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Zidane y sus otras ruletas

En cuestiones de gestión, Zidane se parece al jugador que era. No hay cerco que se le resista. Es el Houdini del fútbol.

Santiago Segurola
Zidane da órdenes a sus jugadores en el Real Madrid-Sevilla.
Zidane da órdenes a sus jugadores en el Real Madrid-Sevilla.E. Naranjo (EFE)

Se ha establecido por acuerdo general —el fútbol es muy agradecido con las narrativas fáciles— que la transformación del Real Madrid se produjo después de la derrota con el Mallorca. Tiene sentido recordar esa fecha (19 de octubre, jornada 9 del campeonato) porque no ha vuelto a perder un partido desde entonces y parece en perfectas condiciones para atacar todos los títulos. Su victoria en la Supercopa añade poco al palmarés del club, pero describe el ascendente camino del equipo, capaz de revertir en apenas tres meses la anterior sensación de vacío.

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Es más fácil fijar el momento del cambio que los motivos que lo produjeron. Las explicaciones son muy diversas, aunque el relato señala a dos actores principales: la estelar aparición del joven Valverde y la sagaz conducción de Zinedine Zidane. Por supuesto, las razones serán más variadas, pero además de fechas conviene poner nombres y apellidos a los giros que provoca el fútbol.

Puestos a concretar acontecimientos relevantes, no debería olvidarse otra fecha: la suspensión del Barça-Real Madrid una semana después del trastazo en Son Moix. La situación de Zidane parecía tan delicada que se hablaba abiertamente de su despido. Hasta tenía sucesor designado, al menos para el periodismo. Mourinho, nada menos. Si era verdad o no, nunca se sabrá. El club guardó silencio y el partido no se disputó por prescripción facultativa. La sentencia en el juicio a los dirigentes del procés inflamó el ambiente y las calles en Barcelona.

El fútbol es un juego juguetón. En ocasiones se divierte tirando los dados al aire. Antes de aquel aplazamiento, Ernesto Valverde estaba sometido a críticas que no amenazaban su puesto. Cualquier descontento con el desempeño del Barça era menor que la satisfacción de su hinchada por el renqueante paso del Madrid, decepcionante en la Liga y en la Copa de Europa, donde había sido humillado por el Paris Saint-Germain, con el baldón añadido del empate con el Brujas en el Bernabéu.

Dos meses después, el Real Madrid confirmó sus progresos con una excelente actuación en el Camp Nou. Una vez más, Zidane había demostrado su condición de escapista. No hay cerco que se le resista. Es el Houdini del fútbol. Probablemente fue en ese clásico demorado cuando comenzó a estrecharse el cerco a Valverde. Sólo se sentó dos veces más en el banquillo del Barça (Espanyol en la Liga, Atlético en la Supercopa).

Es inútil pensar en lo que hubiera sucedido si aquel Barça-Real Madrid se hubiera disputado en la fecha inicialmente marcada. Lo único verificable es que el Madrid permanece invicto desde entonces y que a su principal adversario le dirige un nuevo entrenador. Otra tesis popular se añade como justificante al salto del Madrid. Se trata de Zidane y su sabiduría para gestionar la plantilla, explicación que suele utilizarse de forma oportunista. Cuando le van mal las cosas, se le acusa de débil frente a los fuertes del equipo. Cuando el equipo funciona, se le elogia por su sensatez para promover la cohesión del grupo.

La realidad es que Zidane ha acertado con sus decisiones en un periodo crítico. El Madrid ha mejorado radicalmente. Si a los técnicos se les señala en las penurias, es de ley celebrarles en la abundancia, aunque eso signifique atribuir a Zidane el mérito por una gestión inversa a la que tanto se valoró cuando el Madrid ganó su última Copa de Europa. En aquel momento achicó el grupo —Llorente, Theo, Mayoral, Ceballos y Vallejo desaparecieron de un plumazo— y ahora lo ha expandido con una política de oportunidades para casi todo el mundo. Una ruleta en toda regla. En cuestiones de gestión, Zidane se parece al jugador que era.

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