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Jordi Corominas: “Ansiaba escalar las vías que abrió Bonatti”

El español quedó prendado por la audacia de los ascensos del mito italiano, que dejó oficialmente la montaña a los 35 años

Walter Bonatti, en el Grand Capucin, en septiembre de 1964.
Walter Bonatti, en el Grand Capucin, en septiembre de 1964.Mondadori Portfolio (EL PAÍS)

Cuando Jordi Corominas (Barcelona, 1958) era un adolescente, todo aspirante a alpinista debía amar la lectura y disponer de altas dosis imaginativas. Para el resto, circulaban imágenes de fútbol, ciclismo o atletismo, pero el alpinismo, siempre tan marginal, se desarrollaba en otra esfera, la de los sueños. Hoy en día, puede que los vídeos de YouTube sean suficiente para que un joven escoja el camino de las montañas. Jordi Corominas, en cambio, descubrió la figura de Walter Bonatti (Bérgamo, 1930-2011) gracias a un libro de la editorial Juventud que sus padres conservaban en casa. Gracias también a fotografías de las rutas que abrió el legendario alpinista italiano, imágenes compartidas y manoseadas, arrancadas de alguna revista francesa o inglesa, que fueron verdaderos trampolines para sus sueños. “No es que lo idolatrase, pero sí ansiaba escalar sus vías porque eran un referente, un motivo de discusión durante las tertulias con los amigos. Después, el deseo de escalar esas vías te lleva a interesarte por la persona, a preguntarte quién era, qué buscaba, saber a quién vas a tratar de emular. Bonatti fue de los primeros a los que seguir, luego hubo otros como los hermanos Ravier, Rabadá y Navarro Jesús Gálvez… pero la forma de interactuar con ellos era soñando con escalar sus vías”, explica Corominas.

“Cuando empiezas a escalar, eres un pardillo, pero aun así necesitas una vara de medirte, y entonces tratas de imitar a tus héroes. Después, cuando repites sus vías, te dices que quizás no seas tan malo, y entonces decides abrir tus propias vías, explorar, crearte tu propio punto de referencia y es aquí donde buscas lo desconocido hasta dar con tu límite”, razona Corominas. Muy pronto, se atacó a las vías más célebres del italiano: el famoso pilar que lleva su nombre en el Dru, su vía en el Capuccin, el Pilar del Freney o la Bonatti-Zapelli al Pilar d´Angle. “Las vías de roca quizá no me impresionaron tanto porque cuando las escalé estaban muy pitonadas, pero sí que aluciné con la Bonatti-Zapelli, porque es un recorrido técnico de hielo y mixto y me parece impresionante que lo escalasen con el material de la época”, observa Corominas.

Walter Bonatti está considerado como el alpinista más admirado de la historia. Su vida estuvo salpicada de ascensiones impresionantes, a veces en cordada, otras en solitario, pero también de dolorosas polémicas que le hicieron renegar del ser humano. Jordi Corominas es el mejor alpinista español de las últimas tres décadas, y si bien alcanzó una gran notoriedad en 2004 al repetir en solitario la vía Magic Line al K 2, la parte oculta de su currículo, sus ascensiones en solitario, resulta mucho más impresionante y ha creado un aura casi mística a su alrededor. No es frecuente que un alpinista no publicite sus logros.

Él decía que asomarse al vacío era como asomarse a la vida

En 2010, Bonatti recibió el Piolet d´Or honorífico, es decir el máximo galardón al que puede aspirar un alpinista. Jordi Corominas figuraba como parte del jurado de esa edición y pidió a un periodista que los presentase. “No quería plantarme delante de él sin más, como un pegote, pero al ser presentados tuve la ocasión de charlar brevemente sobre montañas, nada profundo, pero conservo la foto en la que estamos ambos. Ese día también estaba Reinhold Messner, pero no sentí ninguna necesidad de conocerlo: así como Bonatti me resultaba entrañable, Messner no despierta en mí ese tipo de simpatía”, se sincera.

Walter Bonatti y Jordi Corominas.
Walter Bonatti y Jordi Corominas.

Corominas pasó su infancia y adolescencia en La Rioja, y las paredes de su cuarto mostraban fotografías de montañas diversas, aunque solo una cita. Y era de Bonatti: “No puedo recitarla de memoria, pero sí que recuerdo su sentido. Venía a decir que asomarse al vacío era como asomarse a la vida. La literatura de Bonatti, al igual que la del 95% de los alpinistas, es pobre, pero aún así, entre las descripciones de sus escaladas se podían encontrar reflexiones vitales. Y ahí empecé a entender que no es posible ser alpinista y otra cosa porque cuando lo eres, toda tu vida se relaciona con el alpinismo. No es posible separar la vida deportiva de la vida normal”, reflexiona.

Empecé a entender que no es posible ser alpinista y otra cosa porque cuando lo eres, toda tu vida se relaciona con el alpinismo.

En 1954, Italia conquistó el K 2 colocando a Lino Lacedelli y Achille Compagnoni en su cima. Pasarían años antes de que Walter Bonatti narrase la cara amarga de una expedición que marcó no solo su carrera sino su forma de entender el alpinismo y la relación con sus semejantes. Bonatti tenía 24 años y se le encomendó la tarea de aprovisionar con botellas de oxígeno el último campo de altura del K 2, donde le aguardaban ya Lacedelli y Compagnoni. Acompañado por Mahdi, un porteador de altura, no fueron capaces de dar con la tienda de sus compañeros, que habían decidido montarla por encima del punto estipulado. Anocheciendo, a gritos, lograron comunicarse: Lacedelli y Compagnoni los exhortaron a dejar ahí mismo el oxígeno embotellado y a abandonar la montaña. No cabían los cuatro en su tienda. Así se gestó el primer vivac de la historia por encima de los 8.000 metros, a 8.100 exactamente. De noche, un descenso hubiera sido un suicidio, así que ambos se sentaron en la nieve a esperar el amanecer. Bonatti nunca olvidaría los gritos de dolor, el sufrimiento de Mahdi, que perdería casi todos los dedos debido a las congelaciones. No pudo denunciarlo: había firmado un contrato de silencio, pero años después lo revelaría todo en un libro en el que también demostró que Lacedelli y Compagnoni, en contra de su versión, conquistaron el K 2 chupando oxígeno artificial.

“Si se compara con la literatura de la época, los libros de Bonatti o de Lionel Terray me enseñaron lo que significa el triunfo del individuo sobre el grupo, la idea de trazarse un camino solitario, personal, imagen que me enganchó y que sigue enganchando a los alpinistas”, apunta Corominas.

Un año después de que se fotografiasen juntos, Bonatti falleció en un hospital de Roma. Oficialmente, Bonatti dejó de escalar a la tempranísima edad de 35 años, “pero en realidad lo que dejó fue el alpinismo de compromiso porque aunque se dedicó a viajar y a escribir para diferentes publicaciones, he encontrado algún relato posterior que demuestra que siguió manteniendo cierta relación con la montaña”, apunta Corominas.

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