La Real Sociedad reafirma su fe pelotera
Un entretenido choque de estilos castiga al Eibar, que sin dar un paso atrás cae goleado ante un rival que arriesga, gana y exhibe una vez más el talento de Odegaard
Fue una competición de fe, una refriega en la que debía vencer quien perseverase en su plan. Y quien lo hiciese con lo mejor de su talento y sin cometer errores, claro. Todo se planteó como una interesante esgrima, un duelo entre estilos, ambos igual de válidos, también de atractivos. Ganó la Real Sociedad (4-1), que lo necesitaba porque jugaba ante su gente y justo ante ella no acababa de concretar sus buenas intenciones: apenas había ganado en uno de sus últimos cuatro partidos en Anoeta, una tara que de haber convertido en pleno le tendría al frente de la clasificación. Es justo la tabla lo que aprieta al Eibar, penalizado por sus desatenciones defensivas. La derrota, seguramente excesiva por su contundencia, le deja al filo de los puestos de descenso y con un mal síntoma, como el equipo más goleado de LaLiga.
La Real funciona porque junta pases y supera líneas a través de ellos, con una ausencia de retórica que convierte sus partidos en un regalo para la vista, por más que algunos de sus parroquianos prefieran menos fruslerías en según que zonas. El Eibar desconoce el concepto dar un paso atrás. Sube líneas, busca, no aguarda. Así que, como a la Real no le importa atraer y al Eibar no le molesta acudir, las escaramuzas se iniciaban cerca de la meta de Remiro.
En ese desafío la Real sabe manejar la pelota y además el piso, mojado por la lluvia, le ayudó a desplazarla; el Eibar se convirtió en perseguidor, corrió tras la pelota y padeció un calvario. Sufrió también porque en las acciones a balón parado el equipo donostiarra estuvo más preciso, sobre todo en los envíos, que no siempre hay que fijarse y darle el mérito al rematador. Merino avisó en un remate alto, pero quien de verdad apuntó fue Odegaard en varias ocasiones, por ejemplo para poner la pelota en la testa de Le Normand y adelantar a la Real en el marcador.
Le Normand había suplido a Aritz Elustondo, que en el amanecer del partido sufrió un golpe en la cabeza y salió en camilla hacia un hospital. Su gol disparó las alarmas en el Eibar, que ya estaba incómodo y en desventaja se quedó aún más desnortado apenas mediada la primera parte. Mendilibar, que había renunciado a su plan habitual de alinear dos delanteros, miró hacia el banquillo, donde guardaba a tres de ellos, y decidió que Kike García comenzase a ejercitarse. Mientras tanto Odegaard no dejaba de inventar. También de rematar. Tuvo el segundo gol tras combinar con Portu y descerrajar una bellísima rosca que se quedó a dos palmos del éxito. Pero justo fue ahí cuando el Eibar encontró alivio, cuando le premió su pertinaz codicia en la presión.
Fue uno de esos sucesos que animan a llenarse de razón a quienes censuran a los estrategas que piden que sus equipos saquen la pelota jugada desde el fondo. Zubeldia orientó mal el control tras un pase de su portero y se topó con un muro azulgrana. Hacia el otro perfil tenía el espacio que explica el motivo por el que su equipo asume esos riesgos. Si aún así alguien tiene dudas debería preguntarse porque la Real es lo que es, un equipo donde todo fluye, que gusta y gana. Pero Zubeldia perdió la pelota y se inició un incendio en el que primero Orellana remató al palo y después Diop a la red.
El empate hubiese dañado a un equipo sin convicciones sólidas. La Real demostró su pelaje cuando en la acción siguiente desde su portería volvió a trazar triángulos para desmontar la presión rival. Hubo murmullos y algún silbido. Pero no volvió a equivocarse y los resquemores se disiparon con fútbol y goles, con la nueva exhibición de Odegaard, que expone su inmenso talento gracias a los espacios que le generan sus compañeros desde atrás con eso que unos denominan riesgo e Imanol Alguacil tiene, normalmente, bien calculado. La Real sentenció nada más regresar del descanso porque además fue muy fuerte en el área del Eibar. Oyarzabal aclaró el panorama para su equipo al aprovechar una concatenación de errores defensivos, una basculación excesiva, un despeje tibio. Poco después Willian José engrosó el marcador local tras otro despiste eibarrés en la segunda acción tras un córner.
Mendilibar se retorció en el banquillo eibarrés, llamó a dos delanteros, a Kike García y a Quique González. No retiró a Charles del campo. Llenó el área local de opciones y como en ese camino se activó Orellana, la Real pasó por momentos delicados. Pero no perdió la paciencia. Jamás lo hizo. Siguió a lo suyo, a buscar los espacios desde atrás y convertir cada llegada al área en una ocasión de gol como la que propició la sentencia, otra belleza de Odegaard, que sacó lustre a su zurda para que el cuarto tanto local entrase por la escuadra. Fue el epílogo perfecto para un equipo pelotero.
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