_
_
_
_
alieanación indebida
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Michael Robinson y el odio al inglés

De su extenso legado, me quedaría con su empeño en hacernos comprender la auténtica dimensión de Severiano Ballesteros

Rafa Cabeleira
Michael Robinson, en un Liverpool-Manchester United de 1983.
Michael Robinson, en un Liverpool-Manchester United de 1983.imago sportfotodienst (imago sportfotodienst / Cordon Press)

Cuando Michael Robinson aterrizó en Pamplona, allá por 1987, en algunos lugares de la costa gallega todavía se educaba a los niños en el odio al inglés. Los vestigios del franquismo, incluida la ignorancia, y algunas leyendas sobre temibles piratas, perpetuadas entre generaciones gracias a la tradición oral, se combinaban para formar un cóctel ideológico por el cual se asumía que nada bueno podía salir de aquella isla y mucho menos un futbolista. Ni siquiera sus ginebras, famosas en el mundo entero, encontraban una mínima aceptación en un pueblo como Campelo, donde los marineros de altura acostumbraban a hacer negocio con su venta pero siempre como objeto decorativo, nunca como bebida de consumo. “Saben todas a colonia”, solía responder mi abuelo cuando le preguntaba por qué nadie pedía Gordons, Tanqueray o Beefeater en el bar. No es por tanto de extrañar que, tras conocerse la triste noticia de su fallecimiento, Augusto César Lendoiro confesara ante los micrófonos de la Radio Galega: “Michael Robinson era el único inglés que me caía bien”.

Para ser sincero, yo ni siquiera recordaría al Robinson futbolista de no ser por un cliente que frecuentaba el Otilio: Paco el Lavadoras (o Paco el Electricista, el mote variaba según la naturaleza de la avería). No conforme con autoproclamarse el único seguidor de Osasuna en la provincia, a Paco también le gustaba presumir de su estrecha amistad con Robinsón, que es como él llamaba “en confianza” al delantero centro de su equipo. Que mi único recuerdo de su vida deportiva fuese una mentira, el vacile de un bromista a un niño inocente, me parecía el tipo de historia que merecería la pena contar si algún día llegaba a conocerlo, una pelota botando en la frontal del área para que el pérfido inglés la rematase con su afilado sentido del humor por toda la escuadra. Por suerte para él, la vida le concedió mejores compañías, tan querido y admirado que le bastó medio diccionario para meterse a un país entero en el bolsillo: al castellano -primero Cruyff, luego Antic, ahora Robinson- se le están muriendo algunos de sus mejores escultores en los últimos tiempos.

“¿Cómo pude haber odiado a este hombre?”, me he preguntado muchas veces mientras lo veía aparecer en televisión, a menudo con esa sonrisa suya de mediapunta brasileño, justo en las antípodas de lo que un niño gallego podría esperar de un delantero inglés, de un pirata legendario, de un digno heredero de Sir Francis Drake. Y sin embargo le odié, tanto que me llevó mucho tiempo librarme de ciertos prejuicios y admirar al genio que se escondía tras el pasaporte equivocado. Su legado es tan extenso y valioso que resultaría muy injusto destacar una sola faceta, un solo trabajo, pero yo me quedaría con su empeño en hacernos comprender la auténtica dimensión de Severiano Ballesteros, seguramente el primer deportista español capaz de ganarse el corazón de los recelosos niños ingleses, incluido el del propio Michael. Porque supongo que es así como se van derribando muros y estrechando lazos entre diferentes: “con seis de uno y media docena de otro”.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_