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Area di rigore
Columna
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La magia del Venezia, ir al fútbol en ‘vaporetto’

El estadio del modesto equipo, una de las canchas más extraordinarias del mundo, se encuentra en una isla a la que se llega en barco o caminando una hora a través de la ciudad

Estadio Pierluigi Penzo de Venecia
Estadio Pierluigi Penzo de Venecia
Daniel Verdú

No sucedía mucho. Pero cuando el equipo ganaba y tocaba perder tiempo para amarrar el resultado, los tifosi gritaban a los jugadores en dialecto: “Buta’a bala in Laguna!, ¡tira la pelota a la laguna!”. No era una metáfora. Tampoco una empresa muy complicada, visto el panorama. El Penzo del Venezia, el segundo estadio más viejo de Italia, está rodeado de agua. Y una vez el patadón mandaba el esférico a los canales que lo circundan, costaba bastante recuperarlo. La cancha se encuentra en la isla de Sant’Elena, uno de los puntos más alejados del archipiélago de la laguna. Llegar hasta ahí requiere tiempo para realizar un viaje en vaporetto o para cruzar a pie una de las joyas urbanas más bonitas del mundo, tal y como hizo este sábado la plantilla del Inter de Milán para ganar 0-2. Cualquiera de las dos opciones convierten en extraordinario cualquier partido en el Penzo.

El club, recién ascendido de Serie B, es uno de los equipos más antiguos que militan hoy en la primera división italiana. Se fundó en 1907 en torno a la mesa de la osteria Da Nane in Corte dell’Orso, a dos pasos de San Bartolomeo. Tuvo que suceder ante un buen plato de bigoli in salsa regados con algunas ombre de más (las pequeñas copas de tinto véneto). Al principio se jugaba en una pineda contra equipos vecinos o con la tripulación de algunos barcos que atracaban en Venecia. Y simplemente se marcaban las líneas del campo con cal blanca en el suelo. El equipo no pisó la Serie A hasta 1940. Y fue llegar y besar el santo. Al año siguiente casi ganaron el scudetto con el gran Valentino Mazzola en el centro del campo, que fue contratado tras hacer la prueba descalzo (las botas las reservaba para los partidos), y Ezio Loik. Ambos terminaron en el Grande Torino.

Llamar a verdaderos tifosi ayuda a parir columnas. Y Gianni Bubacco, histórico portero del club, el único veneciano que ha jugado 12 años en el equipo de su ciudad, lo sigue siendo. Hoy tiene 80 años, varios ascensos a Serie A a sus espaldas y tres competiciones europeas en las botas. El sábado por la mañana recordaba cómo las gestas del equipo venían siempre acompañadas de la llegada de los viejos barcos de vela de la Serenissima, que recogían a los jugadores en el estadio y navegaban hasta la plaza de San Marcos, como si fueran los reyes del Adriático. El Venezia discute hoy con el Ferraris del Genoa el decanato de la construcción del estadio, donde caben unas 11.000 personas (el día de la inauguración ambos equipos se enfrentaron y los locales perdieron 0-7). Al principio incluso vestía con los colores azul y grana del club de la Liguria. Hasta que un entrenador suizo quiso que fueran el verde y el negro. Después de la extravagante fusión con El Mestre –¡el gran rival!-, tuvieron que añadir el naranja a la elástica. “Es lo que hay”, suspira Bubacco al teléfono.

El club ha pasado por todo tipo de altibajos. Hoy pertenece a un grupo inversor estadounidense, como tantos equipos de la Serie A. Subió y bajó de categoría y tuvo en Álvaro chino Recoba a uno de sus grandes ídolos, aunque solo jugase ahí seis meses cedido, precisamente... por el Inter. El uruguayo era el preferido del presidente Massimo Moratti, que siempre le prefirió a otras estrellas que daban más en el campo, pero no había encontrado espacio en el equipo en su primera época. En Venecia marcó 10 goles. Ambos se ahorraron el sábado el trayecto en vaporetto y vieron el partido desde sus casas (el Chino se supone que desde Uruguay).

La temporada 2001-2002, con Prandelli en el banquillo, fue la última que jugaron en la Serie A. Desde entonces, una caída sin límite, en parte por las discusiones sobre el estadio y la conveniencia de jugar en un sitio tan incómodo para algunos, y tan romántico para otros. Uno de los presidentes quiso que se mudasen, aunque resultó ser un chanchullo para montar un centro comercial. Entre una cosa y otra, el club sufrió tres quiebras en los últimos 10 años. Pero el fútbol ha vuelto a sonreír al Venezia. Aunque el sábado, con un dominio tan claro del Inter, no hizo falta ni tirar la pelota al agua.

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Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona pero aprendió el oficio en la sección de Madrid de EL PAÍS. Pasó por Cultura y Reportajes, cubrió atentados islamistas en Francia y la catástrofe de Fukushima. Fue corresponsal siete años en Italia y el Vaticano, donde vio caer cinco gobiernos y convivir a dos papas. Corresponsal en París. Los martes firma una columna en Deportes

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