El fútbol alemán: espectáculo y rigor
Nunca pensé que lo diría: me encanta el juego diverso y atractivo de la Bundesliga
Son admirables. Siento decir que a cada campeonato lo acompaño de un prejuicio, lo que no habla muy bien de mí. Así las cosas, al fútbol alemán siempre lo he representado como un juego de una mecánica precisa, al que solo le faltaba que alguien le diera cuerda antes de los partidos para que jugaran con una disciplina militar. Lo siguiente no habla bien de mí, sino de Alemania. Nunca pensé que diría lo que ahora pienso: me encanta el fútbol alemán. Desde aquella selección alemana de Klinsmann del 2006, la evolución ha sido constante hacia un fútbol diverso y atractivo que no ha perdido entrega ni competitividad. Abrir las puertas del fútbol antes que nadie es una muestra más del rigor con el que hacen las cosas, y jugar con sentido del espectáculo en medio de la desolación de los estadios vacíos, una muestra emocionante de inteligencia evolutiva y profesionalidad.
Prisa para llegar a la celebridad. Era un buen momento para analizar a fondo a Haaland, ese gigante de 1,94m con una potencia descomunal y una precisión telescópica. Es curioso que, jugándose sin gente, lo importante fuera ver cómo se lleva Haaland con la gran presión. El telón del fútbol se abría para todos los aficionados del mundo con hambre atrasada. Por primera vez, en expectativa, Alemania se convertía en la primera de las cinco grandes Ligas europeas y la pregunta era: ¿cómo se llevará Haaland con la mirada de tantos? La respuesta fue contundente: ni se inmutó. Apretó el acelerador con la perseverancia de siempre y apretó el gatillo con la puntería de siempre. ¿Siempre? ¡Pero si tiene 19 años! Señal de que muchas de las condiciones que tiene las trajo de la cuna. Un talento natural que está preparado para jugar en cualquier escenario y con cualquier camiseta.
Thomas, yo y la pandemia. Hay jugadores más importantes para el resultado que para el desarrollo del juego. Es el caso de Thomas Müller, que nunca me entusiasmó, aún reconociendo su eficacia. En el Bayern de Guardiola era una interferencia dentro de un proyecto futbolístico que desgastaba con un juego asociativo para luego machacar. Müller contribuía al machaque porque sea cual sea su punto de partida, él juega para el gol. Este artículo se empeña en dejarme en mal lugar, pero lo cierto es que, si retrasamos el reloj 30 años, mi patrón de juego también iba por ahí. Esta pasada jornada Müller formó parte del equipo ideal, seguramente porque los alemanes ven cosas que yo no. Luego leí una crónica de Jonathan Liew en el Guardian que me reconcilió con mi punto de vista: “Thomas Müller es perfecto para la pandemia: jugador fantasmal para un partido fantasmal”. Pero sin ofender, Liew, que me siento aludido.
El partido mental. Un profesional habla consigo mismo a lo largo de un partido. Se anima, se hace reproches, saca conclusiones… Pero después de ver, en Alemania, un fútbol auténtico dentro de un sucedáneo de espectáculo, me quedó claro que ese autodiálogo tiene ahora otra complejidad. Porque es en la mente donde hay que convertir ese entrenamiento en un partido de verdad, con consecuencias clasificatorias y millones de ojos que juegan con tu prestigio. En la final de la Copa del Mundo que me tocó jugar, me pasé el partido repitiéndome: “Es la final y lo de hoy dura toda la vida”. Todo porque el ruido era extraño, con más de 100.000 personas de todas las nacionalidades en las gradas que no te hacían ni local ni visitante. Un ruido raro. Pero ahora el ruido es inexistente y hay que llenar ese vacío con un esfuerzo mental titánico. Como si jugar al fútbol no fuera un problema lo suficientemente grande.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.