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Xavi, obsesión por la posesión del balón

Al técnico azulgrana, devoto de Cruyff y heredero de Guardiola, le avala su trayectoria como jugador y creador en el mejor Barça de la historia

Xavi Hernandez Barcelona
El técnico Xavi Hernández, durante un partido del Al Sadd en Doha.NOUSHAD THEKKAYIL (EFE)
Nadia Tronchoni

Dice Xavi Hernández (Terrassa, 41 años) que solo conoce a una persona más culé que él mismo: su madre, Maria Mercè.

Tenía 11 años cuando llegó al Barcelona. Atendió al consejo de su padre, Joaquim, y abrió bien los ojos. Para aprender. Nada le hacía más ilusión que jugar en el equipo de su vida. Pero no dijo nada en el colegio. “No quería que me miraran diferente. Yo sabía que no iba a cambiar, pero me daba miedo que ellos dijeran ‘mira este, ha fichado por el Barça y va de chulito”, confesaba en una entrevista al anunciar su retirada como jugador de élite, en el 2015. Aquel niño que viajaba en ferrocarril de Terrassa a Barcelona y que ni siquiera se ponía ni el chándal del Barça por la calle para no llamar la atención, se acabó convirtiendo en un hombre de club, tan fiel al escudo que se retiró 24 años después, a los 35, y sin haberse enfundado ninguna otra camiseta más que la de la selección española.

Se fue a Qatar, donde siguió jugando y formándose en el Al-Saad, donde se estrenó como entrenador. Y el viaje, de ida y vuelta, dará con él de nuevo en el Camp Nou en pocos días.

Xavi es el entrenador que todos veían en él cuando jugaba. Como los mejores mediocentros de la historia, siempre tuvo el partido en la cabeza. Fue un jugador de equipo, la clase y la personalidad en la medular. Inteligencia, visión y ritmo. Y así quiere que sean los equipos y los jugadores a los que dirija, a quienes convencerá de que no hay nada mejor que tener el balón –”Lo paso mal cuando no lo tengo”, dice– para perseguir el objetivo: el disfrute y el triunfo. Cree que el entrenador tiene que ser “un vendedor de ideas”, según explicó hace unos años al Diari Ara. Le sobra madera de líder.

Para él, un devoto de Cruyff, las palabras sistema y filosofía son clave. Como lo son la posesión –”Soy un obsesionado de la posesión”, se confiesa– o la asociación, y los conceptos abrir el campo y hacer la presión alta. Quiere que sus equipos tengan personalidad y que sepan jugar con las superioridades. Aun así, el dibujo no es tan importante como el hecho de conseguir que el jugador se sienta cómodo y disfrute. Y aunque no lleguen los resultados, defenderá su idea de juego. Puro estilo Guardiola.

“Hay dos maneras de jugar al fútbol, se puede hacer con un juego físico, directo o con el toque y la asociación; ambos son válidos y se puede ganar por las dos vías. Es un debate que durará toda la vida. Pero a mí me gusta pasar, filtrar la bola, elaborar, estar más en contacto con la pelota. Me resulta más divertido y la gente se lo pasa mayoritariamente mejor. Prefiero divertirme y divertir. Cuestión de gustos”, explicaba hace unos años a este periódico.

Para el nuevo técnico del Barça conocer a la plantilla, la personalidad del vestuario y la idiosincrasia del club no son más que ventajas.

Él, que se convirtió en un maestro en la conducción del balón, el que mejor ralentizaba el juego, nadie escondía la pelota como Xavi, tira de memoria y de experiencia para plasmar su fútbol, ahora desde la zona técnica.

Exponente del Barcelona de Guardiola que lo ganó todo y cambió la concepción del fútbol desde aquella temporada 2008-2009, Xavi fue, junto a Andrés Iniesta, el creador aquel juego de asociación en que se celebraban casi más los pases que los goles. Ayudó a encumbrar a Leo Messi y creó escuela. Fue un éxito, además, del que también fue artífice Joan Laporta, en su primer mandato como presidente, el mismo que confió en un Pep con apenas palmarés y el que, finalmente, ha decidido apostar por Xavi. El Xavi de la foto de la gala del Balón de Oro del año 2010, que ganó Messi, pero que ensalzó también a esos dos jugadores que siempre le hicieron jugar como los ángeles, Xavi e Iniesta.

La proyección del fútbol culé acompañó también los mayores éxitos de la selección española, que se nutrió de aquellos futbolistas para ganar primero la Eurocopa del 2008, donde Xavi (internacional durante 14 años) fue nombrado mejor jugador del torneo –de sus botas salió el pase en profundidad a Torres, que marcó y batió a Alemania con un disparo cruzado en la final– y se enamoró de Luis Aragonés, el técnico que más le marcó en su carrera. Aquel fue el triunfo que hizo creer a la España que sería campeona del mundo dos años más tarde y de nuevo de Europa, en 2012, a las órdenes de Vicente Del Bosque.

Xavi había debutado con el primer equipo azulgrana gracias a la confianza que le tuvo Louis Van Gaal, el hombre que le decía que era mejor que Zidane. “Hombre, no se pase, míster, gracias, pero no se pase”, le respondía el chico. Era 1998, la época de Figo, Guardiola o Rivaldo. Jugó y marcó contra el Mallorca en el partido de la Supercopa de España. Pero le costó afianzarse en el once. Las comparaciones con Guardiola fueron una losa para el jugador, a quien siempre se señaló como su heredero. “Él me decía que no hiciera caso, pero claro… Fue una presión crecer a su lado, pero no por culpa suya. Me trató superbien”, explicaría años después.

Con el tiempo, esa paciencia casi infinita y la confianza en sí mismo, se pusieron como ejemplo en La Masia, donde no siempre es fácil contener las prisas por debutar (y triunfar) de los canteranos. Hoy es fácil recordar al Xavi comandante del medio campo azulgrana, pero no todo fue de color de rosa en su historia de amor con el Barcelona. “Las pasé putas, hubo días de pena, duros de verdad”, concedía a este diario. Fue su madre, la culé empedernida, la que le obligó a rechazar una oferta del Milan cuando todavía tenía ficha del Barça B: le ofrecían 250 millones de pesetas por cinco años. El resto de la familia, que sí estaba convencida, tuvo que deshacer las maletas. Marcharse no era propio de un buen barcelonista, pensó Maria Mercè. En 2008 estuvo a punto de irse al Bayern Múnich justo antes del aterrizaje de Guardiola en el Camp Nou. “No me imagino el equipo sin ti, imposible”, le dijo Pep. Suficiente. Muchos años después le convenció para que se quedara otro ex jugador, Luis Enrique. Quería retirarse en 2014, pero alargó su carrera un año más. Y valió la pena.

Los primeros días de gloria para Xavi llegaron en 2006, con Frank Rijkaard en el banquillo. Un joven Iniesta le acompañaba en la medular, bailaba Ronaldinho y crecía Messi. Ganaron la Champions en París, la segunda en la historia del club, la asignatura pendiente hasta entonces. De la misma manera, sus últimos partidos como azulgrana se llenaron de alegrías y títulos. Celebró, como capitán y en el Camp Nou, su octava Liga; ganó su tercera Copa del Rey ante el Athletic; y levantó la Champions tras ganar a la Juventus en Berlín. Sería su segundo y último triplete.

Como jugador Xavi no fue el que marcó los goles, como Cristiano, ni la diferencia, como Messi, fue el que marcó siempre el estilo. Como entrenador, tras apenas tres años dirigiendo al Al-Saad catarí, su historia está todavía por escribir.

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Sobre la firma

Nadia Tronchoni
Redactora jefa de la sección de Deportes y experta en motociclismo. Ha estado en cinco Rally Dakar y le apasionan el fútbol y la política. Se inició en la radio y empezó a escribir en el diario La Razón. Es Licenciada en Periodismo por la Universidad de Valencia, Máster en Fútbol en la UV y Executive Master en Marketing Digital por el IEBS.

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