Xavi, por lo que pueda pasar
En el peor de los casos, el nuevo entrenador del Barça funcionará como una reliquia, el recuerdo físico de un pasado mejor
Todos los actos reflejos que está provocando el nombramiento de Xavi Hernández como entrenador del Barça parecen indicar que Joan Laporta habría acertado plenamente con su fichaje. Ahí está la bendición, por activa y por pasiva, de Pep Guardiola quien, tras asaltar Old Trafford con Bernardo Silva de falso delantero, se cogió un avión para pasar unos días con la familia, lucir swing solidario en Sant Cugat y secundar la vuelta del hijo pródigo al escenario de sus primeros milagros. Recuperar el estilo, reinstaurar la cultura del esfuerzo y subir el tono en las ruedas de prensa -no más “esto es lo que hay”, por ejemplo- se antojan las primeras tareas a cumplimentar por un entrenador de kilómetro cero, casi a estrenar, pero igualmente capaz de provocar cierto resquemor preventivo en las prietas filas de la tribuna rival.
El devenir de cualquier profesional lo marcan sus resultados mientras que las expectativas, tanto propias como extrañas, se podrían medir en suspiros, susurros, puños apretados y chascarrillos no forzados. La risa, como vía de escape para dominar el pánico temprano, es un acto reflejo perfectamente catalogado y reconocible, como el bello erizado o el frío en los pies. Suele brotar floja y sostenida, como si doliera, y acostumbra a terminar ahogada por una onomatopeya estándar, brusca y desconsolada. Es un fenómeno que abunda en algunas tertulias de televisión donde se pone en duda desde la legitimidad de cualquier gobierno socialista al futuro de Cantora: para toda esa gente acostumbrada a canalizar su furia matinal hacia Pedro Sánchez o Anabel Pantoja, el regreso de Xavi supone la apertura de un expediente X que se mantenía en suspenso, un poco como aquel en el que TVE anunció que unos extraterrestres habían tomado tierra en Rusia aprovechando el buen tiempo.
Para quienes se niegan a separar política y deporte, el catalán es un filón… Y una auténtica bendición para quienes presumimos de una total carencia de escrúpulos a este respecto. Bajo una mirada irónica, Xavi supone la promesa de retorno al orden alternativo, ese que a punto estuvo de quebrar España en mil pedazos. Lo explicó John Carlin en alguna ocasión y lo pervierto yo hoy, eliminando a Mourinho de la ecuación y conservando a Xavi como una de las muchas equis a despejar, las mismas que llenaron de dudas los vomitorios del Santiago Bernabéu, la zona noble de Zalacaín, los cuarteles, los pasillos del Congreso y hasta los del Senado, más dados a los dulces sueños que al ambiente guerracivilista sobrevenido al juego celestial del ejército -por fin armado- de Catalunya. Cada vez que Xavi giraba o encontraba a Messi, nuestra frágil democracia se descosía como la buena educación de Kléper Laverán, alias Pepe: el heredero futbolístico de Millán Astray y, por ende, bastión último e improvisado del unionismo.
En el peor de los casos, Xavi Hernández funcionará como una reliquia, el recuerdo físico de un pasado mejor, como el peronismo en Argentina: vivo y muerto a la vez. Pero también podría salir bien, mostrarse fiel a sí mismo y poner en un aprieto a quienes aseguran que no se puede sacar jugo alguno de una plantilla podrida en la base y verde en las hojas. Recordarles que son deportistas profesionales (ni modelos de Gucci, ni candidatos a la alcaldía de Madrid) parece el mejor comienzo para una aventura que exigirá toneladas de paciencia, una piel a prueba de memes y un mapa actualizado de carreteras, por lo que pueda pasar.
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