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el juego infinito
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El Madrid y el vendaval de la historia

Desde el primer gol de Benzema, el partido contra el PSG pasó de jugarse en la cancha a jugarse en un estadio con el colmillo retorcido por décadas de leyenda

Xavi Barcelona
Jorge Valdano

Puro fútbol. “Esqueleto de multitudes”. Así definió Mario Benedetti un estadio vacío. El esqueleto del Bernabéu aún está destartalado, pero la multitud es imparable. Madrid y PSG jugaron, durante una hora, un partido de fútbol normal en un cuidado terreno de juego. El Madrid quería presionar alto, pero se desajustaba porque Verratti sacaba la pelota desde atrás con naturalidad, se asociaba en corto con Messi y Neymar para distraer y descargaban en largo para que Mbappé destruyera. Puro fútbol. La gente sufría encantada de la vida porque cada arrancada de Kylian era una amenaza a la vez que una promesa. Pero cuando marcó el 1 a 0, el miedo barrió con todo: el PSG siguió dominando y Mbappé cabalgando hacia el peligro. Es hasta bello verlo correr. El Madrid era cosas sueltas. Una carrera de Vinicius, un intento de pared de Benzema, un centro de Carvajal… Eso sí: el sacrificio, de todos.

¿A quién se le ocurre, Donnarumma? El Madrid salió al segundo tiempo sabiendo que, ahora sí, la gesta se llamaba remontada, palabra que excita al Bernabéu como ninguna otra. Pero el partido seguía en el mismo lugar, con un PSG superior y hasta cómodo. Había mandado en París, seguía mandando en Madrid y ganaba 2 a 0. Y entonces ocurrió. Donnarumma tenía la pelota en sus pies y, como les ocurre a muchos porteros, teatralizó la tranquilidad. Entre que le costó desenrollar sus largas piernas y que el acoso físico de Benzema lo desestabilizó, terminó entregándole el balón a Vinicius, que se lo sirvió al mismo Karim para inaugurar un infierno. Porque desde ese gol, el partido pasó de jugarse en la cancha a jugarse en un estadio con el colmillo retorcido por décadas de leyenda. No fue la táctica, no fue la técnica, no fue lo físico, no fueron los entrenadores. Fue la emoción, que cuando se desata interviene en el juego como un vendaval.

17 minutos de pasión. El PSG intentó volver al partido con largas posesiones, pero fue como intentar enfriar un volcán con una barra de hielo. La locura emocional lo alteró todo, menos el estatus futbolístico: seguía habiendo jugadores mejores y peores. No es de extrañar entonces que fuera Modric el que le metiera un largo balón de gol a Vinicius, este no se animó a profundizar y descargó en el mismo Modric, ya en modo ubicuo, que enhebró un pase entre las piernas de Kimpembe para que Benzema metiera el segundo. No había modo de parar aquello ni tiempo que perder. Así que el saque de centro fue presionado por una jauría y la nueva arremetida fue despejada por Marquinhos hacia dentro, donde casualmente llegaba Benzema para marcar el tercero de primeras y en lo que fue una especie de bofetada con el exterior del pie para derribar definitivamente a un rival que estaba grogui.

Real como la magia. Fue entonces cuando se cayó el estadio y se personó la historia con sus impecables fantasmas. Vi a Di Stéfano con su sonrisa socarrona abrazando a Benzema por haber vencido su récord. Y a Juanito saliendo del campo dando saltos y pegándole puñetazos al aire. Y a la Quinta tratando de reposar el juego porque la remontada ya estaba conseguida. Y a Raúl pidiendo otra dosis de lucha porque el partido aún no había terminado. Y a los Galácticos preguntando por el precio de las camisetas. Y a Sergio Ramos hecho un lío entre el gol de Lisboa y la derrota de su nuevo equipo. Luego me enteré de que Al-Khelaifi bajó al vestuario para increpar al árbitro porque vio falta a Donnarumma en el primer gol. Cada uno ve lo que quiere en un partido de fútbol. Pero en el Bernabéu no hay nada más real que la magia.

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