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Simon Yates frustra a Pello Bilbao y los favoritos piensan en la contrarreloj

Triunfo del mejor de los hermanos gemelos el primer día de Pirineos, en el que no hubo ataques entre los mejores

Carlos Arribas
Bagnères de Bigorre -
Simon Yates cruza vencedor la línea de Bagneres-de-Bigorre.
Simon Yates cruza vencedor la línea de Bagneres-de-Bigorre.Christian Hartmann (REUTERS)

El Tour es la carrera de la paciencia y de los lamentos y, en el coche de sus amigos del Jumbo, Louis van Gaal, lo apunta todo en su cuaderno. Más paciencia que nadie tiene Pello Bilbao, de pedalada de pistard en las pendientes, y para él parecía designada la victoria, pero perdió porque uno con fama de impaciente, Simon Yates, supo ganarle en su terreno.

Más pacientes que nadie, excepto quizás los espectadores, que descubren muchas tardes de julio la infinitud de la virtud que alimenta la espera, los corredores del Ineos pastorearon un pelotón sin prisas y a su lobo de amarillo, Julian Alaphilippe, sonriente en la travesía al trantrán de los primeros Pirineos, del histórico Peyresourde, de la Hourquette d’Ancizan sobre valles muy verdes y una bruma escondiendo las montañas. Imagina, como todos, que después de defenderse dignamente en la contrarreloj el viernes, en el Tourmalet el sábado volverá a sorprender. Y que el Tour seguirá vivo. Sueña.

Tenía una excusa y una razón el mejor de los gemelos Yates: justo hace tres años, su hermano Adam descendía el Aspin por la misma carretera, junto al lago Payolle, que enlaza luego con el último descenso del padre Tourmalet hasta lanzado hacia una victoria que le robó el cielo hundido justo sobre su cabeza en forma de arco hinchable con triángulo rojo que se deshinchó a su paso veloz. Una forma tan peligrosa de señalar el último kilómetro desapareció del Tour, y nada cayó sobre el cabezón encasquetado de Simon cuando lanzó tranquilo su sprint para acabar con las ideas de sus dos acompañantes, los últimos fugados, Bilbao y el austriaco Mühlberger. Se adelantó lo justo para pasar el primero por la última curva, indesbordable ya en los últimos 200m. Después de un Giro complicado, el ganador de la Vuelta está en el Tour casi de vacaciones. Todos los días rueda a cola de pelotón y no le importa perder tiempo. Dice que ha venido a ayudar a su hermano, pero no deja pasar la oportunidad si ve que puede demostrar su clase.

Hay sintonía: la visión cuadriculada de Van Gaal, uno al que no le gusta el ciclismo --y no se sabe si le gusta el fútbol, no hay pruebas de ello--, cuadra guay con la de los técnicos del Jumbo, que llevan meses demostrando que ni hay que entender de ciclismo, o ni siquiera apreciarlo, para conseguir victorias por todas partes. Hablan de tecnología, de iPads implantados en todos los niveles de decisión y en varios vehículos escalonados por las etapas, con las tripas cargadas con los datos más íntimos de los corredores, sus vatios, sus pulsaciones y su ritmo respiratorio, y de su entorno, velocidad del pelotón, viento, pendiente... Un algoritmo propio decide cuántos kilómetros podrá mantener a ese ritmo cada uno de sus corredores y dicta el proceder a los directores, que lo convierten en órdenes para escaladores, sprinters y contrarrelojistas. Y ganan mucho. Y el ciclismo se borra, como se borró el fútbol de Cruyff en el Barcelona: el golpe de genio que rompía todos los esquemas está prohibido porque el esquema es sagrado.

No se sabe si los del Ineos de Thomas y Bernal andan por el mismo nivel de tecnología y de consumo de cuerpos cetónicos que tanto adelgazan pues su opacidad informativa es proporcional al número de comunicados de prensa que emiten, tantos, pero nadie en el pelotón olvida que su filosofía Tour es similar y el que instauraron en 2012, y lo recuerdan entrando en Bagnères de Bigorre, al pie de la épica del Tourmalet, tan lejana, los ocho juntitos, uno tras otro, de Dylan, como Bob, van Baarle hasta Moscon, al frente de un pelotón que cruza la línea de meta casi 10 minutos más tarde que los fugados. Detrás de ellos, todos decían, ufff, y mañana contrarreloj. Solo Landa, ilusionado, añadía, “y el sábado Tourmalet, la etapa que tengo soñada”.

A la contrarreloj todos la temen salvo los Ineos, acostumbrados a decidir en ellas no solo la jerarquía global del Tour –el colchoncito de segundos que les permite recorrer luego todas las montañas bloqueando la carrera con su magnífico juego defensivo—sino la interna. Si Thomas queda por delante de Bernal, lo que parece inevitable, el colombiano lo tendrá complicado para gozar de libertad.

Los solo 27 kilómetros totales y únicos de contrarreloj individual que se disputarán este Tour es el número menor de los últimos 60 años, y, sin embargo, todos temen, y el viernes por la tarde será el momento de los lamentos, que sean tan decisivos como los 150 kilómetros que se disputaban en los Tours de LeMond, los 120 en los años de Indurain, los 125 de cuando Ullrich y los 100 del año Wiggins.

Nairo correrá con molestias porque no podrá apoyar bien el codo herido y doloroso en los acoples de la cabra; a Landa no le importa mucho, pues ha dado por perdida su batalla por la general. Solo entre los españoles, el debutante Enric Mas, un ciclista Tour, un hombre de la paciencia, mira el perfil, tan subibaja y abigarrado alrededor de Pau, y piensa que tampoco le van tan mal pues hay muchas zonas técnicas y de relanzamiento en la que los escaladores no estarán tan perdidos, y, se muestra preparado para el desafío, y dice que no, que no todo está perdido.

Los del Jumbo y Van Gaal sonríen, miran sus ordenadores y proclaman: que sueñen todos, será el día de Van Aert.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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