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El Tour de Francia se prepara para partir sin miedo a la covid

El previsible duelo esloveno entre Tadej Pogacar y Primoz Roglic (parte II) centra las conversaciones previas a la carrera francesa, que sale el sábado de Brest

Carlos Arribas
Tadej Pogacar, poco antes de salir a entrenar en Brest.
Tadej Pogacar, poco antes de salir a entrenar en Brest.ANNE-CHRISTINE POUJOULAT (AFP)

El teléfono suena. “Ayuso está en la fuga”, informa el compañero, emocionado. Quien recibe la llamada está en ese momento atravesando Bretaña camino de Brest, donde el sol huye de Francia, donde comienza el Tour el sábado. Bretaña es mitad porcina, mitad marítima. Los olores se mezclan, la sal, los purines, y los carteles en los parques previniendo del peligro de la epidemia peste porcina africana y pidiendo a la población que tire la basura orgánica en bolsas bien cerradas.

El camino a Brest pasa por Yffiniac, donde suena el teléfono con las noticias de Ayuso, el ciclista debutante en el WorldTour a los 18 años que se niega a no destacar corra lo que corra (capturado cerca de la meta, terminó 17º en Génova de un Giro de los Apeninos ganado por el belga Ben Hermans), y no es posible no pensar que justo allí, en ese pueblo ya cerca de la costa armoricana, nació Bernard Hinault, más animal terrícola que marítimo, El Tejón le llamaban, uno de los grandes clásicos del Tour. Cinco victorias como Miguel Indurain, y su nombre surge rápido porque cuando termina la conversación el viajero ya está en la costa, en Saint Brieuc, donde llueve, como siempre, pero no tanto como el sábado de julio de 1995, cuando salió de su puerto pesquero el prólogo diluviado del quinto Tour del navarro. Y es inevitable ligarlo todo, y pensar que Bretaña, cerdos, ostras, es también ciclismo, y que una línea de un hilo que nunca se corta, lo une todo en un zurcido fuerte, no en un hilván de nada.

El Tour recuerda a Induráin, que ganó el primero de sus cinco hace 30 años, y a Luis Ocaña, desgraciado personaje de tragedia hace 50, cuando una caída del duro de Priego, y frágil, permitió a Merckx acabar con la rebeldía y reinstaurar su orden, y olvida la pandemia como la olvida Francia, donde se va sin máscara por las calles, y ni en los aeropuertos ni es los pasos fronterizos de nuevo desiertos exigen pruebas de PCR negativos o vacunación contra la covid. Para mantener las formas, y a la prensa bien alejada de sus preciosos ciclistas, la carrera, sin embargo, exige pruebas a los acreditados y también al público que acceda a las zonas reservadas de las salidas y las llegadas, el año pasado totalmente cerradas. También se permitirá la acumulación de aficionados en las cunetas, aunque se mantienen las restricciones en 15 puertos de montaña, más por razones de seguridad del tráfico en carreteras muy estrechas, que por miedo al virus. Los hoteles de los equipos seguirán, sin embargo, inaccesibles, y las conferencias de prensa presenciales siguen vetadas. Se impone la técnica de enviar encapsuladas frases hechas de los corredores a los periodistas que pidan declaraciones diarias.

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En Brest se habla también del Tour que empieza, con nada menos que cuatro exganadores entre los 184 participantes, Chris Froome, Vincenzo Nibali, Geraint Thomas y Pogacar (solo falta Egan Bernal, que descansa y se prepara para la Vuelta)--; de que llega tarde a su debut el fenomenal Mathieu van der Poel, pues no podrá cruzarse con su abuelo Raymond Poulidor, fallecido hace dos años y fijo en todos los Tours durante más de 50 años, como corredor primero y luego como anunciante del maillot amarillo; del previsto duelo esloveno, again, primero contra segundo del 2020, Tadej Pogacar contra Primoz Roglic, y de los cuchillos que vuelan en algunos equipos, como el Ineos de Thomas, el galés ganador de 2018, quien se proclama líder único del equipo ante la mirada atónita de Richard Carapaz, el ganador del Giro del 19, quien ya ha tenido que acatar una presencia masiva de gregarios anglosajones de mucho nombre –como Tao Geoghegan, ganador del Giro del 20, o Richie Porte—en detrimento de latinos de confianza del ecuatoriano, como Andrey Amador. Y Carapaz, en voz baja, dice, “ya veremos”. De los españoles se habla poco. Del inagotable Alejandro Valverde, capaz, dicen, de hacer algo, en las dos primeras etapas, con final en repecho, y de Enric Mas, que afronta su tercer Tour y ya no puede seguir diciendo que sigue aprendiendo. La afición exige.

También se habla mucho de otro histórico, de Alexander Vinokúrov, al que le han quitado la acreditación del Tour cuando tenía ya hechas las maletas. El kazajo que convenció a su presidente de que patrocinara al equipo de Manolo Saiz cuando la Operación Puerto hizo volar a Liberty, su sponsor, dirigía el Astana desde hace años. La llegada de un copatrocinador canadiense, Premier Tech, a quien no le gustan los modos antiguos de Vinokúrov, ha supuesto su defenestración y su sustitución de dos dirigentes más antiguos aún, el italiano Giuseppe Martinelli, que sobrevive a todos los terremotos, y el canadiense Steve Bauer. Tres de los corredores más destacados del Astana son vascos, el debutante Alex Aranburu y los campeones de España Ion Izagirre (contrarreloj) y Omar Fraile.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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