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Pinot se suma al ciclón Alaphilippe y es el nuevo faro del Tour

En Saint Étienne triunfa el espíritu de aventura con victoria de etapa para el solitario De Gendt. Los favoritos, paralizados, se vigilan

Carlos Arribas
Saint Étienne -
Alaphilippe y Pinot llegan a meta.
Alaphilippe y Pinot llegan a meta.Thibault Camus (AP)

Enric Mas ha llegado al Tour como un cuaderno en blanco cuyas hojas se van rellenando todos los días de experiencias variadas que atrapa al vuelo, como un cazador de moscas, o absorbe con un cerebro que parece una esponja. Material no le falta, y no solo porque a todos los debutantes jóvenes, maravillados y ansiosos de sumergirse en el Tour todos los detalles de la carrera francesa les fascinan, sino también porque está en el equipo de Julian Alaphilippe, el aventurero, que en las cuestas infames camino de Saint Étienne se lanzó a por su tesoro, un maillot amarillo que recuperó de las espaldas del italiano Ciccone, el héroe de La Planche, que ni es Chiappucci ni le dejan serlo. Y de amarillo un francés desfilará el 14 de julio, tan señalado.

Con Alaphilippe al lado, tan proteico, de habilidades tan variadas, las experiencias se multiplican y complican la tarea de Mas, y la enriquecen. Una de las primeras conclusiones a las que había llegado el mallorquín era la de que hay un Tour mental, que dura 10 días, los 10 primeros, los de los nervios y la concentración extrema, y un Tour de piernas, la última semana, la de sus montañas amadas. Entonces, llega la etapa octava, llegan corredores como Alaphilippe o Thomas de Gendt, el ganador del día, y el esquema se le rompe. Para el francés y el belga, y para unos cuantos más, el ciclismo y el Tour no es un asunto mental o de piernas, más bien es una cuestión vital, algo que les sale de las tripas. Son los aventureros, una categoría especial inventada por los franceses, que les apelan los baroudeurs, surgen de la tierra como los viñedos del Beaujolais a los que ni prestan atención, o como los caminos rurales con asfaltados bastos en los que florecen. Son las raíces del ciclismo, los padres de todo esto, y convierten las etapas en una lucha de guerrillas que todo lo convierte en caos y en las que los que piensan en la clasificación general, los amantes de orden, la paciencia y la contabilidad destrozadas, deben saber elegir. Hubo repentinas dudas, bajadas de tensión. Atentismo. Uno se movió.

El alma de Thibaut Pinot fluctúa entre el ciclismo de aventuras y el de cálculo. Disfruta en las clásicas, como en Lombardía, y en la Vuelta donde solo piensa en ganar etapas, y, al mismo tiempo, se siente capaz de ganar el Tour. Quiere ser un Thomas, pero, jopé, ser un Alaphilippe es tan guay… Y recuerda a Hinault y a Ocaña, y su dorsal 51, su número este año, dos que supieron ser mente y tripas, y sabe que es posible. Y así actúa. Cuando la última cuesta asesina de un día de trampas llegó, donde sabía que saltaría como un tapón de champán Alaphilippe, él estaba ahí, y se fue con él como se había idpo hace dos días en la polvorienta Planche vertical. No alcanzaron a De Gendt, el baroudeur solitario y madrugador que volaba, pero se bonificaron en la cuesta y en la meta, a la que llegaron con 20s de ventaja sobre el grupo de favoritos pasmados y paralizados.

Todos los que se movieron tuvieron premio: De Gendt, la etapa, una victoria de prestigio que justifica su forma tan personal de vivir el ciclismo; Alaphilippe volvió al maillot amarillo y tiene segundos de sobra, dos se los regaló a su compañero del alma, Pinot, dejándole pasar segundo en la etapa; Pinot es, así, el nuevo faro del Tour, el líder virtual que aventaja en la general a todos los demás favoritos (19s a Thomas, 23s a Egan, 45s a Urán, 49s a Fuglsang, 53s a Mas, 54s a Yates, 1m 11s a Nairo y 1m 13s a Landa). Los inmóviles regalaron razones.

Al más calculador de todos, Thomas, le explotó la bicicleta, pum, un cuadro de carbono despanzurrado, al patinar en una curva con medio equipo justo cuando empezaba el baile: bastante hizo con no reventar él. Fuglsang, que, al mando del Astana, había empezado a acelerar la etapa ante la falta de iniciativa manifiesta del Ineos de Thomas, puso a los que pudo en persecución de la pareja de franceses que como liebres en el campo no paraban de acelerar y acelerar. El Trek se mató lo justo por defender el maillot amarillo de su Ciccone, como si ya lo hubieran amortizado. Ni Landa ni Nairo dieron un relevo. Ni Valverde, que iba con ellos. Nairo, que ya había perdido el deseo de ser un nuevo Lucho Herrera, sangrante ganador en Sain Étienne hace 34 años, despegó de la potencia el detallado perfil de la etapa, encrespado como la cresta de un punki descuidado. Un día más. Landa, calculador, dijo: “Aún es pronto para saber a por quien hay que salir”.

El aprendiz Mas, que actuó de freno en la retaguardia, anotó una nueva experiencia en su cuaderno: se puede calcular y tirar de piernas, y también se puede correr dejando libre al instinto, y ganar el Tour, O por lo menos, meter miedo.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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