El dramático primer retorno del Espanyol
El club catalán bajó por primera vez en 1962 pero volvió al curso siguiente
Hasta su descenso en la 61-62, el Espanyol formaba con Madrid, Barça y Athletic el exclusivo club de fundadores de la Liga nunca descendidos. Su caída, consumada en Valladolid por un gol del interior Rodilla en el 90′, retumbó por todo el mundillo del fútbol nacional.
Se recordaba que el otro fundador barcelonés, el Europa, nunca regresó. Para entonces estaba en Tercera. Ese antecedente espantaba. Cayó el técnico, cayó el presidente, cayó hasta Ricardo Zamora. El nuevo presidente fichó como entrenador a Heriberto Herrera, el primer sargento de hierro del fútbol español. Nacido en Paraguay, había sido central del Atlético y de la selección. Como entrenador, era justo el que al frente del Valladolid había provocado el descenso del Espanyol.
El verdugo llegó con plenos poderes. Dio 14 bajas, entre ellas las de ilustres como Argilés, Rial y Czibor, exigió control de los fichajes e impuso duras normas de disciplina a los jugadores. Incluso les prohibió tratar con los directivos. Para compensar la economía se traspasó al prometedor extremo Camps al Barça y se emitió un bono Por Ascenso de 25 pesetas.
Muchos socios se dieron de baja, pero quedaron suficientes para dar color a Sarrià. Un grupo irreductible viajaba con el equipo y se retrataba tras él con una gran pancarta: “Contra viento y marea, el Español a Primera”. Pero el Pontevedra ganó en Sarrià a tres jornadas del final y se quedó el puesto de ascenso directo del Grupo Norte. Años después Rigo contó en As que aquella fue la única vez que le quisieron comprar: alguien que se presentó como hincha del Espanyol le ofreció dos millones. Con el tiempo, supe que el mismo maletín le había sido ofrecido al Pontevedra. Dos millones equivalían al coste salarial de toda la plantilla pontevedresa. Tan desesperado estaba el Espanyol por subir.
Pero ganó el Pontevedra 1-2 y así ascendió por primera vez en su historia. Pronto crearía la leyenda del Hai que Roelo. El Espanyol tuvo que afrontar el difícil trámite de la promoción ante el Mallorca.
En Sarrià y en el Luis Sitjar el resultado fue 2-1 para el local. Así que se citaron para un desempate en Madrid, el 23 de mayo de 1962, Día de la Ascensión, uno de esos tres jueves que relucen más que el sol.
La tarde fue de un calor agobiante. Asistimos (me incluyo) 40.000 espectadores, más de la mitad madrileños, madridistas en mayoría, atraídos por el dramatismo del partido. También acudieron los jugadores del Barça, que la víspera habían jugado en el mismo escenario un desempate de Copa ante el Elche. El público madrileño estaba repartido. Existía un cariño por el Espanyol, del que procedía el meta madridista Vicente, y ahora tenía a Santos, canterano cedido por el Madrid. Pero en el Mallorca jugaba el popular Pepillo, brillante suplente de Di Stéfano poco antes.
Aún tengo muy fresca la tensión de aquel partido, el nerviosismo que se elevaba del campo a las gradas. Mucha pugna, pocas ocasiones. Una parada enorme de Piris a tiro de Pepillo, un increíble remate de Idígoras, a puerta vacía en el área chica, que salió inverosímilmente por encima del larguero. Eso fue la primera parte. Más el sudor, el sufrimiento de los rostros. El miedo se masticaba.
En el 75′, córner para el Espanyol que lanza Boy e Idígoras, el del estrepitoso fallo en el primer tiempo, salta como elevado por una fuerza sobrenatural y cabecea picado el único gol. Fue la primera vez que vi una montaña de jugadores (hasta Piris vino corriendo desde la otra portería) y temí que se asfixiara el autor del gol. Lo que restaba fue un apretón baldío del Mallorca, que sobre la hora goza de un golpe franco. Lo lanza Bergara, perfecto, y Piris vuela y lo saca. Aún tengo aquellas dos paradas del meta espanyolista entre las mejores que recuerdo haber visto.
Pita el final Caballero y estalla el contraste de un júbilo y una desolación igualmente extremos. Heriberto Herrera es paseado a hombros por sus jugadores, Pepillo se pelea con un espectador y es retirado por los grises.
La mañana siguiente el Espanyol montó un servicio continuo de autobuses desde las 11 para llevar hinchas al aeropuerto. El equipo llegó a la una, ante una multitud que estrujó a los jugadores. De allí fueron a ofrecer un Te Deum a la Basílica de la Merced. A la vuelta del verano se celebró un Trofeo Ascenso-Copa Feria de Muestras, triangular con la Portuguesa de Brasil y el Athletic, que ganó el Espanyol.
Cuatro veces más ha bajado, las cuatro regresó inmediatamente. Dos con facilidad, otra no tanto y una, ante el Málaga, tras una tanda de 16 penaltis hasta el decisivo marcado por Albesa. Pero ningún regreso impactó tanto como el de aquella lejana tarde madrileña en la sintió que había esquivado el triste destino del Europa.
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