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Contador: “Yo voy a ser Pantani”

Al corredor madrileño le marcó como nada el ataque del Pirata en el Galibier para ganar el Tour del 98, donde acabó con Ullrich

Tour de 1998: Marco Pantani ataca a 5,5 kilómetros de la cima del Galibier a un pelotoncito en el que marcha, con el maillot amarillo, Jan Ullrich.
Tour de 1998: Marco Pantani ataca a 5,5 kilómetros de la cima del Galibier a un pelotoncito en el que marcha, con el maillot amarillo, Jan Ullrich.picture alliance (EL PAÍS)
Carlos Arribas

El 27 de julio de 1998, Alberto Contador, que aún no había cumplido los 16 años y veía todas las tardes el Tour porque esa es su religión verdadera, el Tour de Francia, vio por la tele a Marco Pantani atacar en el Galibier, a 5,5 kilómetros del túnel, bajo el diluvio helado, y fue como ver a Dios, y vio a Jan Ullrich, el gigante de amarillo, intentar resistir y sucumbir (llegó a nueve minutos a la meta) y perder el Tour ante Pantani, un loco con una bandana de pirata cubriéndole la cabeza calva, las manos agarrando abajo el manillar, el culo arriba, despegado del sillín amarillo, y la boca abierta, abierta, mordiendo el aire, y gritándole al agua, al frío, insultándolos, y Contador se dijo: “Yo voy a ser Pantani”.

“Fue un momento que se me quedó grabado para siempre”, recuerda Contador, que pasa el confinamiento en su casa de Pinto, y ya tiene 37 años y hace tres que dejó el ciclismo, en el que aparte de sus triunfos (dos Tours, dos Giros, tres Vueltas), grabó la huella de su estilo propio, de escalador atacante y ganador, una combinación que muy pocas veces se logra, y artística, porque la inspiración que no entiende de órdenes y pinganillos es la que dicta la acción. Una combinación que transporta a Pantani, a la memoria que se tiene del genio italiano, muerto a los 33 años, y solo. “Su ataque en el Galibier, donde demostró que los escaladores son los únicos que pueden romper una carrera de forma inesperada, su obra maestra, me dejó marcado, tan marcado que de manera inconsciente me afectó muchísimo a la hora de desarrollarme como ciclista. Si hasta empecé a subir y a atacar agarrando abajo el manillar con tal de imitar a Pantani… Y vi que no era mi estilo”.

“El estilo no es algo que se elija, sino unos gestos innatos que salen solos, y cada uno tiene su forma de subir”, dice Contador, quien antes de encontrar su estilo, su capacidad para subir de pie puertos largos, larguísimos, más de media hora ascendiendo y atacando y bailando sobre los pedales, sin sentarse, y sí, como Pantani, con la boca bien abierta y los dientes brillando, antes de ser Contador, fue Pantani varios años. “Me llamaban Pantani en las categorías inferiores, así me bautizaron, y aquello fue una presión tremenda, porque en todas las carreras tenía que estar a la altura de mi nombre, y allí estaba, ganando siempre la montaña, porque los padres lo decían a los demás ciclistas, ya veréis como gana Pantani… Tenía que ganar sí o sí, y ganaba. Ganaba la montaña y luego me quedaba al final”.

Los niños tienen ídolos y se convierten en ídolos para los niños que serán ídolos de otros niños. Es la cadena infinita del ciclismo que Contador piensa que es fundamental para crecer, para madurar, para forjarse un carácter único. “Como ciclista he vivido con presión desde pequeño, y eso marcó mi pasión, mi actitud, mi forma de hacer las cosas”, dice el ciclista que frustró el regreso de Lance Armstrong al estrellato. “Eso te obliga a estar siempre motivado para hacerlo mejor que el día anterior, para entrenar más, para sufrir, te hace llegar a donde quieres llegar”.

El Contador ciclista solo se cruzó con Pantani ciclista en una carrera, cuando él era un chavalín de 20 años con el maillot de la ONCE recién llegado al pelotón y el Pirata ya no era el Pirata que en el 98 había ganado el Giro y el Tour, el último que ha ganado las dos el mismo año (Pantani dejó de ser el Pirata cuando fue expulsado de rosa del Giro del 99), sino un ciclista triste y pesado que luchaba contra la depresión en cada carrera y se había pegado las orejas, sus alas, para no volverse a ver como un elefantino, que es como le llamaban de pequeño, para dejar de ser él mismo. Fue una de sus últimas carreras y Contador se le acercó, y se le presentó. “Le dije: ‘Hola, soy Alberto Contador, un placer y un orgullo poder correr a tu lado”, recuerda. “Fue la única vez que hablé con él”.

A Contador le ponían la piel de gallina, le emocionaban, los ataques de Pantani, diminuto contra los gigantes, y con el paso del tiempo también se le eriza el pelo recordando sus propias acciones, tan emocionantes… Recuerda su regreso al Tour Down Under, su triunfo en el repecho de Wilunga en 2005, después de meses recuperándose de un ictus que le dejó al borde de la muerte; recuerda su estreno en el Tour, el Plateau de Beille contra Rasmussen en 2007, y recuerda, sobre todo, su último día de ciclista, su victoria en el Angliru en la Vuelta de 2017. “Aquel día”, dice el ciclista que creyó en Pantani, “aquel día creí en el destino. Había intentado ganar media docena de veces atacando en todas las etapas. Y estoy seguro de que se me negó la victoria en las otras para que pudiera ganar la mejor, la última, la más grande”.


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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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