Pasta, gloria y el litigio que el Manchester City intentó ocultar
Al equipo de Guardiola no le hace gracia que se hable de su riqueza porque es una manera de minusvalorar el nivel de excelencia futbolística que ha alcanzado
El martes pasado, el Manchester City se convirtió por primera vez en el club de fútbol más rico del mundo, según la consultora KPMG. El sábado borró del campo al Chelsea, lo dejó a 13 puntos de distancia y redujo la Premier a una carrera de dos caballos en la que el equipo de Pep Guardiola es claramente favorito frente al Liverpool de Jürgen Klopp.
En la temporada 2020-21, marcada por los estadios vacíos a causa de la covid y por la contabilización de partidos de la temporada anterior que se jugaron después del 30 de junio de 2020 (y devengaron derechos de televisión pero no de taquilla), el Manchester City obtuvo unos ingresos de 644 millones de euros, por delante del Real Madrid (640), Bayern (597), Barcelona (581) y Manchester United (557).
El liderato del City puede ser efímero porque no se ha visto tan perjudicado como los demás por la caída de la recaudación en taquilla porque su estadio tiene un aforo sensiblemente inferior. Con los estadios de nuevo repletos, es posible que el Manchester United recupere este año el cetro de equipo más rico, si no del mundo, sí de la Premier.
Al City no le hace gracia que se hable de su riqueza porque es una manera de minusvalorar el nivel de excelencia futbolística que ha alcanzado en los últimos años, precisamente desde que toda su gestión depende de un tridente que en su día llevó al Barcelona a esa cima del fútbol, aunque en realidad solo coincidieron los tres juntos unas pocas semanas en el verano de 2008: Ferran Soriano al frente de la gerencia, Txiki Begiristain gestionando la plantilla y Pep Guardiola, amo y señor de cancha y vestuario.
Pero si el dinero no lo es todo, solo los cínicos pueden ignorar que el City no sería hoy el primer equipo de Mánchester si el club no hubiera sido adquirido en 2008 por el jeque Mansour bin Zayed, hermano del emir de Abu Dabi y presidente de los Emiratos Árabes Unidos, Khalifa bin Zayed. Es esa vinculación con los petrodólares lo que siempre ha mantenido viva la sospecha sobre el City, similar a la que pesa sobre PSG (Catar), Chelsea (juguete privado y pozo sin fondo del oligarca Roman Abramovich) y, ahora, Newcastle (Arabia Saudita).
Las supuestas ilegalidades del City fueron denunciadas años atrás por la revista alemana Der Spiegel y la UEFA abrió una investigación. El City apeló con éxito al Tribunal de Arbitraje Deportivo (TAS) y ganó en 2020. Pero esa victoria judicial no despejó todas las dudas porque el TAS dictaminó que muchas de las acusaciones eran sin pruebas y otras muchas estaban fuera de plazo. Es decir, esas trampas podían existir en el mundo real, pero no en el judicial. Sorprendentemente, la UEFA no apeló, alegando que tenía pocas posibilidades de éxito. Las relaciones UEFA-City son ahora excelentes y el City fue el primero en renegar del proyecto de Superliga de Florentino Pérez porque ni necesita el dinero ni quiere los feroces controles financieros y contables que el proyecto impulsaba.
Lo que no se supo hasta julio pasado es que en realidad sigue en marcha la investigación que había abierto al mismo tiempo la Premier League a raíz de la intervención de la UEFA, que tiene el peligro añadido de que, en este caso, los delitos no caducan. El City intentó en su día que la investigación se mantuviera en secreto, pero en julio de 2021 el Tribunal de Apelación de Inglaterra falló contra esa petición. Sin embargo, el secretismo de hecho se mantiene: ni la Premier ni el City abren la boca.
En síntesis, se cree que muchos de los contratos de patrocinio del City que proceden de los Emiratos son en realidad ficticios y es dinero inyectado indirectamente (e ilegalmente) por el accionista. Y, quizás reconociendo su pecado por pasiva, el club está reduciendo el peso de empresas de los Emiratos en los ingresos por patrocinios: aportaban el 83% en 2013, el 68% en 2016 y el 56% en 2020.
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