestras posiciones, para decir que no nos movíamos de nuestra propuesta porque nuestros “espías” nos hablaban de que la otra parte estaba muy necesitada de cerrar un acuerdo de forma rápida y limpia.

Hubo un tiempo, ya les digo que no hace tanto y que no hay que cambiar de siglo para encontrarlo, en el que lo principal era como acababa una negociación larga, incierta, hasta improbable, pero que empezaba desde el principio de que si salía, si acababa bien, si se remataba y era gol, era una de esas de las que uno podía decir en la rueda de prensa de presentación que iba a ser uno de los capítulos principales de su libro de memorias inconfesables. Ese libro que ahora sabes que nunca vas a escribir.

Hubo un tiempo en el que lo que importaba es que la negociación llegara a buen término porque ese era el objetivo que se había marcado como principal para el club, para el equipo y sus capacidades competitivas y todas las cuestiones personales quedaban en segundo, tal vez hasta tercer término, porque se consideraba que lo esencial era crear un proyecto competitivo, un equipo eficaz y capaz de superar los desiertos que siempre aparecen en cualquier temporada.

Hubo un tiempo, tal vez solo fue ayer, en el que lo esencial era el logro colectivo, la felicidad global, la satisfacción de unos seguidores felices, porque su equipo, sin nombres ni autores, solo sus colores y sus felicidades globales, había alcanzado ese punto en el que la alegría construye recuerdos, historias y leyendas.

Hubo un tiempo en el que eso que se llamaba dirección deportiva consistía en imaginar que ventajas competitivas podías construir para tu club, una obvia es el mercado, pero esos milímetros de mejora habitaban también en la medicina, la rehabilitación, la nutrición, la calidad del césped, la grabación de los entrenamientos y de los partidos de tus rivales, la psicología, el podólogo, la gestión de los datos que empezábamos a generar y cómo los guardábamos en esa nube que sonaba a ciencia ficción y cómo luego trabajábamos con ellos y cómo, al generarlos y guardarlos podían facilitar la tarea a quienes viniesen detrás de nosotros. Pero también se buscaba en el derecho deportivo y sus rendijas legales, la formación continua de los entrenadores, las tareas del entrenamiento, en aquellos tiempos todavía no nos atrevíamos a hablar de metodología, de los viajes mejor ajustados para ganar tiempo y reducir el cansancio o en lo que nuestro equipo debía comer después del partido y cómo eso podía influir en el diseño interior del autobús de la temporada próxima. Muchos milímetros que, al final, nos dieran un metro de ventaja.

Hubo un tiempo, ayer, solo ayer, tal vez un tiempo antes del algoritmo, en el que lo importaba era ser profesional, eficaz, discreto, tomar decisiones con los mejores elementos y ser capaz de, sobre todo, gestionar tus silencios.

De los ruidos, entonces y, tal vez, hasta ahora, se encargaban lo de afuera. Nunca, nunca, nunca, los de adentro. Porque ese es el ruido más difícil de controlar. Siempre.

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