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La conquista de un espacio masculino

En los primeros Juegos Olímpicos solo participaron hombres y las mujeres no alcanzarán la paridad hasta París 2024

La alemana Lina Radke, en los Juegos de Amsterdam 1928. GETTY
La alemana Lina Radke, en los Juegos de Amsterdam 1928. GETTY
Carlos Arribas

El atletismo femenino entró en el programa olímpico solo a partir de los octavos Juegos, Ámsterdam 1928. Se disputaron los 100m, el relevo corto, los 800m, salto de altura y lanzamiento de disco, y terminada la final de los 800m las competidoras, comenzando por la ganadora, la alemana Lina Radke, exhaustas por el esfuerzo del esprint en la última recta, se dejaron caer por el suelo, donde permanecieron mientras recuperaban el aliento. Todos los antifeministas del movimiento olímpico (la mayoría de sus dirigentes, comenzando por los de la Federación Internacional de Atletismo) y de la prensa, que representaba el sentir mayoritario de la sociedad, aprovecharon la escena para recordar la inherente fragilidad de la mujer, el peligro de que perdieran su feminidad y su capacidad reproductiva si se sometían a semejantes pruebas de resistencia, y las advertían de que envejecerían demasiado jóvenes.

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La ocasión la aprovechó el entonces presidente del Comité Olímpico Internacional (COI), el conde de Baillet-Latour, para borrar del programa de atletismo femenino cualquier prueba que superara los 200m, y el veto duró 32 años, hasta Roma 60. Los 1.500m no se incluyeron hasta Múnich 72, y solo en Los Ángeles 84 entró ya el maratón femenino, antes que los 10.000m (Seúl 88), los 5.000 (Atlanta 96) o los 20 kilómetros marcha (Sidney 2000).

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Las mujeres en el deporte

Como el inventor de los Juegos modernos, el barón Pierre de Coubertin, Baillet-Latour creía que el festival deportivo cuatrienal debería estar reservado exclusivamente a los hombres. Como recuerda en sus escritos Cecile Houry, investigadora de la Universidad de Miami, la historia de los Juegos Olímpicos desde su refundación en 1896 discurre paralela a lo que Marx llamaba proceso histórico mundial, son su privilegiada expresión, y permite analizar la sucesión de cambios sociales, económicos, culturales y políticos en la consideración del género, y la lucha de la mujer para superar todos los prejuicios y conquistar territorios considerados únicamente masculinos. “En pocas palabras”, escribe Houry. “Al principio la sociedad temía que el deporte limitaría la capacidad reproductiva de las mujeres que lo practicaran, después que las mujeres deportistas se masculinizarían y dejarían de ser atractivas para el hombre, y finalmente que practicar deporte conduciría a la mujer inevitablemente al lesbianismo”. Y recuerda cómo Martina Navratilova, una de las mejores tenistas de la historia, nunca fue querida verdaderamente tanto por su aspecto masculino como por su tremendo dominio en su deporte, lo que la convertían antes que en una deportista en un producto extraordinario de la ciencia, la tecnología o, peor aún, en un defecto cromosómico.

En los primeros Juegos, Atenas 1896, no participaron mujeres. Hasta Helsinki 52 su número no llegó al 10%. El 20% se tocó en Montreal 76, el 30% en Atlanta 96, el 40% en Atenas 2004 y solo en París 2024 se conseguirá la paridad del 50-50. Y el COI obliga a todos los países a presentar al menos un hombre y una mujer en su equipo.

Si en 1979 se reconocía por primera vez en una convención internacional (la de eliminación de todo tipo de discriminación contra la mujer) el derecho de la mujer a participar en el deporte de competición, el COI, mayoritariamente compuesto por hombres (hasta 1981 no fueron cooptadas las primeras dos mujeres, la venezolana Flor Isava y la finlandesa Pirjo Haeggman), tardó 40 años más en proclamar: “El deporte es una de las plataformas más poderosas para promover la igualdad de género y empoderar a mujeres y niñas”.

Esta declaración hace eco a las palabras pronunciadas 90 años antes por Lilí Álvarez, la tenista española de los años 20, que abren el estudio del profesor Jorge García El origen del deporte femenino en España: “El deporte no es más que la expresión moderna de la feminidad. Una feminidad nueva, más amplia, más vasta en sus vistas, más consciente de ella misma”.

Lilí Álvarez, junto a otras tres tenistas (Rosa Torres, Isabel Fondorona y María Luisa Marnet) fue la primera española que participó en unos Juegos, los de París 24, cuando la primera modernidad urbana en España. Sin embargo, ni durante la II República, pese a su fomento del deporte femenino, ni, lógicamente, durante el primer franquismo, que consideraba a la mujer mera ama de casa, reproducción, cocina y costura, participaron más mujeres en unos Juegos. Se volvió en Roma 60. Fueron las pioneras un grupo de 11 mujeres españolas (seis gimnastas dos nadadoras y tres esgrimistas), que representaban el 7,5% del equipo. El número bajó a dos mujeres en México 68 y solo en democracia se disparó, hasta alcanzar su máximo en Río 16, con el 46,6%, 144 mujeres en un equipo de 309 deportistas.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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